SEGUNDA PARTE
"La casa familiar está en la finca de El Pardo, a escasamente un kilómetro de las oficinas del Palacio. Al carecer de un horario laboral preestablecido organiza sus tiempos para compaginar la vida familiar y laboral. Uno de sus intereses, como de tantas madres de familia: «La armonización del proyecto familiar y profesional del hombre y de la mujer, partiendo del respeto a la plena dignidad de la persona, y la corresponsabilidad, se han transformado en demandas sociales de primer orden», decía en junio del pasado año al inaugurar el congreso internacional de Trabajo y Familia de IESE. Porque, sin olvidar sus obligaciones diarias, es la Princesa la que quiere ocuparse de la elección del colegio de sus hijas, ella las levanta de la cama o las baña antes de dormir. Dos niñas -las infantas Leonor y Sofía- que robaron el corazón de sus padres. Normal.
Sin embargo el objetivo de los gráficos sólo es inmortalizar su traje, rostro o zapatos; parece que mantuviera un lenguaje propio hacia ellos. La Princesa posa, gira su cara para ser captada desde diferentes ángulos y, cuando un acto oficial cae en la monotonía protocolaria, el ruido de las cámaras parece relajarse. Hasta que cambia el rumbo de las cosas: hace un leve gesto para palpar su collar, revisa un pequeño libro que reposa sobre la mesa presidencial, toca su pelo o se acerca confidencialmente al Príncipe y todo se desborda, se altera el silencio de la sala, se rompe el ritmo monocorde de cualquier discurso y estalla una traca de cámaras fotográficas.
-Vaya rollo, si no tropieza no hay foto.
El rollo afecta a 3 millones de ciudadanos en nuestro país. El Senado acogía en marzo la Celebración del primer Día Mundial de las Enfermedades Raras con un protocolo estricto que incluía entrega de premios. La Princesa, acompañada por el ayudante de campo, repartía con profesionalidad los galardones en un escenario nada propicio al lucimiento. Regresó a la mesa presidencial y, para desgracia del informador gráfico, no tropezó, pero conseguiría emocionar a la sala. Sabía muy bien de qué hablaba. Meses antes había recibido en audiencia a este colectivo. Templada, con voz clara, sin errar en uno solo de los tecnicismos médicos impronunciables, humanizó el acto con unas palabras dirigidas a los afectados y sus familias: «Me gustaría que esas historias de las que os hablé antes acabaran bien. Que Lucía nos cuente un día qué quiere ser de mayor. Que Mateo salte y corra por el parque. Me gustaría que ningún padre, ninguna madre, ninguna persona con una enfermedad rara se sintiera sola, aislada, desinformada. Trabajemos juntos por ello.»
En Asturias, en México, en Sevilla, Tortosa, Soria o Madrid ... he visto repetir la misma escena. Los gráficos la persiguen, sí, pero también todos y cada uno de los ciudadanos que, con un teléfono móvil o una minicámara en alto, pretenden guardarla en su archivo personal. Los Príncipes levantan pasiones como personajes mediáticos; a pocos parece importar el trasfondo institucional de su labor, los guiños hacia el exilio republicano español o la delicadeza mostrada por la pareja con los Niños de Morelia -hoy ya ancianos- en su periplo mexicano; ni su complicidad hacia Francisco Nieva al glosar la figura de Larra en el Ateneo de Madrid. Cada año, en Oviedo, tras la entrega de los premios Príncipe de Asturias, con su mejor sonrisa y actitud, sortean un auténtico aluvión de manos y cámaras. Todos quieren tocarles. En ocasiones es complicado hasta mantener el equilibrio, pero no pierden ni la sonrisa ni la compostura. Forman una pareja capaz de enternecer a izquierdistas de pro. Lo confesaba sin ningún rubor, incluso con ganas, un actor español curtido en las causas de la izquierda durante la recepción de la embajada de España en México al mundo del cine. Es en este tipo de encuentros, más relajados, cuando se advierte el interés de los Príncipes hacia todo lo que ocurre, incluso la situación laboral que atravesamos los periodistas.
Es una mujer fuerte. Lo ha demostrado en estos años en los que la vida también le ha enseñado su peor cara, pero a esa fortaleza natural es justo sumar la que le aporta su marido. La mira con arrobo o ternura, según se tercie. Estrecha su mano con vehemencia cuando intuye que su mujer lo necesita. Es una mano firme y cómplice. Que otras ocasiones se torna en una actitud de admiración, como aquella mañana en Sevilla ...
