Empezamos ahora con el primer estilo que tiene, digamos, características básicas comunes, pese a que en cada país se pueden apreciar rasgos particulares.
EL RENACIMIENTO.
Heredero del legado clásico griego y romano, el Renacimiento es un movimiento filosófico y artístico basado en el Humanismo. El mueble gótico, rígido, pesado y muy vertical, empieza a desaparecer y la decoración se vuelve más natural. Y comenzamos, por supuesto por:
Italia.
La verdad es que mientras Francia e Inglaterra se baten en una guerra de cien años, y España vive sus crisis interiores, los italianos consiguen una relativa calma que beneficia su desarrollo económico. Comienzan a soplar aires de orgullo nacionalista (no como el de hoy en día, me refiero a un sentido menos “paleto” del término. Los italianos de entonces no se miraban el ombligo pensando que ellos eran la tapa del frasco y el resto del mundo el culo de la botella, al contrario, se veían herederos y conservadores de la grandeza de Roma y en la obligación de recordar a otros lugares de Europa que ellos también la habían vivido y perdido) Ese nacionalismo inspiró los principios artísticos, una vez más no como ahora en el sentido de propaganda, sino que unió en coherencia espacio y proporciones, concentró las representaciones en un tema principal, una búsqueda de la armonía y una relación lógica entre las partes que conforman un todo.
Digamos que, pese a que cada ciudad-Estado era diferente, todas tenían claro un impulso común, una dirección y unos objetivos parecidos y eso dio uniformidad a sus expresiones artísticas.
De entre todas ellas, Florencia era la mejor en todo: estabilidad, arte, política, literatura y, sobre todo, economía. Cada año, 16.000 piezas de tejidos finos eran exportadas a Venecia, y de ahí a toda Europa, desde los puertos de Pisa o de Livorno controlados por los Médici. Eso impulsó claro está a la ciudad de la laguna pero de paso provocó celos en otras familias pujantes, que decidieron convertir sus territorios en un paraíso para banqueros y artistas: los Sforza de Milán, los Gonzaga en Mantua, los Este en Ferrara, los Montefeltro en Urbino o los Malatesta en Rímini. Y el Papa en Roma evidentemente, que en esto cuenta como señor terrenal.
De esa bonanza económica nace la burguesía de las ciudades y, aunque para gustos hay colores, en general los buenos comerciantes suelen apreciar cosas parecidas, ya sea en Florencia o en Brujas, creando el primer estilo “uniforme” que responde a sus necesidades prácticas, y no sólo a la de presumir como la nobleza de toda la vida. Es por eso que, cuando uno entraba en una casa, por la pinta que tenían los muebles ya se sabía que era de un comerciante e, incluso, con qué comerciaba. Eso no sucedía desde que en la Antigüedad los comerciantes de estatuas exhibían sus mejores piezas en sus propios atrios o los de sedas colgaban sus mejores piezas en su propio triclinium.
Estas casas burguesas suelen seguir un mismo patrón de tres pisos: la tienda/negocio del comerciante en la planta baja, salones de recepción en la segunda y habitaciones propiamente dichas en la tercera. La mayor aspiración de los habitantes de esa casa era el confort y refinamiento para su propio disfrute. El noble medieval que se sentaba ricamente vestido en una dura silla de brazos, rígida, alta, oscura e insoportablemente incómoda a la par que impresionante, sólo para demostrar “yo soy el duque más chachi de la Cristiandad” está pasado de
moda en este mundo humanista. No es que los Médici no se sentasen en estupendos tronos de lujosa madera dorada, lo que pasa es que ahora le ponen un buen cojín de plumón de oca. No sé si me explico.
Las casas, incluso las aristocráticas, se amueblan buscando la funcionalidad a la par que el refinamiento. La proporción, la regularidad, son más importantes que la rigidez monumental (excepto quizá en las camas de columnas). El diseño decorativo y la estructura se armonizan en muebles de líneas rectas que tienden a la horizontalidad (como reacción al último gótico flamígero que buscaba la altura). La posición del mueble en una habitación también importa, no como en la Edad Media que con unos caballetes y cuatro tablas se montaba una mesa donde fuese. La decoración, en un principio más sobria, se enriquece conforme avanza el Cinquecento siempre con una base clásica romana.
Los materiales son variados, el auge comercial permite importar maderas de todo el Mediterráneo o del norte de Europa, y después las piezas se pintan, se doran, se esculpen, se incrustan… Quizá la técnica más famosa de la época es la
certosina, que viene siendo una marquetería con piezas de madera pero también de metal, hueso o madreperla. Este baúl de 1625 por ejemplo es de nogal y marfil

Los
cassone, los baúles donde la novia metía su dote y que se colocaban a los pies de la cama o contra una pared, ocupan un lugar importante ya que sirven también de asiento.
Mirad, si lo que queréis es saber de verdad cómo vivía la gente acomodada en aquella época, lo mejor que podéis hacer es daros un paseo por el Palazzo Davanzati de Florencia. Aquí os dejo una galería de Wikimedia con fotos del mobiliario y algunas vistas del interior
https://commons.wikimedia.org/wiki/Cate ... ina_Antica)



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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.