Conseguida la ansiada unidad católica de la monarquía se trató de avanzar en la integración cultural, étnica y jurídica del minúsculo pueblo visigodo dentro de la gran masa de hispanorromanos. Mientras triunfaba la lengua mayoritaria latina y se forjaba el nuevo concepto de Hispania, a la que Isidoro de Sevilla recitaba aquello de “
eres la más hermosa de todas las tierras”, para lo demás no siempre tuvieron tanto éxito. Recaredo podía querer vivir en un mundo gominola donde todos se llevasen bien pero la realidad es que las diferencias sociales entre nobles, hombres libres y siervos eran atroces.
Sin embargo él y su sucesor Sisebuto, cabezotas, insistieron promulgando leyes sueltas que complementaban a Leovigildo y que se supone que servían igual para toda la población (menos a los judíos, claro) Por este camino siguieron Suintila, que expulsó a los bizantinos en 622, Chindasvinto y Recesvinto, autores de unas 200 leyes que se fueron añadiendo por aquí y por allá. Recesvinto se dio cuenta de que tanta legislación dispersa era un cacao, sentó a unos juristas a recopilarlo todo, ordenarlo y corregirlo y aquí llega, señoras y señores, la ley por la que oficialmente se rigieron los destinos de nuestros reinos gran parte de la Edad Media: el
Liber Iudiciorum o
Liber Iudicum (Libro de los Juicios o de los Jueces, a vuestro gusto) Promulgado en el 654, doce libros debidamente revisados y aprobados por el VIII Concilio de Toledo.
Esta imagen del Códice de Albelda representa el III Concilio de Toledo, pero más o menos todos venían a ser iguales en el formato
Unas 500 leyes de las cuales 300 vienen de Leovigildo y el resto a monarcas posteriores. Siguiendo el ejemplo de Justianiano los libros se dividen en títulos y leyes de contenido procesal, privado y penal, adecuado a un uso práctico del mismo. Se pretendía hacer fácil a los juristas la aplicación de las leyes que incluyen, por ejemplo, una muy conocida en este nuestro foro que dice que por traición al rey la pena es quedar ciego por un hierro al rojo vivo. Con el
Liber se consumó el proceso legislativo empezado en las Galias hacía más de 150 años, el nuevo texto es exclusivo y obligatorio para los tribunales de todo el reino, desterrando la vigencia de cualquier otra ley anterior. Y tampoco se les permitía libertad de interpretación a los jueces, si se les presentaba un caso no contemplado en el código debían dirigirse al rey, éste dictaba sentencia y redactaba en consecuencia una nueva ley que se incluía en el Liber. Es por eso que el cuerpo de leyes se fue ampliando por Wamba, que instauró la mili obligatoria para los nobles, y Ervigio, que se pasó un huevo con los judíos.
Así que la cosa queda tal que así:
Cod. Eurico --------> Cod. Alarico II --------> Cod. Leovigildo
Y todos derogados por el Liber Iudiciorum
Sin embargo, no se le pueden poner puertas al campo, y los doce libros, en pergamino de calidad vitela, encuadernación de lujo, lomos dorados y tapa dura de piel de becerro, editados por el
Officium palatinum del
Aula regia… costaban un pastón, así que los juristas de a pie compusieron por su cuenta redacciones vulgatas y, cuando no encontraban ley que aplicar, pues sumaban las antiguas derogadas o unas normas inspiradas en los cánones moralizantes de San Isidoro de Sevilla y lo que buenamente pudiesen adaptar de las costumbres de cada región en la que ejercían su labor. Cada una de estas redacciones era distinta, pese a la base común, y tuvieron gran difusión al final de los tiempos visigodos y los primeros siglos medievales. Eso es el
Fuero Juzgo, que no es lo mismo que el
Liber Iudiciorum aunque leáis por ahí que sí lo es. El
Fuero es netamente hispano, mucho más que lo que el
Liber, tan influenciado por Justiniano, será nunca. El
Fuero somos nosotros, como lo hemos sido a lo largo de toda la historia, diferentes y particulares en cada región, vitalistas y cabezotas, imposibles de someter al dictado de la legislación oficial y muy nuestros con nuestras cosas, sobre todo cuanto más nos alejamos de los centros de poder.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.