La Reina, entrando en el hospital para visitar a Don Juan Carlos.
La Reina cumple hoy 75 años, una edad que asume con toda naturalidad. «¿Que cómo los afronto?... Pues como si fueran los 74. A mí no me afecta cumplir años. Estoy encantada y, mientras tenga salud, no tengo problema. Puedo seguir haciendo lo que quiera. Uno nunca se jubila de la actitud». Con estas palabras respondió Doña Sofía a ABC el pasado fin de semana cuando se le preguntó por su aniversario. Una fecha que celebrará hoy en Suiza, donde ha viajado invitada por su prima y amiga íntima la Princesa Tatiana Radziwill, aunque no se descarta que visite también a su hija Doña Cristina y sus cuatro hijos, que residen en Ginebra.
La breve conversación tuvo lugar en la recepción ofrecida en el Hotel La Reconquista de Oviedo con motivo de la entrega de los premios Príncipe de Asturias. Fue allí mismo donde Doña Sofía coincidió después con el presidente de RTVE, Leopoldo González-Echenique, a quien hacía tiempo que la Reina quería ver para hablarle de un programa de televisión que la tiene obsesionada.
«No basta con estar»Se trata de «Entre todos», el programa que conduce la periodista Toñi Moreno y en el que se pone en contacto a quienes necesitan algún tipo de ayuda con quienes están dispuestos a prestarla. No hay tarde que Doña Sofía no se emocione ante una respuesta solidaria. Es algo parecido a lo que ella lleva haciendo desde hace años con la Fundación Reina Sofía, que creó en 1977 con un pequeño capital aportado por ella misma, pero que después, gracias a su capacidad para agitar las conciencias y despertar la generosidad, ha ido creciendo y ha podido ir aliviando las penas de los más desfavorecidos. «No basta con estar, es necesario hacer», afirma Doña Sofía. «Lo principal en nuestra vida es el otro. Ese es el valor. No sólo en la Monarquía. Cualquier familia puede tener ese valor», aclara. Y es que lo que le llena la vida es su fundación y los viajes de cooperación. En ellos, se vuelve infatigable: saluda, besa, bromea, sube a la sala de un hospital, baja al comedor de un orfanato, se introduce en una cabaña, baila si es necesario, prueba los brebajes que le ofrecen ante la mirada inquieta de su médico y, sobre todo, pregunta con una curiosidad insaciable. En esos viajes es muy difícil cumplir los horarios. «Si con mi presencia puedo contribuir, bendito sea», dice ella.
Pero la Reina también tiene otra cita fija con la televisión a la que no falla ni un lunes: la serie «Isabel». Como la protagonista, Doña Sofía tiene tan grabada la Institución monárquica en el ADN que es imposible separar a la Reina de la persona. Igual que Isabel, ella también antepone la Corona a cualquier sentimiento personal.
Nacida Princesa de Grecia, está emparentada con casi todas las Familias Reales europeas, pero ella se siente «española al cien por cien». Es hija, hermana y esposa de Rey y, en su árbol genealógico, hay dos Emperadores alemanes, ocho Reyes de Dinamarca, cinco Reyes de Suecia, siete Zares de Rusia, un Rey y una Reina de Noruega, una Reina de Inglaterra y cinco Reyes de Grecia.
Intrigas y decepcionesSin embargo, la vida de Doña Sofía no puede calificarse de palaciega. Por el contrario, ha estado marcada por las emociones fuertes desde que nació. Ha conocido los horrores de las guerras, el exilio, la restauración de dos Monarquías, dos golpes de Estado (uno en Grecia y un intento en España), el contacto con el dolor y la pobreza extrema, las intrigas políticas y algunas decepciones personales. «Pienso que he tenido una vida muy movida. Nos hemos movido mucho a lo largo de la vida, y eso es una bendición. Da apertura de mente, dentro de tu cultura, claro, que es la base, pero todas las experiencias enriquecen», concluye la Reina.
