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Tomás Felipe Riera, 1er Marqués de Casa Riera, fue hijo de una humilde familia campesina originaria de Sant Vicenç de Llavaneres que se estableció luego en Barcelona, donde su padre fue galonero de seda a finales del siglo XVIII (es decir, que fabricaba galones, esos adornos, como cintas, de los trajes de entonces, y que se perpetuaron en los trajes militares).

Felipe acabó en Madrid prosperando como comerciante, consiguiendo diversos oficios de jugoso rédito, como el arrendamiento de los derechos de puertas de Madrid o el asiento de la Armada; lo primero venía a ser la gestión de los impuestos que generaba el paso de mercancías por las puertas de las antiguas murallas (más bien cerca) de la capital, y lo segundo la gestión del abastecimiento de víveres u otros géneros para el Ejército. Fue además Tesorero del Infante Don Francisco de Paula. El éxito en sus negocios le llevó a probar suerte en la banca en una época y en una España en que había pocos oficios más decentes que el de honrado especulador, terminando así por labrarse una notable fortuna en no muchos años. Supo además relacionarse bien en la Corte, contando entre sus contactos con los futuros marqueses de Remisa y Santa Isabel, pero parece que tuvo la habilidad de no mezclarse demasiado en política, sólo lo justo para medrar, aun llegando a ser más adelante Diputado y Senador… sin duda un tipo inteligente.

Estas buenas conexiones cortesanas le valieron ser agraciado con la cesión, por parte de Fernando VII, de más de 20.000 hectáreas en las marismas de Isla Mayor, en Sevilla, antes bienes comunales, con la única condición de poner aquellas tierras en valor. No lo hizo, y el Ayuntamiento de Sevilla le puso pleito para revocar la cesión. El pleito se eternizó durante décadas, y las cosas siguieron como estaban hasta que muchos años después sus herederos vendieron las tierras a los ingleses.

Poco después el mismo Fernando VII le quiso distinguir con la Orden de Carlos III, toda una conquista social para el próspero banquero… pero resultó que el ingreso en la Orden requería pruebas de nobleza, y para salvar este escollo no quedó más remedio que falsificar el árbol genealógico de Felipe, haciendo pasar al hijo del humilde menestral de orígenes payeses por vástago de un linaje de hidalgos asturianos…

Finalmente, en 1834 Riera alcanzó la cúspide de su ascenso social, y seguramente de sus propias expectativas, al serle concedido por parte de la Reina Regente el título de Marqués de Casa Riera, lo que le valió ser, además, Diputado y Senador.

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El Marqués de Casa Riera compró en Madrid la conocida como “Casa de los Alfileres”, una mansión en la calle de Alcalá que había pertenecido antes a la Casa Ducal de Abrantes y a varios ilustres personajes, y que Riera se encargó de mejorar y hermosear con gran lujo; se hizo además con el vecino solar del convento de las Baronesas, y en él creó un nuevo jardín…

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Todo esto lo disfrutó poco, pues acabó marchándose a París, y aunque debió regresar de forma esporádica y fugaz, finalmente decidió instalarse en suelo francés por el resto de sus días, negándose, ya anciano y ciego, a volver a España. Su sobrino lo recordaba en esa época como un hombre de gran inteligencia, amante de la vida social a pesar de su ceguera, y del teatro, al que acudía todas las noches. Durante el sitio de París del año 71 se marchó a Bélgica, pero su sobrino mayor quedó en su residencia parisina, donde hizo instalar un hospital de sangre. Murió el marqués en París en 1881 sin haber vuelto a cruzar la frontera en treinta años. Fue enterrado en el emblemático cementerio de Père-Lachaise, donde se conserva su panteón, de aspecto un tanto onírico, si no inquietante, con planta circular y cúpula coronada por las armas familiares y la corona de marqués. Cuatro búhos velan por el eterno descanso de su señor.

