La historia
moderna de Rumanía es breve, pero sumamente rica y agitada.
En 1866, el fundador de la dinastía, Carlos Primero, de la antigua familia de los Hohenzollern-Sigmaringen, subía al trono de Rumanía que, en aquel entonces, estaba formada solamente de 2 de las 3 grandes provincias históricas rumanas.
Carlos Primero tuvo un largo reinado, le faltaron 4 años para cumplir medio siglo, al frente del país.
En el último tiempo, los especialistas no cesan de alabar los logros del primer rey de Rumanía.
Bajo su cetro, Rumanía recorrió un maravilloso proceso de
modernización, llegando a ser un país europeo del nivel, e incluso, por encima del nivel de Occidente.
Buen administrador, muy laborioso y serio hasta la austeridad, el rey Carlos Primero lo hizo todo detenidamente, para poder perdurar en el tiempo.
Así, el primer rey de Rumanía, ya desde el comienzo, buscó el lugar idóneo para crear una cuna dinástica, el lugar donde construir el castillo para los nuevos reyes.
Lo encontró en Sinaia, ciudad situada en medio de los montes Cárpatos, no muy lejos de la Capital, Bucarest, y, dicen, que vendió un castillo en Alemania, para poder comprar el terreno en Sinaia.
En la construcción del castillo de Peles se trabajó durante casi todo el reinado de Carlos Primero, fundador de monarquía y dinastía.
El castillo, construido al estilo neorrenascentista alemán, residencia de verano de la realeza rumana, figura entre los más visitados edificios históricos de nuestro país.
Asombra por el detalle artístico, recupera la falta de siglos de antiguedad y gusta debido a su ambiente de residencia familiar.
A lo largo de tiempo, en el castillo de Peles, se escribió mucha historia: nacieron, allí, reyes y príncipes de Rumanía; ministros y hombres políticos emblemáticos acudieron al alrededor de los monarcas y tomaron decisiones transcendentales para nuestro ser nacional.
Carlos Primero pasó sus últimos días en el castillo de Peles, y al trono de Rumanía subió su sobrino Fernando, al que había designado como sucesor.
Llegaron los turbios años de la primera guerra mundial. Y Fernando se convirtió en Reintegrador, por cuanto, trajo a Transilvania, la tercera provincia histórica rumana, dentro de las fronteras del Estado nacional, nacido en 1818.
De
modo que, el castillo de Peles llega a situarse, incluso geográficamente, en el propio centro de Rumanía.
Después de la Segunda Guerra mundial, Rumanía fue cedida a la esfera soviética de influencia y al régimen comunista.
80 años después de la subida al trono del rey Carlos Primero, su sucesor, el joven rey Miguel, se vio obligado a emprender la vía del exilio.
El castillo de Peles, cuna de la dinastía rumana, llegó a ser museo, y, el dictador Ceausescu, incluso lo cerró al acceso público, en los últimos años de su régimen.
En 1989, el comunismo fue apartado, por el sacrificio de los jóvenes, que salieron a la calle para conquistarse el derecho al futuro y la libertad.
Quiso Dios que Miguel, el rey ahuyentado en 1947, sobreviviera a los tiempos y a los regímenes políticos, y resistiera también a la transición postcomunista, que no se portó de manera muy elegante con la familia real y con el único jefe de Estado todavía en vida del período de la Segunda Guerra Mundial.
Estos días, el Rey Miguel compareció, nuevamente, en el balcón real de Peles, en tanto que propietario de derecho de la cuna de sus ancestros, la realeza de Rumanía.
Esta hipóstasis y todos los actos de Sinaia tienen una enorme carga simbólica: aparecen como un juego en el tiempo con la historia. El retorno del rey al castillo de Peles es prueba de que la justicia triunfa.
La presencia del rey, en Peles, pasa a ser un hecho de normalidad.
Es la normalidad del retorno de cada uno a su “castillo”.