La Monarquía ha de ser previsible, rutinaria. Tiene que ser un pilar de estabilidad. Lo que ha ocurrido con Doña Sofía, que siempre ha sido muy valorada, es que al derrumbarse todo (o casi todo) a su alrededor ella destaca más aún.
Ella siempre ha tenido una línea clara de trabajo, una imagen, una manera de actuar y comportarse: es previsible, rutinaria ¡y lo digo como un gran halago! En estos tiempos de crisis, donde todo se tambalea, donde todo cambia, la Reina Sofía es sinónimo de permanencia. Uno sabe cómo va a lucir, qué es lo que va a hacer, dónde estará y con quién ¡y se agradece tanto!¡la calma en la tempestad!
Y luego, claro, está el asunto del martirio ¡nada gusta más a un españolito medio que el sufrimiento solidario! Su sufrimiento ha sido el sufrimiento de todos, hemos visto en ella a la madre, a la abuela y hemos hecho lo que siempre, siempre, siempre hacemos los españoles: cerrar filas con la víctima, da igual si lo es o no, pero a muerte con ella.
Como pseudocastellano por cercanía y matrimonio, gentes que sufren en silencio, su manera de llevar el tema también lo ha puesto fácil. De haber sido una llorosa lady Di, encerrada en Zarzuela ante el escarnio público del escándalo, no le hubiera ido tan bien. Pero no, ella ha salido, ha continuado con lo que se esperaba de ella, frente alta, sonrisa puesta ¡previsible, rutinaria, profesional! Y esa actitud, sufriendo por dentro, digna, serena, ha dado un aura aún más sacra a su persona. Hoy es más reina que nunca en el sentido mágico de la palabra.
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