No se trata de no quedar bien, no es tan simple como eso. Tampoco se trata sólo de la Ley Orgánica que consumó la abdicación (Rubalcaba fue de los pocos a los que el Rey JC hizo conocedores de sus planes con al menos 3 meses de antelación) y que el espaldarazo del Congreso y el Senado fuese importante. También se frenó un debate sobre el
modelo de Estado que varias facciones de su propio partido exigían.
Fue de las pocas ocasiones en las que Gobierno y oposición trabajaron codo con codo para facilitar las cosas en un momento muy crítico, tan crítico como que acabó en una abdicación forzada, no deseada, y dónde las elecciones europeas mostraban la contundente incursión de Podemos en el panorama político e institucional.
Una abdicación sin el apoyo de las Cámaras, es decir una no abdicación, hubiese creado un problema cuyas consecuencias ni siquiera hoy se podrían prever. Una parálisis entre el Rey que se quería ir y las Cámaras que no lo aceptaban porque creían que debía responder por todo lo que estaba sucediendo con él, su familia y su Casa. Prácticamente una situación de
impeachment, lo que hubiese sido gravísimo y lo nunca visto en un monarca europeo, en la historia reciente y democrática.
Del mismo
modo la ley con tan sólo el apoyo mayoritario, pero raspado, de las Cámaras, hubiese supuesto de cara a la ciudadanía y a nuestra imagen en el mundo, que la monarquía tenía un apoyo irrisorio en España, algo que el Rey Juan Carlos quería evitar a toda costa. No se podía perder el apoyo de la socialdemocracia o del principal partido de izquierdas. Eso es un suicidio para una monarquía parlamentaria, precede al anuncio de su abolición. Porque, ¿quién hubiese podido parar posteriormente y con qué argumentos lógicos la petición y posterior celebración de un posible referéndum? ¿Quién, si se demostraba desde el poder legislativo que la máxima institución del Estado no gozaba, en algo tan nuclear y trascendental, del máximo apoyo de los representantes de los electores y por ende de la mayoría de españoles? Esa hubiese sido la mejor motivación y justificación, la más irrefutable de todas las esgrimidas por el republicanismo en los cerca de 45 años de monarquía. Podría haber sido servida en bandeja de plata.
No hay que tomarse esos días como algo baladí. Menos mal que la Casa no lo hace. Eso demuestra que son conscientes de lo que se jugaron entonces, de lo mal que estaban las cosas y a quien tenían al lado para ayudar a superarlo y tratar de enmendar todo lo enmendable. Es la mejor forma de evitar que vuelva a repetirse algo así.
Personalmente recuerdo esos días, el del anuncio de la abdicación y los posteriores, con mucha angustia. El apoyo del Gobierno estaba asegurado pues fue Rajoy quien anunció la decisión del Rey Juan Carlos, y todo a pesar de que en el propio PP había voces que cuestionaban muchísimo los últimos años de reinado y que estaban sentados en el hemiciclo con voz y voto. Ser de derechas no implica ser monárquico o ser un monárquico ciego y pusilánime.
Faltaba por pronunciarse el
PSOE y Rubalcaba salió raudo y veloz a afirmar que estaba todo decidido y que lo apoyaban, que él mismo se comprometía a asegurar que la abdicación marchase bien. Fue tan contundente porque conocía desde hacía meses cual era la intención del Rey Juan Carlos, estaba todo planeado porque, si no, se habría marchado y habría dejado la política como tenía pensado hacer. Eso fue un alivio que acabó con la angustia, a pesar de que los días posteriores Rubalcaba se tuvo que enfrentar a voces discordantes que le exigían libertad de voto y debates sobre monarquía o república. Pero él fue implacable porque entendía que era una cuestión de Estado.
Hoy, cuando ya no hay hombres de Estado, cuando los políticos hacen todo lo posible por aferrarse al poder y al escaño, cuando se mueven al son de lo que gritan las calles (que no siempre es lo mejor para el país) y con un parlamento cada vez más polarizado, quizás ese histórico junio de 2014 no saldría bien.