El beato de San Salvador de TábaraSe denominan Beatos a los distintos códices manuscritos, copias del Comentario al Libro del Apocalipsis de San Juan que en el año 776 realizara Beato de Liébana, abad del monasterio de Santo Toribio, en el valle de Liébana. Existen 24 beatos aunque no todos completos, pero si todos con miniaturas. Se consideran prerrománicos a los realizados en los siglos X y XI y puramente románicos a los escritos en los siglos XII y XIII.
El beato de Tábara es de los más antiguos y está formado por dos partes perfectamente diferenciadas: la primera consta de 166 folios y no se conoce su origen aunque se considera procedente de un monasterio leonés y datable en el siglo X. La segunda se compone únicamente de dos folios añadidos posteriormente, para lo que debieron ser recortados porque eran de mayor tamaño que el resto, procedentes de un beato desaparecido. Está escrito en letra visigótica, a dos columnas, y con anotaciones en árabe al margen, por lo que suponemos que tuvo un origen mozárabe.
En el último folio se explica, de forma no carente de humor, que el Beato fue comenzado por el maestro Magius en el monasterio de Tábara, pero que al morir antes de la terminación de su tarea, ésta fue continuada por su discípulo Emeterio y la monja Ende, que la terminaron el 27 de julio del año 975. Osea que era un monasterio dúplice donde ambos sexos convivían, algo muy común en esta época. Es un milagro que lo conservemos aunque sea en parte ya que, en el año 988, Almanzor destruyó el monasterio.
Así que se trata de dos libros distintos que fueron "pegados" artificialmente, de forma que sólo los dos últimos folios son obra de estos maestros y tienen su origen en Tábara. De todas formas se le sigue considerando una unidad y llamándose Beato de Tábara.
Su importancia es mayor que la de los demás beatos porque supone un documento único para comprender al vida en un "scriptorium" mevieval.
Aquí está el scriptorium del monasterio de San Salvador de Tábara, que se alojaba en un edificio anexo a la torre. Monasterio mozárabe... se ve en los arcos de herradura. Vemos dos dependencias: en la primera trabajan sentados frente a frente Senior y Emeterio, presbítero, según los identifican las inscripciones que corren por encima de ellos. La de este último añade además "fatigatus". Son el calígrafo y el miniaturista, y por la inscripcion sabemos que ya se les estaban acalambrando los dedos
En la estancia de al lado otro personaje, sentado en un taburete, corta el pergamino sirviéndose de unas grandes tijeras.
Se supone que Umberto Eco se inspiró en esta miniatura para El nombre de la rosa.
En la Edad Media se escribía en pergamino (el papel es un invento chino también utilizado por los árabes, pero se hacia con tela, no con fibra vegetal) Existían diversas clases de pergamino en función de su calidad, para trabajos de gran lujo se usaba la vitela, es dicir, la piel del cordero nonato. Una vez lavada la piel se sumergía en agua con cal para extraerle el pelo. Se sacaban y con una cuchilla se eliminaban restos de grasa y pelo, cuanto más concienzudo el trabajo mayor la finura y calidad del pergamino. Se vuelven a lavar y se dejan secar tensas sobre un bastidor. Una vez secas se pueden volver a rascar hasta dejarlas lisas. No hay cosa que más fastidie a un escriba que tropezar en un pelo con el cálamo o el pincel, deja manchurrones de tinta
Un pergamino siempre presenta dos caras, el recto y el verso, o si queréis, la que había estado cubierta por pelo más oscura y la que estaba en contacto con la carne mucho más clara. Cuanto mas inapreciable es la diferencia de color entre las dos nos encontramos ante un pergamino de mejor calidad y más trabajado.
Cada copista cortaba la vitela en un tamaño adecuado al trabajo que se estaba haciendo, se cubren con una fina capa de yeso en polvo o ceniza para hacerlos aún más finos y adecuados a la escritura. Se fijan a un atril y se marcan con regla y escuadra unos puntos muy pequeños o una línea, dependiendo de la habilidad del autor, como guía para escribir.
El copista usa cálamo o plumas de ganso o cisne, y para la tinta negro humo o corteza de nuez mezclado con goma arábiga, materiales tradicionales desde la antigüedad. Había otra tinta que se hacía mezclando una solución de ácido tánico , sulfato de hierro y una goma como ligante. Es la pesadilla de los restauradores porque el hierro se oxida y se come el pergamino.
El iluminista decora páginas completas con miniaturas, letras capitales al inicio de un capítulo y orlas rodeando las páginas, generalmente con decoración vegetal. Es su trabajo el que le da valor a un manuscrito, cuanto más iluminado más caro. El diseño se bosquejaba previamente sobre una tabla de cera, después se pasa a la vitela realizando pequeños pinchazos en el material como guía para el pintor (no se bosqueja a carboncillo como ahora los pintores) y directamente aplica los colores con pincel de pelo de marta o ardilla.
Los colores pueden ser más o menos caros dando lugar a una miniatura más o menos lujosa. Por ejemplo, para el rojo, el vermellón (sulfuro de mercurio) o el minio (tetróxido de plomo) eran los más comunes, y los más tóxicos
Si se usa cochinilla o lacas sale más caro aunque el color es más intenso. El ocre (amarillo tierra) era barato, por eso se ve mucho color amarillo en ilustraciones medievales, igual que el verde sacado del cobre, el que salía de la malaquita tenía mayor precio. El blanco de plomo y el negro carbón también eran coumunes. El azul (lapislázuli, azurita o añil vegetal) era más caro y se ve menos el los manuscritos.
Desde luego lo que da riqueza al libro es el posible uso de plata y oro aplicado en láminas finas (como el pan de oro hoy en día).
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.