Una noche de incertidumbre para el Príncipe Felipe
ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS
Menuda noche de incertidumbre pasaron el Príncipe de Asturias y la delegación que le acompañaba el pasado lunes en la base militar de Torrejón de Ardoz, pero quienes lo pasaron francamente mal fueron el piloto y los mecánicos del avión que iba a llevarle a Brasil. El primero porque fue quien tomó la decisión de suspender el vuelo. Y los segundos porque estuvieron toda la noche trabajando a bajísimas temperaturas y con un viento helador, alumbrados por linternas, tratando de reparar la avería del Airbus.
Para cualquier piloto tiene que ser muy desagradable suspender un vuelo y, más aún en este caso, en el que se trataba de un avión oficial lleno de periodistas que darían una enorme repercusión a lo sucedido. Pero más difícil aún es tomar la decisión de despegar con el Príncipe de Asturias a bordo sin tener todas las garantías de seguridad. Cualquier otro accidente de aviación puede ocasionar muertes y un enorme dolor y sufrimiento, pero no cambia la historia de España.
Si a don Felipe le ocurriera algo, nos encontraríamos con un Rey que está a punto de cumplir 76 años y una heredera de la Corona, la Infanta Leonor, a la que aún le faltan diez años para ser mayor de edad. Si durante este tiempo se produjera el hecho sucesorio, sería su madre, doña Letizia, la que asumiera la enorme responsabilidad de la regencia.
Pero aquella noche, casi toda la delegación estaba convencida de que la avería se acabaría solucionando y el avión partiría, aunque con retraso, rumbo a Brasil. Por eso, el Príncipe se quedó toda la madrugada en el Airbus, a la espera de que, en cualquier momento, le dijeran que emprendíamos el viaje.
Poco antes de que se detectara la avería, don Felipe y otros miembros de la delegación se habían vestido con ropa cómoda con la intención de dormir durante el vuelo y poder afrontar la intensa jornada que esperaba en Sao Paulo. Sin embargo, durante la espera, el Príncipe apenas pudo dormir hora y media, según él mismo reconoció. A la incertidumbre se sumaba el ruido atronador que cada cierto tiempo ocasionaban los pequeños aviones militares que despegaron de la base.
Tras siete horas de espera, el piloto anunció: "No salimos". A pesar de que la avería había sido solucionada, al sustituir la pieza defectuosa del ala izquierda del avión por la de otro Airbus gemelo que estaba siendo sometido a inspección en Getafe, la reparación no reunía suficientes garantías de seguridad. Volvíamos a casa después de una noche perdida. A pesar del cansancio, el Príncipe quiso despedirse de todos.
Quizá lo más llamativo fue lo bien que encajó el contratiempo y, aunque lamentó no poder cumplir con sus compromisos en este viaje con hondo calado económico, aún tuvo ánimo para bromear sobre quién era el gafe: "A mí es la primera vez que me pasa, y ya tengo unos añitos". Sobre todo, tiene muchas horas de vuelo en ese avión.
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