Stop a la ambición femenina
Ha sido la directora catalana Isabel Coixet quien, en declaraciones a Yo Dona, ha manifestado: "El problema de las mujeres es que pedimos poco". Una declaración en toda regla que pone el dedo en la llaga sobre un tema que lleva tiempo intentando colarse en nuestro ideario, sin llegar a alcanzar el grado de interés suficiente tanto en los medios como entre las propias interesadas, que lo convierta en un debate que obligue a definir claramente cuáles son las fronteras que a las mujeres nos permiten luchar por alcanzar nuestros objetivos, del tipo que sean. Algo que está perfectamente asumido cuando se trata de un hombre.
Harta de oír cómo se menosprecia a aquellas que luchan por alcanzar un estatus social, laboral, político o económico, no me resisto a abordar esta cuestión porque creo que es injusto, muy injusto que se critique a las ambiciosas como si serlo fuera el mayor de los pecados. Algo que no se hace con los hombres, entre otras razones porque consideramos que es algo que va implícito en su personalidad, incluso si para llegar a alcanzar las cuotas de poder que ansían, no dudan en malmeter, presionar, acosar a su contrincante.
Son muchos los que no votaron a Hillary Clinton por considerarla demasiado ambiciosa, al tiempo que lo hacían por un personaje que, si por algo se ha caracterizado, es por sus desmedidas ansias de poder. ¿O alguien piensa que Donald Trump ha llegado donde ha llegado por su afán benefactor?. Ni mucho menos. Cosa parecida ocurre con la Reina Letizia, a quien se le juzga con tanta dureza, que a veces siento que esa crítica continua, desmedida, cruel a veces, se debe más a la envidia que al resultado de su labor junto a Felipe VI.
Hasta donde sé y mira que la observo con detenimiento, casi con lupa, se podrían contar con los dedos de una mano los errores que haya podido cometer en público desde que se diera a conocer su romance con el entonces Príncipe de Asturias. Y, sin embargo, apenas se le ha dado respiro para que se fuera haciendo con las riendas de un trabajo complicado, sobre todo si quien lo desempeña es una mujer que ni por un momento pudo llegar a pensar que algún día luciría sobre su cabeza la corona de España.
Y cuando lo consigue, los motivos por las que se le pone de vuelta y media son tan estúpidos como que la manga del vestido debería ir ser un centímetro más larga, incluso si el color de su pintalabios es el adecuado o no cuando quien está delante es un ministro o la mujer de un mandatario extranjero. Que estos sean los argumentos más utilizados para desprestigiarla, demuestra que pocos grandes errores debe haber cometido. Ahora bien, si de lo que se trata es de explicar a los ciudadanos que Letizia no es simpática con los colegas que con tanto detenimiento la analizan, que lo digan, pero de igual manera deberían decir que el Rey tampoco lo es.
Incluso podían incidir en que a veces los trajes que luce Felipe VI le quedan demasiado holgados. Tampoco nadie habla de los gallos que se le escapan cuando lee los discursos en su afán por leerlos correctamente. Pero de eso nadie dice ni mú, solo cuando se trata de Letizia, entonces sí, entonces todo vale, seguramente porque de sobra saben que ella aunque le duela no va a decir esta boca es mía, entre otras razones porque es la Reina de España y entre sus múltiples obligaciones está escuchar, y no debatir.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.