Cuando tenía dos años y estalló la Segunda Guerra Mundial, su familia marchó al exilio. «Mi infancia pasó durante la guerra -recuerda-, pero de la guerra no me acuerdo de nada. Yo era muy niña, oía sirenas y ya está». En los cincos años que la Familia Real griega pasó en el exilio, donde nació su hermana, la Princesa Doña Irene, vivieron en 22 residencias distintas. «Cuando vivíamos en Suráfrica, en un año cambiamos once veces de casa. Para mis padres debió ser muy duro», afirma Doña Sofía.
Al regresar a su país, se encontraron una Grecia destruida por las guerras que Doña Sofía recorrió acompañando a sus padres. «Un Rey debe estar siempre donde está su pueblo», le decían y, desde entonces, no ha hecho otra cosa.
Las primeras filmaciones que se conservan de la Reina son de aquella época, del entierro de su tío, el Rey Jorge, que falleció el 1 de abril de 1947, y a quien sucedió Pablo I, padre de Doña Sofía. Después llegaron los cuatro duros años del internado alemán de Salem, donde conoció una vida dura, exigente y rigurosa y aprendió a ser solo Sofía. Regresó a Grecia, donde estudió Puericultura, y un soleado 14 de mayo de 1962 se casó por amor con el Heredero de una Monarquía en el exilio, un joven apuesto y divertido que en aquel momento sólo podía ofrecerle un futuro incierto.
La sorpresaA su prometido le había conocido en agosto de 1954 en el crucero «Agamenón», en el que participaban ochenta Reyes y Príncipes, invitados por la Familia Real griega. Pero en ese momento los dos eran demasiado jóvenes para fijarse el uno en el otro y hubo que esperar hasta el 8 de junio de 1961 para que volvieran a coincidir en la boda de los Duques de Kent. A partir de ese momento, todo fue muy deprisa. El primero en advertirlo fue el Príncipe Constantino de Grecia, que avisó a sus padres, los Reyes Pablo y Federica: «Preparaos por si hay sorpresas: Juanito, el chico de los Barcelona, está muy asiduo con Sofía. Y a ella no parece que le desagrade».
Tres meses después, el compromiso matrimonial del hijo de los Condes de Barcelona con la Princesa Sofía de Grecia se anunció en Lausana, en la residencia de la Reina Victoria Eugenia en el exilio. La boda se convirtió en una fiesta monárquica para los cinco mil españoles que viajaron a la capital griega para acompañar a los novios y llenaron las calles con los colores de la bandera nacional.
Tras el exilio de la Familia Real española, en 1931, había empezado en España la tradición de organizar viajes para acompañar a los Reyes en los momentos más importantes, como fueron las bodas de los cinco hijos de Alfonso XIII y los tres de Don Juan.
«Cuando no éramos nadie»Nueve meses después de la boda en Atenas, los recién casados se instalaron en el Palacio de la Zarzuela, de Madrid, pero en aquella época no tenían ningún puesto ni rango ni cometido. Doña Sofía también se vio salpicada por la malevolencia y los infundios lanzados por los críticos con la Monarquía. La Reina se refiere a aquellos años como «cuando no éramos nadie». «Estábamos todo el día sin hacer nada -nos explicó-, por lo que intenté matricularme en la Universidad, pero no me dejaron». También intentó, sin éxito, ir a echar una mano en algún hospital infantil.
Lo que sí le permitieron en 1973, «por hacer algo», fue asistir los sábados por la mañana a un curso de Humanidades en la Universidad Autónoma. «Esos cursos me llenaron mucho y me permitieron estar en contacto con los universitarios en unos momentos en los que no era fácil estar con ellos». Amante de los animales, pero convencida de que tenía que hacer lo que se esperaba de ella -aunque no le gustara-, llegó a ir en algunas ocasiones a los toros.
Trece años después de la boda, Doña Sofía se convirtió en Reina de España y, a partir de ese momento, empezó a desarrollar una nueva forma de entender la Monarquía, inspirada en los ejemplos de sus antepasados pero adaptada a los nuevos tiempos. Discreta, tímida y en un permanente segundo plano, durante los primeros veinte años del Reinado seguía siendo desconocida para gran parte de la opinión pública.
