Almería había sido uno de los principales astilleros de al-Ándalus, una población importante de casi 30.000 habitantes, donde se fabricaban barcos estupendos y mucha gente vivía del mar. Al hundirse el orden, y sin nadie que garantizase el cumplimiento de la ley, gran parte de esos navegantes se convirtieron en piratas, lucrativo negocio tolerado por la autoridad local mientras atacasen a los cristianos y no a los musulmanes.
Almería se convirtió en refugio de piratas berberiscos como estaba sucediendo por todo el norte de África y Baleares. Desde Sicilia a Marsella, desde Gerona hasta Murcia, el Mediterráneo occidental no estaba a salvo de los ataques almerienses. Y no solo acosaban a los barcos, las poblaciones del litoral español e italiano era objetivo de sus ataques.
Como la piratería era un problema internacional, Alfonso VII convocó a todos los afectados. Génova y Pisa, que mantenían buenas relaciones con el condado de Barcelona, ofrecieron sus naves. El conde de Montpellier acudió como vasallo de León, Ramón Berenguer IV también apoyó a su cuñado y firmó una tregua con García Ramírez de Pamplona que también acudió a la llamada. El Papa otorgó a la empresa la categoría de cruzada.
La concentración de tropas fue espectacular: gallegos bajo el mando del conde Fernando Pérez de Traba, la caballería leonesa con el conde Ramiro Flórez a la cabeza mientras que los asturianos eran comandados por Pedro Alfonso. Y las huestes de Castilla "con mil dardos, buenos caballos, armaduras de hierro y paño, hablando una lengua que resuena como trompeta de tambor" y comandados por Álvaro, el nieto del mítico Álvar Fáñez. Acuden también portugueses, caballeros de Logroño, alcarreños y manchegos, extremeños al mando del conde Poncio de Cabrera seguido de las huestes de Martín Fernández, alcalde de Hita.
Con el Emperador cabalga el rey de Navarra que porta las insignias reales; Armengol de Urgel, Gutierre Fernández de Castro y Manrique de Lara (hijo por cierto de Pedro González de Lara, el que había sido amante de Urraca) completan el séquito.
En la primavera de 1147, uno de los más grandes ejércitos cristianos jamás visto en la península pasó por Calatrava, Andújar y Baeza. Mientras avanzan por tierra hacia Almería, por mar se aproximan los barcos de Génova, Pisa, Montpellier y Barcelona con sus señores al mando. Esta flota tiene como función bloquear el puerto e impedir la ayuda de cualquier pirata a la ciudad, después deben desembarcar a las tropas que acosarán desde el mar a los habitantes.
En agosto, Alfonso VII está en Córdoba, tratando de rendir la ciudad. Allí, el capitán de los genoveses le comenta que los piratas tratan de llegar a un acuerdo a cambio de cantidades ingentes de oro y que los catalanes están encantados de llegar a un pacto. El capitano Caffaro está totalmente en contra, no le cabe en la cabeza que alguien pretenda pactar con los musulmanes (en Hispania, después de siglos de guerra, las treguas y pactos eran cosa de diario). Finalmente, la ciudad será asediada hasta la rendición.
El 17 de octubre de 1147 Almería cede tras dos meses de confrontaciones. El botín fue espectacular, permitió cubrir los gastos de la expedición y enriqueció a todos los que participaron en ella. Nombrado Manrique Perez de Lara como gobernador, la ciudad permaneció en manos cristianas durante 10 años. Este momento es la cumbre del reinado de Alfonso VII, la Reconquista ha llegado al Mediterráneo.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.