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Había casado Riera con Raimunda Gibert y Abril, hermana del marqués de Santa Isabel, retratada por Sébastien Melchior Cornu en fecha indeterminada, y por Vicente López en 1833, en un óleo que supongo debía hacer pareja con otro retrato del marqués que pintó el mismo artista, pero que no he podido ver. No hubo sucesión de este matrimonio.

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La prensa de la época cifraba la herencia dejada por el viejo marqués en unos 120 millones de pesetas. El grueso de esta herencia pasó a sus sobrinos, mientras que diversas mandas incluidas en el testamento beneficiaron también a la familia de su esposa, a sus criados, a una ahijada, a varias instituciones benéficas de Madrid, y a los pobres de París y Sant Vicenç de Llavaneres; después de todo, el marqués sin escrúpulos, que renegó de sus antepasados para alcanzar la Nobleza, no se había olvidado de sus orígenes.

Los sobrinos del Marqués, ya entrados en años, eran los tres hijos de su hermana Rosa, casada con Vicente de Mora y Boet, matrimonio que ya había fallecido hacía muchos años. El heredero del título debía ser José, el mayor, pero murió dos meses después que su tío, y no consta en ninguna parte como Marqués, sucediendo finalmente el hermano segundo, Alejandro; el tercero se llamaba Gonzalo, murió pocos años después y acabó perpetuando el linaje familiar.

Alejandro Mora y Riera, 2º Marqués de Casa Riera, nació en Barcelona en 1823. Su padre murió pronto, y su madre siendo él aún joven, de forma que los tres hermanos acabaron bajo la tutela de su tío Felipe. Estudió Derecho, alcanzando el doctorado, y ejerció durante un tiempo la abogacía de pobres. Acabó marchando a París con su tío, para perfeccionar el francés, y luego entró en el mundo de la Banca, haciéndose cargo también de la administración de los bienes del marqués. En los últimos años ya siempre vivió con el anciano, y estuvo junto a él en su lecho de muerte, junto a los sobrinos de Raimunda.

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Se hizo así Alejandro Mora con un título nobiliario y una opulenta fortuna. Al igual que su tío mostró predilección por París, y poco interés por la política, de forma que teniendo derecho al cargo de Senador del Reino acabó por renunciar sin poner un pie en España. Continuó habitando el hotel de la Rue de Berri donde había vivido con su tío en sus últimos años, reuniendo allí una gran colección de obras de Arte, pues fue un reconocido mecenas, y solía destinar gran cantidad de dinero a la beneficencia, llevándole su filantropía a financiar importantes proyectos culturales y educativos en el Norte de África.

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Así fue transcurriendo plácidamente la vejez del segundo marqués en la capital del Sena, y entonces, en 1904, estalló el escándalo, ¿era el marqués un impostor? De la nada apareció un individuo llamado Pedro Riera, que decía ser pariente del primer marqués y denunciaba que Alejandro era un impostor que había usurpado la identidad del verdadero sobrino del marqués, muerto muchos años antes en misteriosas circunstancias. El caso excitó rápidamente la curiosidad popular, que creció exponencialmente a medida que avanzaban las indagaciones de la Justicia; si en principio Alejandro de Mora, y la mayor parte de la prensa seria, se habían reído de la ocurrencia de aquel personaje, pronto la situación cambió a medida que se iban conociendo nuevos detalles del caso que iban tejiendo la sombra de la duda sobre la figura del hasta entonces respetado prócer español.

Así, se supo que la mayor parte de las personas interrogadas, personas que habían tratado a la familia Riera muchos años atrás, negaban conocer a Alejandro o no lo reconocían como el sobrino del primer marqués que ellos habían conocido. Volvió entonces a la palestra la renuncia del marqués a su acta de Senador del Reino de España, a la que tenía derecho, porque prefirió vivir en Francia, lo que unido al hecho de que había construido en Madrid un magnífico palacio, con fama de embrujado, que jamás había visitado, levantó las sospechas de que evitaba regresar a España para que no se descubriera el engaño. También llamó la atención el hecho de, sobrepasando ya los 80 años, su aspecto físico no aparentaba más de 60. Las pruebas caligráficas también dieron un resultado negativo. Además, careciendo casi de familia, salvo unos sobrinos a los que apenas conocía y que apenas le conocían, no se podía acudir a parientes directos que atestiguasen su identidad. De hecho, cuando se instaló en París con su tío este estaba completamente ciego, por lo que ¿realmente podía saber el anciano quién era aquella persona?