Poco a poco, empezaron a llamar la atención algunos de sus gestos, como cuando subió a lomos de un burrito para llegar a una aldea y tomar un mate de coca con su amiga Jesusa, una india boliviana a la que había conocido en un cumbre sobre la mujer rural. O cuando no pudo contener las lágrimas en el funeral del Conde de Barcelona.
La opinión pública descubrió a la Reina que deseaba ser útil a los demás sin mirar el reloj. A la Reina que sabía encontrar la palabra imposible de consuelo ante las víctimas de los atentados y las catástrofes. A la que se volcaba en la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. A la que se saltaba el protocolo e incluso las medidas de seguridad, o se paraba en medio de la calle para acariciar a un pobre gato abandonado. A la Reina que el pasado lunes acudió al Hospital La Paz para apoyar a una investigadora que quería dar visibilidad a su trabajo. A la que lucha por mantener unida a su familia y a sus ocho nietos, a pesar de las dificultades.
Miles de mujeres se solidarizaron con ella al ver la grandeza y dignidad con la que respondía en los momentos familiares más difíciles, después de que Don Juan Carlos sufriera un accidente en Botsuana durante un viaje privado y después de que una mujer se jactara públicamente de su amistad con el Rey. Y, siendo ella misma, empezó a forjarse una imagen que hoy la convierte, junto al Príncipe de Asturias, en el miembro de la Familia Real más valorado. A sus 75 años Doña Sofía está en su mejor momento. Su popularidad no se debe a ninguna campaña de imagen, sino que la ha ido forjando siendo ella misma desde hace 38 años.
Señales positivasEn los últimos meses también ha habido señales positivas en su relación con el Rey que, según las encuestas, ha recuperado los niveles de confianza anteriores al citado viaje. La señal más llamativa fue el beso que Doña Sofía le dio el pasado 18 de septiembre ante los medios de comunicación mientras esperaban la llegada de los Reyes de los Países Bajos en las puertas del Palacio de La Zarzuela. En aquel momento, ninguno de los periodistas sabía a qué obedecía el cariñoso gesto, pero cuatro días después ABC desveló que la Reina acababa de ser informada de que Don Juan Carlos tendría que ser operado de nuevo -y no una, sino dos veces-. Al Rey también se lo habían comunicado los médicos esa misma mañana. Por eso, en cuanto vio a su marido, le dio un beso cuyo significado solo ellos comprendieron.
Pero ese no ha sido el único gesto de cariño. Durante los siete días que el Rey estuvo hospitalizado, Doña Sofía acudió puntualmente a visitarle, excepto el fin de semana del 29 de septiembre, que viajó a Ginebra para asistir al cumpleaños de su nieto Juan Urdangarín. Incluso, uno de los días, llegó a permanecer ocho horas en el hospital, en contraste con los quince minutos que duró alguna de las visitas en operaciones anteriores.
La Reina goza de una salud envidiable y en los últimos meses ha adelgazado y alcanzado su peso ideal. Dejó de fumar hace más de quince años, no bebe apenas alcohol (sólo en actos oficiales y alguna ocasión excepcional), se alimenta fundamentalmente de verduras, lácteos y huevos («adoro a los animales y creo que no es necesario matarles», afirma), procura caminar a diario con sus perros, no toma medicinas y solo ha estado hospitalizada una vez en su vida, cuando estaba recién casada, por una operación de apendicitis.
Tampoco se ha sometido nunca a ninguna operación estética y sus cuidados cosméticos se limitan a las cremas. Hace 25 años que la viste la misma
modista, Margarita Nuez; sigue usando el mismo tacón mediano de siempre y su peinado apenas ha cambiado en cuatro décadas. Sigue la actualidad por su Ipad, es buena conversadora y tenaz defensora de sus argumentos. Dicen que, sobre todo, siempre es ella misma.