Esta la conoceréis seguro. Es la corona de hierro que se guarda en la Basílica de San Juan Bautista de Monza (Italia) donada por la reina Teodolinda. Un aro de hierro de apenas un centímetro de anchura y quince de diámetro que nunca se ha oxidado y que según la leyenda es uno de los clavos con los que los romanos crucificaron a Jesucristo. Con los años le fueron añadiendo láminas de oro grabado, esmaltes bizantinos y piedras preciosas.
Se dice que el aro poseía facultades divinas como el de poner en contacto al poseedor por derecho con Dios. También daba claridad y juicio al pensamiento a su portador, sin olvidarnos de que quien la ciñera en sus sienes sería un protegido de los cielos.
Ambrosius, historiador militar cuenta:"Elena buscó los clavos con los que nuestro Señor fue crucificado y los encontró. Con un clavo mandó hacer una bocado y con el otro una corona" Así, el primero en utilizarla fue Constantino, emperador romano de Bizancio. Después de él, ya enriquecida con joyas, la portaron algunos emperadores de Alemania y de Austria, como Barbarroja o Maximiliano, y también Carlomagno, Carlos V (en 1530) y Napoleón I. Ninguno permitió que nadie excepto ellos tocase la corona debido a su condición de reliquia y a su simbolismo.
A Hitler también le apeteció mucho echarle el guante a esta joya, se ve que le tiraba lo esotérico, después de todo jamás ha recibido un tratamiento protector y después de dos mil años (estimación de expertos sobre la antigüedad de la corona interior) no se ha oxidado, algunos dicen que por haber estado en contacto con la sangre de Cristo.
Acabo de tener una charla muy instructiva con mi padre que es experto en el tema metales. El hierro (Fe) incluye un 2% de manganeso, un 1% de silicio, un 2% de carbono, azufres y fósforos. Estos elementos son los que lo hacen maleable pero tienen tendencia a oxidarse. Cuando fundes hierro, la primera colada elimina estos elementos y el hierro se hace muy puro pero muy frágil, se puede oxidar (toma un color rojizo) pero no se corroe. Eso es lo que le pasa a esta corona. Evidentemente esa fragilidad no vale para las espadas, por eso se forjan a martillazos una y otra vez y se calientan para luego enfriarlas muy rápido, eso aporta carbono, que vuelve el material duro y flexible para el combate, osea, acero al carbono, pero también es lo que hace que después de cientos de años aparezcan espadas en excavaciones arqueológicas con los filos dentados y corroidos.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.