El califa Abd al-Rahman III regresa a Córdoba profundamente afectado por el fracaso de su Campaña del Poder Supremo, que costó numerosas vidas y la pérdida de bienes materiales de valor incalculable.
En el
Muqtabis V se detallan las etapas de la vuelta: Guadalajara, donde el 27 de agosto se escribe la crónica de la batalla del barranco; Toledo, donde descansaron 4 días; Malagón y Guadalmellato. A su llegada a Córdoba el 14 de septiembre, el soberano encontró crucificado por orden suya al traidor Furtún ibn Muhammad. Crucificado en la puerta de la alcazaba, pero aún con vida a pesar de que le habían cortado la lengua, el califa detuvo su caballo para insultarle y recriminarle su traición. En la cruz, Fortún movía la mandíbula emitiendo sonidos angustiosos en un desesperado intento por responder a los insultos. Sin poder articular palabra, llegó a juntar sangre y saliva suficientes para escupir al califa, al que casi alcanzó. La acción sorprendió a toda la corte y ofendió a Abd al-Rahman, que ordenó rematarlo al instante con una lanza. Probablemente le ahorró un gran sufrimiento al moribundo señor de Huesca, que fue genio y figura hasta la sepultura

Trece días después, con ocasión de la celebración de una fiesta, el califa preparó un alarde de su ejército, a pesar de que éste no tenía mucho de lo que alardear (eso debería haber puesto sobre aviso a los nobles árabes) La concentración de las tropas se realizaría junto a la puerta de as-Sudda, frente al edificio con terrazas construido como ampliación del palacio (donde hoy está el llamado Alcázar de los Reyes Cristianos) Desde la terraza donde presidía la ceremonia el califa ordenó preparar 10 cruces. Una vez formada la tropa y en presencia de numeroso público, Abd al-Rahman III ordenó a la guardia sacar de la formación a 10 caballeros que él mismo había identificado entre los que huyeron en la batalla del barranco, para su crucifixión inmediata. Hizo oídos sordos a sus súplicas de socorro y perdón mientras algunos de los condenados recordaban a gritos las hazañas protagonizadas en otras ocasiones al servicio del califa. Todo fue inútil. La muchedumbre quedó absolutamente horrorizada ante el espectáculo. EL soberano se limitó a recitar un breve discurso en el que advertía de las consecuencias de la cobardía, ordenó alancear a los crucificados y se retiró de la terraza.
Estas son las acciones del hombre que se ha convertido en el imaginario popular en el símbolo de la convivencia de las tres religiones, del lujo y brillo de la corte de Córdoba, de la cultura, la medicina y la filosofía, el hombre que por amor levantó una ciudad a su concubina, etc. mientras los "bárbaros" eran los crisitanos del norte.
En la historia no es oro todo lo que reluce, ni cierto todo lo que dicen los libros. Por eso siempre hay que acudir a las fuentes originales, donde la gente que lo vivió lo cuenta tal cual pasó, para que nosotros tomemos nota de ello.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.