Cuando Felipe y Letizia me dieron la mano (la visita de los príncipes a Stanford)2013 NOVIEMBRE 15
por Ane Arruabarrena
Stanford. 12 del mediodía. Merodeo por los alrededores del edificio principal cuando recibo una llamada: “Parece que puedes entrar a la recepción. No nos están pidiendo identificación”. Corro veloz y ligera cual gacela, mientras mi café en vaso de cartón salpica las aceras de esta prestigiosa universidad. No se trata de una recepción cualquiera. Después de meses de rumores, por fin se ha confirmado que los Príncipes de Asturias, Felipe y Letizia, vienen a reunirse con los estudiantes e investigadores españoles, no sabemos si para contarles algo o para que sean ellos los que cuenten.
Y así pasa. Después de un besamanos carente de reverencias en el que se mezclaban trajes de chaqueta con mochilas de monte y camisetas de la Selección Catalana de Fútbol, los supuestos protagonistas, esto es, los estudiantes, se ponen a hablar. Rodeando a los príncipes en un círculo imposible, debido principalmente al reducido tamaño de la estancia que se ha reservado para la recepción. En cierto momento llego incluso a temer por la integridad física de la princesa, que aunque se muestra firme en sus gestos -y qué decir de su apretón de manos-, se ve tan ligera como una muñeca de papel que puede caer al suelo con un solo soplido.
La actitud de ambos es, en cierta medida, admirable. Decenas de personas interpelando, explicándoles su situación personal, reclamando ayuda, solidaridad, reconocimiento,… Pero ellos no se asustan. Esa es, al fin y al cabo, su profesión. Escuchar -quién sabe si con interés- y tratar de dar respuestas que en realidad son puro humo. No son ellos los que van a solucionar la situación; ellos son sólo un hombro en el que llorar hasta que el protocolo se los lleve a otra parte. Cercanos, simpáticos, sonrientes y agradables. ¿Qué más les vamos a pedir?
Y mientras, en un segundo plano, el ministro de Asuntos Exteriores, el señor Margallo. Tranquilo, charlando con su séquito. Curioso que el círculo de estudiantes e investigadores no se cierre en torno a él y le pida explicaciones por la actuación del gobierno del que forma parte. Pero él no es el folclore, él es la realidad. Y la realidad no tiene tan buen aspecto como los príncipes.
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