Pues la cuestión parece ser que por la noble ciudad de Jaén vagan muchas tristes princesa moras llorando por su amado perdido, así que las pobres tienen que turnarse para aparecerse y lamentarse ante los asustadizos turistas, y también para poder elegir los inmuebles en los que aparecerse y creo que las pobres almas tienen un lío en si aparecerse en el antiguo Alcázar o en el Palacio de los Reyes Moros, luego Convento de Sata Catalina ...
Bueno y aquí os dejo la historia de este Palacio Moro
Real Convento de Santa Catalina Mártir (Santo Domingo) Jaen
Elegante edificio de orígenes medievales, pues en sus espacios se ubicaba el conocido con el nombre de "Palacio de los Reyes Moros". Siglos después, bajo dominación castellana, se transformaría en sede de los dominicos en la ciudad e Jaén. El convento, que tiene su origen en una fundación real, cuenta actualmente con un extraordinario claustro de corte renacentista-barroco, y es sede del Archivo Histórico Provincial de Jaén.
Su espacio fue sede del Tribunal de la Inquisición de Jaén, que fue fundado en 1.483, el tercero de los reinos castellanos en base al elevado número de judeoconversos que habitaban la localidad, es por ello que se inserta también su visita en la ruta por la historia judia de la localidad.
La elegante iglesia del Convento, con acceso desde la calle de Los Uribe, se encuentra en proceso de restauración por la Consejería de Cultura y será sede del futuro Centro Andaluz de Interpretación del Renacimiento. Posee un extraordinario claustro, construido en la segunda mitad del siglo XVI, su planta es cuadrada de 30 metros de lado y los arcos de sus galerías son arcos de medio punto sobre columnas pareadas de orden toscano; las galerías están cubiertas con bóvedas de medio cañón con lunetos. El cuerpo superior ofrece alternados vanos abalconados con elementos decorativos vegetales y ventanas con decoración alegórica; sobre la clave de los arcos centrales de cada costado se encuentran los escudos de la Casa de Austria, Orden de Santo Domingo, Fray Francisco de Vitoria y Don Juan Cerezo. Este claustro es de los mejores de la provincia del Santo Reino.
El Real Convento de Santo Domingo fue fundado en 1382 sobre el antiguo palacio morisco del gobernador de la Cora de Yayyán que el rey Juan I cedió a los dominicos, que crearon el Colegio de Santo Domingo. Una Bula del Papa Paulo III lo elevó a Estudio General del clero secular en la provincia de Andalucía, a raíz de la donación de cincuenta mil ducados que, mediante testamento, realizó, en 1503, el Ilustre Cavallero Veinticuatro de Jaén, D. Juan Cerezo y su esposa Doña Francisca Peñalosa. En 1629 adquiere el rango de Universidad de Seglares por Bula del Papa Urbano VIII, convirtiéndose en la Universidad de Santa Catalina Mártir. En el siglo XIX, tras la desamortización, pasó a ser Casa de la Beneficencia y posteriormente se convirtió en Hospicio de Hombres desde 1847 hasta 1970.
La Leyenda de este Palacio-Convento está ligada a la Leyenda de la princesa mora enamorada de un cristiano.
Corría el año de 1155. El rey Alfonso VII “El Batallador”, vino a sitiar Jaén tras haber tomado Andújar. Para ello dio órdenes precisas a sus capitanes, a fin de que vigilaran y cerraran el paso de los caminos que llevaban a la ciudad. En esa ocupación se encontraba D. Fernán Ventúrez, al que el Rey encomendó la vigilancia del camino de Granada, cuando cierta mañana decidió investigar las defensas enemigas, adentrándose por entre las huertas que riega el arroyo de Valparaíso, burlando la vigilancia de los soldados sarracenos que, apostados en los oteros, controlaban los movimientos de las tropas cristianas.
Por mala ventura, una joven mora que por aquellos andurriales se encontraba en compañía de otras tres moritas, se topó de bruces con el apuesto Capitán quien, sorprendido por el encuentro y por la singular belleza de aquella joven, quedó extasiado en su contemplación, en tanto que la moza, también abrumada por la gentil apariencia del Capitán, quedó paralizada entre el miedo y la sorpresa, desoyendo los requerimientos vehementes de quienes la acompañaban.
D. Fernán, que estaba apostado junto a un rosal silvestre de blancas flores, tomó una de ellas y, con gesto enamorado, se la ofreció a la Princesa, invitándola a que marchase junto a los suyos. Ella, ruborizada y con sus hermosos ojos albergando mil estrellas de amor, tapaba su rostro con una gasa transparente de delicados bordados y pedrería, mientras caminaba despacio y sin darle la espalda al caballero, hasta juntarse con sus compañeras, quienes, entre risas cómplices, tomaban el camino de Jaén, volviendo una y otra vez la mirada hacia aquel apuesto soldado que, ensimismado aún con los verdes ojos de su ya sentido amor, seguía apostado junto al rosal.
Durante tres días más se produjo el encuentro de los dos enamorados, aumentando con cada uno de ellos el sentimiento común que les embargaba; pero la envidia, tan mala consejera como cruel verdugo, sentó sus reales en aquella nefasta mañana: La Princesa fue delatada por una de sus doncellas y, apenas hubo rebasado la puerta de Granada, un piquete de soldados la siguió hasta el árbol del amor, y sorprendiendo a los enamorados, los prendieron y llevaron hasta el palacio real donde, a pesar de las súplicas y llantos de la Princesa, el Capitán fue conducido inmediatamente a las mazmorras del castillo, mientras ella era recluida en una habitación del palacio.
Transcurrían los días, y la joven enamorada rogaba insistentemente a sus guardianes que le dieran noticias de su amado; pero ante el silencio de aquellos, se le turbó gravemente el juicio y, entre llantos, pregonaba con gran vehemencia sus sentimientos. Cierta mañana dejaron de oírse tan sentidos lamentos. Sólo se escuchaba el rastrear de una pala, echando tierra sobre una fosa cavada en el jardín del palacio. Desde aquel día, son muchos los que han visto la figura transparente de una morita de ojos verdes, con gasa de delicados bordados y pedrería sobre su rostro, pasear su pena por el claustro del Convento, o buscar por las mazmorras del antiguo castillo, el halo de su enamorado Capitán. (Del libro de las leyendas de Matías D. Ráez Ruiz)