El personaje más importante de la Asturias de la época era el conde Gonzalo Peláez, un protegido de la reina Urraca a cuya costa se forró y adquirió tal poder e influencia que se le subió a la cabeza y pensó: ¿y por qué no me hago independiente? La cosa es que sangre real tenía y de buena calidad: sus padres fueron el magnate asturiano Pelayo Peláez (fallecido entre 1092 y 1095) y Muniadona o Mummadona, hija del conde castellano Gonzalo Salvadórez. Su padre fue hijo del conde Pelayo Fróilaz «el Diácono» (hijo, a su vez, del conde Froila Jiménez) y la condesa Aldonza Ordóñez, ésta última hija legítima del infante Ordoño Ramírez «el Ciego» y la infanta Cristina Bermúdez, hija del rey Bermudo II de León y de la reina Velasquita Ramírez (aquella que le tiraba los tejos a Almanzor desde su aburrido convento)
Al morir la reina la cosa fue más o menos bien y el conde se mantenía contento en sus posesiones pero hacia 1132, cuando el monarca estaba en el fonsado preparándose para luchar contra los musulmanes, el conde se hace fuerte en Tudela, cerca de Oviedo, y se declara alegremente el rebeldía.
Inciso: el fonsado es el ejército o hueste o el lugar en el que el ejército se reúne primero para prepararse y luego para luchar; es decir una villa, a los pies de un castillo, un campo o la primera línea de batalla en cualquiera de esos lugares. La fonsadera es el impuesto que el rey (y sólo el rey) cobra para mantener al ejército y que es tal que “si no quieres acudir en armas a mi llamada me pagas x dineros”, o sea, que si te quieres librar de la mili en vez de declararte objetor de conciencia sueltas las monedas de plata y en paz.
Y ahora empieza la juerga padre, cada vez que el conde rebelde se encierra en un castillo y se hace fuerte, llegan Alfonso y Suario y lo asedian, lo rinden y lo empaquetan rumbo al rey que, sin que sepamos muy bien por qué, le perdona. Y como es natural, vuelta la burra al trigo. De esta manera don Gonzalo va entregando todas sus fortalezas: Tudela, Gozón, Buanga… hasta que le queda sólo la de Proaza, donde se ve con el agua al cuello porque Suario y Alfonso ya no se andan con bromas. El obispo de León hace de mediador y el rey, como un zoquete, vuelve a perdonarle con la condición de que resida en la corte, y don Gonzalo vuelve a largarse tras saltarse sus promesas a la torera y se rebela dos veces más.
El conde Alfonso, hasta las narices del tipo, lo saca de Buanga hecho un ovillo de cadenas. El rey lo destierra a Portugal y… consigue de Alfonso Enríquez tropas para soliviantarse otra vez ¿qué se esperaban? Al final se muere de fiebres en plena rebelión dejando descansar en paz los cascos de los caballos de los condes, que ya llevaban kilómetros encima los pobres
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.