Todo se ponía en contra suya, el escándalo acabó llegando a España, y entonces, cuando parecía que todo estaba perdido, el denunciante desapareció como había aparecido, el caso, sin más, fue archivado y la prensa no volvió a mencionar el caso, no faltando quien sospechara de la precipitación con que el escándalo había quedado silenciado desde las altas esferas. Alejandro de Mora y Riera, o quien quiera que fuera realmente, pudo finalmente respirar tranquilo y seguir disfrutando de su fortuna los últimos años de su vejez, hasta su fallecimiento en 1915.

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Uno de sus sobrinos antes citados, también llamado Alejandro, heredó el título y la fortuna, tampoco habitó el palacio madrileño de la calle de Alcalá, a pesar de que ya sí vivió en España, donde se instaló con su flamante esposa francesa. Al poco la marquesa desapareció, y los madrileños creyeron a pies juntillas que el tercer marqués había asesinado a su esposa y la había enterrado en el jardín del palacio deshabitado. El marido sospechoso no tardó en vender el palacio, que fue inmediatamente demolido; sobre los antiguos jardines se construyó el actual Círculo de Bellas Artes, obra maestra de Antonio Palacios, mientras que el solar del edificio permaneció muchos años sin edificar. Al poco de fallecer el marqués, muchos años después, se conoció la muerte de su esposa en Francia, donde al parecer regresó precipitadamente después de separarse de su marido, así que después de todo el pobre caballero no había matado a nadie...

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El palacio me lo voy a reservar porque igual le hago un tema aparte, depende del material que consiga recopilar, pero sirva este botón como muestra. Os recuerdo que hablamos del palacio que el segundo marqués hizo construir en 1893, que nunca fue habitado y que fue demolido alrededor de 1920. En el solar del jardín se construyó el Círculo de Bellas Artes, y en el solar del edificio se construyó otro edificio moderno. Entre medias se abrió la calle del marqués de Riera. A su vez este palacio había sido construido sobre el solar de la Casa de los Alfileres, que había sido comprada y reformada por el primer marqués.

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Como el tercer marqués no tuvo descendencia, heredó el título su hermano, Gonzalo de Mora y Fernández del Olmo, que fue así cuarto marqués de Casa Riera. Este compró otro palacio en la calle Zurbano al poco de casarse, lo amplió, y esta fue la residencia de la familia durante casi todo el siglo XX. Igualmente me lo voy a reservar por si da de sí para un tema propio (seguro que sí porque incluso hay un trabajo publicado online por el Menesterio de Fomento), pero pongo alguna imagen para quien no lo conozca. Hoy es conocido como el Palacio Zurbano, y pertenece al Estado.



La verdad es que no sé si estos palacios han salido ya en el foro...

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Y por hoy lo dejo con este aterrador documento que muestra a Gonzalo, Fabiola y Jaime de Mora y Aragón en una instantánea de 1930. Digo aterrador, no por el peinado de Fabiola, que es casi peor que el que llevó de adulta, sino por el gesto de las pobres criaturas, que se ve que para que se estuvieran quietos ante la cámara les debían de estar amenazando con las penas del Infierno... En el pie de foto original dice Alejandro, Fabiola y Jaime, pero Alejandro, según la fecha que yo tengo, no había nacido aún, así que debe ser Gonzalo. Lo raro es que luego efectivamente naciera un Alejandro en la familia, así que no descarto que la fecha que yo tengo esté mal... En fin, no sé...

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