Era un mediodía de noviembre y el sol caía con fuerza. Las invitadas al acto de Imposición del Lazo de Dama de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla a la Princesa de Asturias, guiadas por la tradición en vez de por la realidad meteorológica, calzaban guantes, vestían chaque-
tas de tweed con piel de pelo en puños y cuellos. Peinaban moños lorquianos y lucían las joyas de familia. Eran las esposas
y hermanas de maestrantes, único cargo que se les otorga a las mujeres en esta rancia institución de la nobleza. Esperaban pacientes antes de entrar en la sala de los bajos de la Maestranza desde donde verían, a través de un recinto cerrado de televisión, cómo el Príncipe de Asturias besaba a su esposa tras colocarle en la solapa una distinción que, desde la reina Victoria Eugenia, ha reconocido a todas las damas de la Familia Real española. Arriba, en un salón de cortinajes rojos y cuadros de reyes, se sientan Ana de Francia y los maestrantes, hombres de apellidos ilustres que asistirían en directo a la ceremonia.
-Aquí tenía que estar Bibiana Aído, comenta una joven periodista.
No estaba, evidentemente, la ministra de Igualdad, pero la Princesa sí, y en ese espacio caduco destacaba su discreto traje de chaqueta en tonos crudos, la luminosidad de su piel y la naturalidad de su actitud. Y también de su tono de voz al agradecer su inclusión en tan exclusivo club. La versatilidad es un don principesco. La Princesa había empezado la jornada con una visita a la Biblioteca del Instituto de Educación Secundaria Néstor Almendros de Tomares, un pueblo cercano a Sevilla donde vivió un baño de multitudes con protagonistas bien distintos. En el encuentro con alumnos, una joven le planteó la posibilidad de abandonar los estudios. No eligió buen momento para exponer sus dudas. O sí. Porque la Princesa de Asturías se encargó de hacerle ver su error, de hacerle saber que ?e arrepentiría de por vida de tal decisión. E insistió en ese mensaje con sus compañeros al recordarles su suerte por tener la posibilidad de formarse y estudiar. A la cría no la olvidó. Le anunció que seguiría de cerca sus pasos.
Sabe bandearse en ambientes diversos, aunque en ocasiones pueda intuirse cierta inquietud. Tiene a su favor no haber olvidado de dónde viene ni los 60 metros que medía su casa en el barrio de Valdebemardo que tanto le gustaba. No es una mujer afectada. Ni sofisticada. Discreta en las galas del Real, incluso cuando viste de largo y aparece con la tiara prusiana de platino y diamantes que adornó su velo de novia; es parca en joyas y en maquillaje, sus manos dinámicas y huesudas llevan siempre las uñas del tono natural. No es una fashion victim, tampoco una estrella, su interés por el atuendo es el que le exige su cargo, no va más allá. Es austera por naturaleza, pero, además, evita herir sensibilidades. No imitará a las princesas de los Países Bajos o Dinamarca con sus exclusivos
modelos de alta costura. Doña Letizia se ha decantado por creadores españoles: Caprile y Varela, a veces Armand Basi, Adolfo Domínguez y Mango; sus zapatos los firman Magrit o Mascaró. Cuando debe preparar un viaje oficial busca en su armario la ropa de temporadas anteriores. Lo vimos en México, en septiembre pasado, donde no sorprendió con un vestuario diseñado para la ocasión. Tampoco le importa lucir una blusa de Zara en un cóctel, fue en diciembre en la gala celebrada por el Comité Olímpico Español. Su prioridad está muy lejos de ser la princesa más glamourosa. Y eso no implica que no apoye con su presencia la
moda española. En julio pasado apareció de verde esmeralda entre una corte de hombres de traje gris para inaugurar el 60 salón de la
moda de Madrid. Los expositores estaban expectantes, el número de reporteros advertía del interés por su llegada. Sin embargo, un equipo de la televisión alemana cubría el acto para informar a sus conciudadanos de su extrema delgadez. Algo que, al parecer, les tenía en ascuas. Era la primera vez que veía tan de cerca a Doña Letizia y comprobé la primera de las inexactitudes vertidas sobre ella: está delgada, sí, envidiablemente delgada, pero no anoréxica. Quienes han compartido comida con ella saben que no es remilgada y que, a diario, en su casa, se comen platos de cuchara. Contaron muchas otras. El paso del tiempo demostró que no eran ciertas. Nadie se retractó. Siguen haciéndolo: ciertos privilegios de su familia, un supuesto despotismo con los padres del colegio donde estudia la infanta Leonor. Tampoco son ciertas. Es estricta hasta el exceso para impedir cualquier detalle que pueda significar una prerrogativa hacia su familia. Los padres del colegio Santa María de Los Rosales, donde acude a recoger a la Infanta siempre que puede, ni siquiera sienten su presencia; espera paciente si la niña está jugando y aprovecha ese tiempo para hablar con otras madres o incluso contar un cuento a otros niños.
Hablar por hablar les ha servido a algunos para hacer caja. El primer año lo pasó mal. Ahora la piel se le ha curtido. Pero no puede cometer un error. Neutralizaría el acto que se pretende poner en valor. A otros sí se les perdonan los desaciertos. A ella no. ¿Por ser mujer y atractiva? ¿O quizá convertirla en una figura mediática es una estrategia para banalizar su labor institucional? "