Caído en desgracia el Duque de Lerma la estrella declinó también para su palacio, como describiera Quevedo en sus versos, hasta el punto de que el Cardenal-Duque ni siquiera lo habitó en sus últimos años. Sí lo hizo, al parecer, el propio poeta tras la muerte del antiguo valido, y se dice que fue aquí prendido (hay más versiones) en aquella noche de diciembre de 1639 en que comenzó su particular calvario, todo por ciertas desconfianzas que levantó en el Conde-Duque de Olivares.
Fig. 5. El Duque de Lerma, por Pantoja de la Cruz. Colección Medinaceli De su matrimonio con Doña Catalina de la Cerda, hija del Duque de Medinaceli, Lerma tuvo, entre otros, a Don Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas, hijo primogénito, 1er Duque de Uceda, quien conspiró contra su padre y le sucedió en la privanza de Felipe III. Construyó y habitó el emblemático Palacio de los Consejos, en la Calle Mayor. Hermano del anterior fue Don Diego Gómez de Mendoza, casado brillantemente con la Condesa de Saldaña, y como tal heredera de la Casa del Infantado, y en su descendencia se perpetuó este título. El Duque de Uceda premurió a su padre, heredando su hijo Don Francisco ambos títulos, como también la Huerta del Duque. A su muerte, en 1635, ésta pasó con el título de Lerma a su hija primogénita, Doña Mariana, Duquesa consorte de Segorbe, mientras Uceda, mayorazgo de segundogenitura, lo heredaba la hija siguiente, Doña Feliche, que casaría con el Duque de Osuna. Doña Catalina de Aragón, hija de Doña Mariana, fue así Duquesa de Segorbe y Lerma, y casó con el Duque de Medinaceli en 1653. A partir de esta fecha la Huerta del Duque pasa a engrosar el patrimonio de la Casa de Medinaceli y acaba transformándose en su residencia principal en la Corte.
Fig. 6. La Huerta del Duque en el plano de Texeira, de 1656 Fig. 7. La Huerta del Duque en el plano de Texeira, detalle de la zona que daba a la Carrera de San Jerónimo Después de la labor constructiva del Duque de Lerma parece que sus sucesores no emprendieron grandes reformas, de manera que durante el resto del siglo XVII y buena parte del XVIII el complejo debió variar poco su aspecto, al menos la estructura del conjunto, como queda reflejado en las sucesivas planimetrías de Madrid, aunque sin mucho detalle. Queda dicho que la habitación principal de la huerta parece que quedaba reducida a la zona que daba a lo que hoy es la Plaza de las Cortes, estructurada en torno a un patio, más un ala que daba a la Carrera. Las zonas construidas se completaban con los mencionados conventos de capuchinos y trinitarios y algunas construcciones auxiliares para el servicio de la casa, y el resto de la finca se repartía en amplias zonas ajardinadas y huertas. Así se reconoce en los planos de Mancelli-De Witt y de Texeira con mucha similitud entre ambos, y en la vista de Baldi [figs. 4, 6, 7 y 8], y así parece que se mantuvo el conjunto hasta bien entrado el siglo XVIII.
A la muerte de María Luisa Gabriela de Saboya, Felipe V eligió el Palacio de Medinaceli para alojarse durante el luto.
Fig. 8. Detalle de una de las vistas de Madrid de Pier Maria Baldi, de 1668, con la Huerta del Duque de Lerma Es a mediados del siglo XVIII cuando se debió continuar el ala de la Carrera de San Jerónimo hasta cubrir todo ese frente con una fachada de unos 125 metros de anchura, en cuyo centro se situó la portada principal del palacio, aproximadamente en el mismo lugar en el que de antiguo había una puerta a los jardines de la huerta, visible en el cuadro y los planos mencionados [figs. 3, 4, 6 y 7]. El ala no aparece en el plano de Lotter de entre 1756-1760, pero sí en el de Chalmandrier de 1761. El primero se considera elaborado a partir de otros anteriores de hasta principios del siglo XVIII, por lo que el ala no tuvo que construirse necesariamente entre 1756 y 1761. Esta fachada aparece entre una serie de ilustraciones que recoge la ornamentación de diversas residencias de la nobleza con motivo de la subida al trono de Carlos IV (1788) [fig. 9].
Fig. 9. Ornato de la Casa del Excmo. Sr. Duque de Medinaceli. Foto: Foro Urbanity (Juanjo) Sin embargo no sé hasta qué punto este dibujo es fiel reflejo del aspecto que ofrecía el palacio en aquel entonces, pues no concuerda con otras representaciones posteriores. Quizá se trate más bien de una idealización, o quizá la nueva obra estaba aún en construcción y ese era más bien el aspecto que debía ofrecer según el proyecto una vez terminadas las obras…
El caso es que acaba el siglo XVIII, y avanzando el XIX encontramos el palacio representado vagamente en dos imágenes de mediados de la centuria, la fotografía que realizó Clifford de la Carrera de San Jerónimo [fig. 10], y la vista aérea de Madrid que pintó Guesdon con la antigua Plaza de Toros en primer término [fig. 11]. El palacio se ve poco y mal, pero se intuye (no voy a poner la mano en el fuego) que carece de la ordenación monumental del proyecto ornamental de tiempos de Carlos IV, incluidas las torres (esto seguro), y sí se aprecia que tiene mayor altura. Una tercera imagen de más o menos la misma época, el grabado de la Fuente de Neptuno de Parcerisa [fig. 12], muestra la estrecha fachada que da al Paseo de Prado austera y totalmente desornamentada. Si tal como se atisba en las dos imágenes anteriores la fachada principal tenía un tratamiento similar, hay que reconocer que el aspecto de ese frente del edificio debía ser impresionante por sus proporciones, pero bastante feo, con más apariencia de cuartel que de palacio. Sí tenía en la planta baja un tratamiento de almohadillado corrido que debía acentuar más aún la horizontalidad de la fachada.
Fig. 10. Carrera de San Jerónimo, por Clifford, hacia 1850. Foto: Foro Urbanity (Juanjo) Fig. 11. Detalle de la Vista Aérea de Madrid, por Alfred Guesdon, 1854 Fig. 12. Fuente de Neptuno, por F. Parcerisa, en Recuerdos y Bellezas de España. Foto: http://www.unav.es