Voy a hacer un paréntesis para hablar de algo que me pareció muy interesante con la llegada de Maximiliano y Carlota a la ciudad de México. Muchos deben conocer que se les instaló en el ala norte del Palacio Nacional (llamado Imperial durante su reinado), pero que fueron atacados por las chinches en la cama y por eso decidieron mudarse inmediatamente del lugar. Pues bien, resulta que no solo las chinches molestaron a Sus Majestades, sino que el edificio en sí mismo les parecía un viejo castillo asolado por el tiempo y la despreocupación republicana, ocupado por varias instituciones como los Correos, la Casa de la Moneda y algunos Ministerios. No encontraban una sola habitación digna de convertirse en recámara y mucho menos que brindara un espacio de solaz lejos del bullicio de la Plaza Mayor (hoy Zócalo) y el tañir de las campanas de todas las iglesias del rededor.
Es por eso que dos días después se pusieron a la búsqueda de una residencia privada, ya que el Palacio Imperial seguiría fungiendo como sede de la monarquía y el despacho oficial del Emperador. Entre las opciones se barajó el Palacio de Minería, un edificio de estilo neoclásico que recuerda a escala las grandes estancias palaciegas parisinas, pero aún se encontraba en el centro de la ciudad y, por tanto, del bullicio de la calle.
El tercer día conocieron el apartado Castillo de Chapultepec, al que viajaron Maximiliano y Carlota por espacio de unos 20 minutos. Al llegar, según las memorias del jardinero austriaco que los acompañaba, uno de los soldados distraído y absorto en las plantas exóticas que rodeaban el edificio, mostró sin querer ese lugar en el que la espalda pierde su buen nombre, situación que sin duda sorprendió a la Emperatriz pero de la que muy decorosamente y sin escándalo hizo que se haga cargo el jardinero.
Parecía que habían encontrado un lugar perfecto, romántico como su Miramar de Trieste, pero con vista al valle de México; alejado del bullicio de la capital pero aún así lo suficientemente cercano para que Maximiliano viajara a diario a su oficina; y al haber sido ocupado anteriormente por la Escuela Militar, contaba con accesos resguardados e instalaciones más
modernas que el viejo palacio Virreinal convertido en Nacional y ahora en Imperial, que tanto deseaban abandonar.
Sin embargo, Chapultepec había permanecido desocupado desde la época de la invasión estadounidense, y las condiciones de deterioro eran evidentes, las pintura se salía de las paredes, los yesos decorativos se encontraban esparcidos por el suelo, el mismo piso presentaba huecos y rayones en las maderas. Aún así, para los Emperadores estaba en mejores condiciones que su residencia oficial, y no dudaron en mudarse inmediatamente y emprender las reformas necesarias con arquitectos primero mexicanos y después austriacos y franceses.
Una imagen del Palacio Imperial en tiempos de Maximiliano y Carlota. Captura del fotógrafo de la Corte en 1865.
El Palacio de Minería, una de las opciones para convertirse en residencia privada de los emperadores Maximiliano y Carlota. La fotografía es de inicios del siglo XX.