Se masca la tragedia... en fin, allá vamos, hacia el desastre
Mientras los reinos del norte están en pleno sarao, que dice Godoy, Yusuf II se dedica a hacer algo que los almohades no habían hecho todavía: construir un verdadero Estado. Para ello pacta con los más fanáticos entre los fanáticos, los malikíes andalusíes, que sólo aceptaban una interpretación del islam (la suya, claro) provocando el destierro de varios grandes sabios, entre ellos el pobre Averroes, al que por segunda vez pegan la patada fuera de Al-Ándalus. Eso sí, a Yusuf ahora nadie le discute el derecho a sangrar a la población a impuestos para mantener el ejército.
Mientras los embajadores de unos y otros llevan años cruzando el Estrecho para firmar paces y treguas varias que luego se saltan a la torera. Y es que en la Edad Media una tregua no es un pacto entre caballeros hasta sus últimas consecuencias, es sólo un tiempo de relajación en el que se prepara la siguiente guerra. La actividad diplomática es en realidad una maniobra de estrategia bélica para tomar una posición ventajosa antes del próximo conflicto.
Hemos tenido dos guerras y sus correspondientes periodos de paz:
La primera guerra entre 1158 y 1173, desde el comienzo del reinado de Alfonso VIII a la muerte del Rey Lobo.
La segunda guerra entre 1177 y 1190 que comenzaron los castellanos al romper la tregua para conquistar Cuenca.
Empezamos ahora la tercera guerra. Hacia 1193 la tensión aumenta y el califa almohade expulsa a los embajadores castellanos. La explicación oficial: las reclamaciones de Castilla son abusivas. La explicación oficiosa...
La culpa de todo la tiene el papa. Su objetivo: evitar que los cristianos peleen entre sí para que se centren en la lucha contra los musulmanes. ¿Cómo lo logra? El papa no tiene un poder "real", no tiene un ejército propio con el que imponerse, pero no tiene solamente autoridad espiritual... tiene algo más, un algo muy poderoso... El papa es la figura a la que las órdenes militares deben obediencia, por encima de los monarcas.
Así que cuando Celestino III pide en 1193 a las órdenes militares españolas que continúen la lucha contra los musulmanes, no les queda más remedio que obedecer, a pesar de que su santidad los pone en una situación complicada ya que los propios reyes firman treguas que sus mejores soldados se ven obligados a saltarse.
Y en el fondo el santo padre tiene más razón que un santo (chiste malo, perdón
) Quizá porque ve desde fuera como, mientras nuestros reyes andan a la gresca, Yusuf II hacía funcionar su maquinaria militar a todo trapo. Poco a poco, conseguirá abrirles los ojos a esta realidad y en 1194 tenemos la victoria de Celestino: el tratado de Tordehumos, Valladolid, donde el cardenal Gregorio contempla orgulloso la paz entre Castilla y León.
Se acordó que el rey de Castilla devolvería al monarca leonés las fortalezas que había ocupado durante la guerra entre ambos reinos: los castillos de Alba, Luna y Portilla. El resto de los castillos que habían sido ocupados por las tropas castellanas serían restituídos al reino de León tras la defunción de Alfonso VIII de Castilla: Valderas, Bolaños de Campos, Villafrechós, Villarmenteros, Siero de Riaño y Siero de Asturias. Los castillos que habían constituído la dote matrimonial de la reina Teresa de Portugal serían considerados propiedad del reino de León, a pesar de la separación de ambos cónyuges. Veis que León gana mucho con el pacto, ¿y Castilla? en caso de que Alfonso IX de León falleciese sin dejar descendencia legítima el rey de Castilla heredaría su reino, tampoco está nada mal.
Para garantizar el cumplimiento, esta vez sí, el acuerdo sería vigilado por las órdenes militares, que ya sabemos que dependen del papa: el Maestre de la Orden del Temple, por parte del reino de León, y el Maestre de la Orden de Calatrava por la de Castilla, se comprometieron a cuidar los castillos que fueron entregados por ambos reinos como garantía de la paz, disponiéndose además que los dos Maestres obligarían a los dos soberanos a mantener la paz entre ambos reinos.
Por desgracia, no es mucho lo que queda del castillo de Tordehumos
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.