En el Alcázar Real de Guadalajara podemos establecer tres etapas diferenciadas: Alcázar de los Omeya, del siglo VIII al XI; Alcázar de los Reyes Cristianos, del siglo XII al XIII; y Alcázar Real, del siglo XIV al XV, atendiendo al diseño, distribución y uso de sus dependencias y recintos fortificados.
En el año 1085 Guadalajara pasó, como integrante de la taifa de Toledo, a formar parte del reino de Castilla. Su incorporación a los territorios de Alfonso VI fue pacífica; sin que se sucedieran maniobras militares, ni asedios bajo la amenaza de la incipiente artillería que pusieran en peligro o dañaran sus murallas y fortaleza.
En este contexto, debemos suponer que el Alcázar se mantendría intacto, acomodado y decorado al gusto y costumbres islámicas de sus anteriores moradores. Tan sólo los primeros ocupantes castellanos se ocuparían de alterar el oratorio musulmán con que contaba en templo cristiano. Quizás por ello, los cronistas del siglo XVII sitúan la fundación de la capilla de San Ildefonso en tiempos de Alfonso VI y le responsabilizan de su construcción.
Según algunas crónicas andalusíes, aquel primitivo castillo de Guadalajara y sus murallas estaban construidos con sólidos mampuestos de piedra que permitieron la resistencia contra los almorávides. Aquí pasaron alguna temporada la reina Berenguela, Fernando III, Sancho IV, Alfonso XI, y las infantas Berenguela de Castilla –hija de Alfonso X– e Isabel de Castilla –primogénita de Sancho IV y María de Molina–, ambas señoras de Guadalajara.
La construcción más antigua tuvo planta casi cuadrangular, con torreones circulares en las esquinas y en el intermedio de los flancos; conservándose únicamente los dos cubos del frente meridional. Este primer edificio contaba en el eje de su fachada sur con una gran torre cuadrangular, proyectada hacia el exterior, en la que se ubicaba la puerta de acceso con un pasillo en codo, típico de todos los castillos. Este tipo de entradas en forma de L siempre tienen el giro hacia la izquierda ¿por qué? porque de esta forma dejas tu lado descubierto, con el que sujetas la espada y no el escudo, de cara a los defensores del castillo que te lanzaban flechas, piedras y aceite hirviendo.
El interior pudo contar con cuatro crujías en las que se disponían diferentes salas y dependencias en torno a un patio de crucero porticado con jardín y una alberca central. Por voluntad regia, en los años centrales del siglo XIV la fortaleza experimentó un ambicioso plan de reformas y ampliación hasta convertirse en un espacio protocolario para la Corte.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.