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El último rey de América
Julio Pinedo, descendiente de esclavos, es el monarca de los afrobolivianos desde 1992.
El boliviano Julio Pinedo saluda a sus seguidores.
Vídeo: REUTERS | A. RODRÍGUEZ| El boliviano Julio Pinedo saluda a sus seguidores.
ANDRÉS RODRÍGUEZ
La Paz - 11 NOV 2016 - 08:13 CET
Son las ocho de la mañana. Los rayos de sol no logran penetrar la espesa neblina que cubre las verdes laderas, precipicios, ríos, cascadas y una exuberante vegetación que rodea Mururata, en la región de Los Yungas (noroeste de La Paz). Lejos de las tribulaciones de la sede de Gobierno y la jungla de cemento vive Julio Pinedo, rey de los afrobolivianos, reconocido descendiente de un monarca congoleño traído como esclavo a Bolivia por los españoles en 1820.
A 50 metros de la plaza principal del pueblo está la casa de Pinedo. Ahí vive con su esposa, Angélica Larrea —la reina afroboliviana—, y con su hijo Rolando, el príncipe heredero. En la planta baja de su hogar tienen una tienda en la que venden, entre otras cosas, plátanos, latas de sardinas, aceite o refrescos. Pinedo, de 74 años, ha trabajado toda su vida como agricultor. No lleva corona ni capa: esa indumentaria la guarda para ocasiones especiales. Estos días está construyendo una vivienda social cerca de su casa, como parte de un programa estatal. Trabaja de lunes a sábado de ocho a seis, por lo que ya llega tarde a su jornada laboral.
Sentado a la mesa, aparta su taza de café tinto y un pan que iba a desayunar. Con el rostro sereno, cede unos minutos de su tiempo para contar su historia. “El rey Bonifacio era mi abuelo. A nuestros antepasados los han traído para trabajar en las minas de Potosí [suroeste del país]. Después, los trajeron a la zona de Los Yungas, donde fueron vendidos a los dueños de las haciendas”, recuerda.
Su ancestro fue el príncipe Uchicho, de origen Kikongo. Llegó a Bolivia hacia 1820, en uno de los últimos contingentes de esclavos, y terminaría trabajando en la Hacienda del Marqués de Pinedo, del cual adoptaron su apellido. Lo coronaron en 1832. Al monarca lo sucedió Bonifaz. Después llegarían José y Bonifacio, este último coronado en 1932. “Mi abuelo era una persona muy buena. Nos quería mucho a mi hermano y a mí, pero era muy estricto”, rememora.
El linaje real de los Pinedo quedó en el aire muchos años. Después de la muerte de Bonifacio, en 1954, no fue hasta 1992 que pudo reclamar el título, cuando fue entronizado por su pueblo. En 2007, el Gobierno de La Paz volvió a coronarlo. Finalmente, en 2009, con la nueva Carta Magna, los bolivianos de ascendencia africana fueron reconocidos como uno de los 36 pueblos originarios del país andino, con lo que también le dieron valor a sus costumbres y tradiciones, entre ellas su propio reinado tradicional ancestral.
La figura de Pinedo es reconocida entre su pueblo, aunque como autoridad simbólica y no política. Su existencia los remonta a sus raíces y a su pasado. El rey es parco con las palabras, pero aun así muestra su disentimiento respecto a la desorganización de los afrobolivianos: “Con un mayor esfuerzo de todos, yo podría hacerlo mejor como representante”.
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Hasta la Revolución Nacional de 1952, los afrobolivianos vivían en condiciones semifeudales. Tras ser reconocidos por el Estado, en 2012 fueron incluidos por primera vez en el censo. Hoy se estima que hay más de 26.000 en un país de más de 10 millones de habitantes. “Se ha avanzado mucho. Los afros estamos siendo tomados en cuenta y estamos en lugares en los que se toman decisiones importantes”, dice Ancelma Perlacios, la primera senadora afroboliviana. Dice que el reconocimiento a las raíces de Julio Pinedo lo es también para el pueblo afroboliviano y que “significa mucho”.
Tanto la senadora como el rey creen que todavía se debe trabajar para que sus iguales tengan mayor reconocimiento y protección del Estado. Y no solo para ellos, también para los indígenas, que representan más del 41% de la población. Sin embargo, Pinedo no es tan positivo: "El racismo y la discriminación nunca van a desaparecer en Bolivia. Entre los mestizos, el indígena y los negros, cada uno lleva su parte. Siempre nos estamos empujando". Con esa última reflexión se disculpa y se despide cordialmente. La conversación se ha alargado y ya debe irse a trabajar a la construcción. Otra jornada aguarda para el último monarca de América.
- Andrés Rodríguez es periodista en la edición de EL PAÍS América. Su trabajo está especializado en cine. Trabaja en Ciudad de México-