En abril de 1330, mientras Carlos Roberto I, rey de Hungría, se hallaba en su palacio en Visegrado, un noble de nombre Feliciano Zách atentó contra la vida del rey. Según lo que se tiene entendido, la esposa de Carlos Roberto, Isabel Lokietek, habría ayudado a su hermano el príncipe Casimiro III de Polonia a seducir a Clara Zách, hija de Feliciano.
En medio de la ira, el noble habría irrumpido en un banquete de Carlos Roberto y herido al monarca. Isabel resultó herida en medio del caos mientras intentaba proteger a sus hijos cuando Zách se abalanzó sobre la mesa real tratando de atestar un golpe mortal al rey, causando una herida leve en la mano del monarca, pero mutilando cuatro dedos de la mano de la reina Isabel.
Uno de los siervos de la reina, Juan Pataki, consiguió detener al noble enardecido, que fue arrestado una vez que arribó la guardia real. Feliciano Zách fue asesinado y las partes de su cuerpo fueron enviadas a diferentes ciudades del Reino como advertencia a aquellos que quisiesen desafiar al rey. El hijo del noble fue atado con su siervo al rabo de un caballo y, luego de que murieron, sus partes fueron dadas de comer a los perros y cerdos en el mercado real. La hija de Feliciano, Sebe, fue llevada a la fortaleza de Léva donde fue decapitada. Su esposo murió por inanición encerrado en Tömölc. Los hijos de ambos fueron llevados por los cruzados a Rodas, donde fueron exiliados.
A su hija Clara Zách le cortaron la naríz, sus labios y ocho dedos. Luego la pasearon a caballo por todo el país, mientras que debía gritar que «ese era el castigo para el que traicionaba al rey». Después, fue ejecutada públicamente. Los demás parientes de Feliciano fueron o asesinados o exiliados.
El castigo propinado a la familia Zách fue un ejemplo extremo para consolidar la estabilidad y el respeto al poder real, además, muchos nobles sugirieron que su familia completa debía ser exterminada, beneficiándose así ellos en el reparto de las enormes propiedades de Feliciano Zách.
El momento del asalto a la familia real. Imagen de la Crónica Ilustrada húngara.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.