La primea carga castellana se estampó contra lo benemires y zenatas con gran violencia, su objetivo era romperla línera, pero no pudo ser, los jinetes se quedaron atascados en la marea de enemigos y los que pudieron se dieron la vuelta para colocarse en la posición inicial.
La segunda carga tuvo el mismo efecto, la tercera por fin deshizo la vanguardia enemiga, matando a su comandante, y los voluntarios fanáticos musulmanes empezaron a huir hacia ese pequeño cerro del que os hablaba antes.
Las cosas pintan bien para el bando cristiano....
Sin embargo es una falsa impresión. La caballería cristiana está sola en medio del campo siendo un blanco perfecto para la maniobra preferida de los musulmanes: envolverlos con los flancos de caballería rápida. Don Diego López de Haro no es un jovencito imberbe sino un experimentado guerrero de unos 43 años, se conoce los trucos de los moros al dedillo, así que lanza a sus tropas contra una de esas alas para evitar que la tenaza se cierre sobre ellos. En circunstancias normales sería una contramaniobra perfecta, pero en este caso el ala andalusí era de una superioridad numérica aplastante. Pese a que don Diego ha realizado una maniobra perfecta según los libros de estrategia, la realidad es que no le servirá de nada.
La caballería cristiana se encuentra de repente en medio del infierno. Los musulmanes han cerrado la salida con su caballería ligera, los cristianos están rodeados, los arqueros sarracenos cubren el cielo de flechas. Llevamos tres horas de batalla bajo el sol del verano manchego. A causa del calor y la pérdida de sangre, la sed y la fatiga de los castellanos es extrema.
En vista de la situación, Alfonso VIII ordena avanzar al grueso de su ejército.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.