En la boda de Madeleine hubo muy poca representación por parte de las casas reales, aunque la presencia que más me sorprendió fue la de Charlene de Mónaco. Tuvo un perfil más jet set (por parte de la familia y amistades del novio y su madre) que royal.
Creo que España ya cumplió con la asistencia de toda la Familia Real (excepto el Rey Juan Carlos) a la boda de Victoria. La presencia de tantos miembros en la comitiva española fue poco usual, solo equiparable a la de la boda de Fred y Mary. Sin duda la intención clara era cumplimentar la asistencia de los suecos a las bodas de las Infantas y del Príncipe.
Es el segundo hijo de un rey reinante y si nos ponemos a comparar los invitados a las bodas de Joaquín de Dinamarca, Martha Luisa de Noruega, Constantijn de Holanda, Laurent de Bélgica o los chicos Luxemburgo, podemos observar que la representación varía mucho, pero hubo más ausencias que presencias. El trato que le están dando a la boda de Carlos Felipe, no se lo ha dado ni Lilibet a su hija Ana. No pueden pretender que asistan todas las testas coronadas de Europa y Asia. Lo más correcto si no guardan una relación familiar o de amistad, sería que asistieran invitados con el mismo rango que el novio y ya.
En el caso de las Infantas y el Príncipe Felipe, el Rey Juan Carlos tiró la casa por la ventana en todas las bodas y cursó invitaciones a todas las Casas reinantes y no reinantes.
Dicho esto, me encantaría ver asistir a los nuestros, pero en esta ocasión es excusable su presencia. Es que no veo ahí ni a la Infanta Elena, mucho menos si no va a asistir ni una quinta parte de la Familia Real griega, con la que ella siempre se codea en estos saraos. Distinto hubiese sido el caso de un heredero al trono, un familiar o un soberano (como ocurrió con Alberto de Mónaco), ahí sí una piensa que no deben faltar.
