El 16 de marzo de 1861, sábado, a las diez en punto de la mañana, fallecía en su residencia, Frogmore House, la duquesa viuda de Kent, Viktoria, madre de la reina Victoria. La dama padecía, desde tiempo atrás, un cáncer, pero la enfermedad parecía minarla lentamente, hasta que, de repente, una semana bastó para llevar aquella existencia de plácido retiro a un fatal desenlace.
El doctor Brown, facultativo que seguía de cerca la enfermedad de la duquesa, había remitido a palacio informaciones un tanto inquietantes respecto al estado de ésta el martes 12 de marzo. A consecuencia de ello, Victoria, acompañada por Albert, se había dirigido de inmediato a Frogmore para visitar a su madre. La segunda entre las hijas de Victoria y Albert, la princesa Alice, había acudido junto a su abuela, a la que se sentía entrañablemente unida, el jueves 14 de marzo. En la tarde del viernes 15 de marzo, un nuevo telegrama del doctor Brown alcanzó el recinto de Buckingham Palace, indicando que la ilustre paciente seguía empeorando rápidamente. Victoria, junto a Albert y a la princesa Alice, tomó un tren en dirección a Windsor a las siete de la tarde del viernes 15 de marzo. Al llegar a Frogmore, hallaron a la duquesa en una agitada inconsciencia. La noche fue larga...y desoladora. Por la mañana temprano, a las diez, se produjo el deceso. Inmediatamente se transmitió la noticia a Buckingham, dónde se recibió el mensaje a las diez y cuarto. La princesa Helena, junto con otros familiares, se apresuró a emprender viaje a Windsor. El príncipe de Gales, Bertie, fue informado en Cambridge. También se emitieron telegramas dirigidos al duque de Coburg y al rey de Bélgica, Leopold, hermano favorito de la difunta. Por supuesto, la noticia alcanzó a la vez Postdam, para conocimiento de Vicky y Fritz.
El 17 de marzo, parientes como la duquesa de Cambridge y la princesa Mary, acompañadas por el duque George de Cambridge, acudían a Windsor para confortar con su presencia a una reina Victoria devastada por la pérdida. El 18 de marzo llegaba a Windsor nada menos que Vicky, princesa de Prusia. Al ser informada de la muerte de una abuela a la que había adorado, ni siquiera se había tomado tiempo para pedir permiso a su suegro el flamante rey Wilhelm antes de emprender viaje a Inglaterra. Era una decisión muy osada por parte de Vicky, ya que las relaciones angloprusianas seguían envenenadas por el famoso caso Macdonald (aquella historia parecía no encontrar fin) y también sufrían por el creciente desacuerdo entorno a cuál debía ser el futuro de los ducados de Schleswig-Holstein, que formalmente estaban adheridos a la corona de Dinamarca pero que Prusia ambicionaba. De hecho, quizá si Vicky hubiese solicitado la venia para ir a rendir tributo a su abuela, el rey, con todo el pesar de su corazón, hubiera tenido que negarla. Así que Vicky se apresuró a reunir un escueto equipaje y a largarse a Inglaterra, presentando aquella visita de urgencia familiar como un hecho consumado. El príncipe Alberto, consciente de la importancia de limar asperezas a base de una cuidadosa diplomacia, se apresuró a escribir una nota a su consuegro Wilhelm en la cual afirmaba que la presencia de Vicky había resultado muy reconfortante en aquellos instantes de profundo duelo familiar y agradecía profusamente que a su hija se le hubiese permitido acudir.
El 25 de marzo, con la apropiada dosis de solemnidad enlutada, el catafalco de la duquesa fue conducido desde Frogmore a la capilla de St George, en Windsor, para celebrar las exequias ante numerosos testigos de la realeza. Alberto encabezó la procesión, acompañado por su hijo Bertie, príncipe de Gales, y por el príncipe de Leiningen, medio hermano por parte de madre de la reina Victoria. El príncipe Victor de Hohenlohe-Langeburg, un nieto de la fallecida a través de su hija Feodora de Leiningen, compartía lugar en la celebración con su primo el príncipe Arthur. Tampoco faltaban los varones de la familia Orléans, exiliada en la isla. El duque de Coburgo había enviado como representante al barón de Loewenfels.
Cuando Vicky retornó a Berlín, lo hizo con el deseo acuciante de volver a ver a su familia lo antes posible. Probablemente, el fallecimiento de su abuela, que tanto había impactado en su madre, a la que trataba de mantener en cierto sosiego su también atribulado padre, le hacía necesitar volver a su lado para confortar y extraer consuelo en ello. En junio, Vicky pudo viajar con sus hijos, Willy y Charlotte. Fritz no estuvo con ellos durante todo el tiempo que permanecieron en Inglaterra, pero sí compartió una parte de aquellas vacaciones en familia. Entonces Vicky no podía imaginar, ni por lo más remoto, que ese año 1861 pudiese depararles una pérdida más cruel aún de lo que había podido ser la pérdida de su abuela Kent...