Tanja escribió:
“Creo que en aquella época empezó el nacionalismo, con el final de los imperios. Sólo unos años después surgió el fascismo y el nazismo. Hemos visto cómo ha vuelto a resurgir en los años noventa en los Balcanes y estas últimas semanas en Ucrania. Todo eso nació entonces”, prosigue.
Con todo mi respeto por las opiniones del venerable articulista, Don Guillermo Altares, los estudiosos del nacionalismo (como fenómeno universal) tienden a coincidir en que la primera manifestación a gran escala de lo que tantos dolores de cabeza (y de más tipos) nos sigue dando a casi todos acaeció durante las revoluciones italianas de 1831, consecuencia directa de la francesa contra la dinastía Bourbon de 1830. Los italianos (entonces no se llamaban así; no les dejaban) se rebelaron contra los dos imperios que les oprimían, el austríaco y el clerical, y aunque su intentona se saldó en un baño de sangre (perdieron, como todo el mundo sabe), a la larga terminarían por librarse de los unos y de los otros (bueno, los otros se las apañaron para regresar y consolidarse, pero ésa es otra historia). Los nacionalistas nos abruman desde hace casi dos siglos (son una consecuencia de la revolución francesa de 1789, de la declaración de los derechos humanos y de los veinticinco años de guerras entre Francia y las demás potencias europeas), y sin excesivos visos de que vayan a cambiar de criterio. La verdad, como no lo consigan el TCP/IP y la propagación a gran escala del idioma inglés (y de que viajar es ahora mucho más barato), veo difícil que nadie les pueda convencer de que trepar por una cascada no sólo sale carísimo, sino de que acaba no valiendo para nada.