Y así llegamos al cambio de milenio. Las invasiones bárbaras eran apenas un recuerdo puesto que sus protagonistas hacía tiempo que se habían asentado a lo largo de Europa y mezclado con la población local. Los magiares habían llegado del Este, los musulmanes por el Sur y los vikingos un poco por todas partes, pero a estas alturas su presión también había amainado. Centurias de caos se habían evaporado permitiendo a los europeos levantar cabeza. Los Capeto estaban bien aferrados al trono de Francia, el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico se convirtió en la potencia preeminente de Occidente (al menos en teoría, no siempre en la práctica) y mientras los normandos conquistaban Inglaterra, Sicilia y el Sur de Italia. En España íbamos a lo nuestro pero gracias a Sancho el Mayor de Navarra, y luego a su hijo Fernando, empezábamos a dejar de mirarnos el ombligo reconquistador y atender a lo que pasaba al otro lado de los Pirineos.
La Iglesia también se estaba renovando. Una institución que dependía de la disciplina para asegurar que sus clérigos fuesen vistos como baluartes de la fe se había desvirtuado de tal manera que obispos y abades se comportaban y vivían como grandes señores, los puestos de prestigio vendidos al mejor postor. El temor reverencial de la feligresía hacia los pastores de almas comenzó a volverse ácida crítica al verlos convertirse en lobos y la propia Iglesia comprendió que se imponía un cambio para mantener el respeto y la confianza de la gente. La verdad, es este un problema repetitivo al que parecen hacer frente cada cierto tiempo… En fin, la solución la aportó el monasterio de Cluny, la primera institución de Francia, y la reforma benedictina corrió por todo el continente alcanzando al papado a mitad de siglo.
Y así Europa se convirtió en algo nuevo que hoy llamamos Occidente.
Igual que para el resto, las cosas cambiaron para los venecianos. Los conflictos entre facciones se marchitaron durante el dogado de Pietro II Orseolo (991-1008) quien cultivó relaciones amigables con germanos y bizantinos por igual. El mismísimo Otón III era su amigo personal, incluso visitó la ciudad en 1001.
Por su parte, Basilio II de Bizancio redactó en 992 un edicto que concedía a los comerciantes venecianos una serie de privilegios y exenciones de peaje e impuestos en los puertos imperiales. Así se marca la verdadera independencia de Venecia, ya no una provincia de Constantinopla sino un aliado en igualdad de condiciones. Y en verdad lo era. En el año 1000 el dogo Orseolo lideró una expedición contra los piratas croatas que tenían sus bases en la costa dálmata y básicamente no sólo acabaron con la piratería sino que consiguieron juramentos de lealtad de las ciudades estado, añadiéndose el título de Dogo de Dalmacia a la lista que de los que ostentaba. El Emperador bizantino no sólo consintió sino que ratificó esa designación ya que a sus intereses en la guerra contra los búlgaros les convenía la debilidad de sus aliados corsarios. Cuatro años más tarde, Orseolo dirigió su armada de guerra a Bari, en el sur del Adriático, donde rompió el cerco de las tropas musulmanas.
Inciso para los genealogistas del foro: Pietro II Orseolo era hijo de Pietro I, el que había salido por patas hacia San Miguel de Cuixá tras acabar sus tareas de dogado, y estaba casado con María Candiano, la hija de Vitale Candiano y sobrina del Dogo Pietro IV Candiano. Su hijo mayor murió, de forma que el que heredó el poder fue el segundo llamado Otón, que se casó con una hermana del rey Esteban de Hungría, siendo su hijo Pedro heredero del trono. Hijos de su hijo menor Domenico Orseolo se establecieron en Rávena y se convirtieron en el tallo de la familia Orsini.
Seguimos. Por mucho que los venecianos apoyasen a Bizancio, la realidad es que el Imperio declinaba perdiendo Anatolia a manos de los turcos. En 1071 los normandos conquistaron Bari, la última ciudad que en Italia poseía el Emperador, cosa que a nuestros amigos les puso los pelos de punta. No es que los normandos fuesen una amenaza directa, de momento, pero los venecianos se mosqueaban con cualquier cosa que pudiese comprometer la navegación en el Adriático.
Alejo I
Pidió ayuda desesperadamente al papa Gregorio VII quien, pese a estar preocupado por la amenaza turca al cristianismo oriental, la verdad es que estaba más ocupado con su Reforma Gregoriana y su pelea personal con el Emperador Enrique IV. Para la economía veneciana, en cambio, la debilidad de Bizancio era una mala noticia. Su sistema de comercio estaba basado en un Adriático pacífico y unos tratos prósperos con Oriente y Roberto Guiscardo era una amenaza (sí, el flamante marido de Sichelgaita de Salerno, una de nuestras Damas Olvidadas) El caso es que Roberto, como buen descendiente vikingo, era un trasero inquieto que nunca se saciaba de conquistas y, tras hacerse con el sur de Italia, lo intentó con Sicilia y luego puso sus ojos en la misma Constantinopla y más tarde, por qué no, en la propia Persia… o sea, que pretendía marcarse un “Alejandro Magno”. Pero, como ya os conté hace tiempo, no era simplemente un bruto con una espada, era el
Viscardus, el astuto, por una razón. Así que intentó primero la vía más diplomática casando a su hija Olimpia con el heredero de Miguel VII Ducas, por desgracia destronado poco después por Nicéforo III Botoniato (que no Boniato como he visto escrito por esos mundos de internet) El caso es que el tipo no duró mucho en el trono, lo sustituyó Alejo I quien se beneficiaba a la Emperatriz, pero le había dado a Roberto la excusa perfecta para atacar al Imperio.
Batalla de Durazzo, en la costa de Albania, en octubre de 1081. Aquí los normandos se propusieron hacer militarmente lo que no habían podido hacer a través de la diplomacia del matrimonio: la conquista de Bizancio. Y fue donde su esposa Sichelgaita se calzó armadura completa y lideró a su ala de tropas a la victoria y todo eso que ya os he contado. Pero esta es la historia del ejército que está al otro lado, el de bizantinos y venecianos, que perdieron estrepitosamente.
A los venecianos no les gustaban nada los normandos, salvajes y amantes de la guerra, es decir, malos para el negocio. De hecho, en 1074 ya habían atacado varias de sus ciudades protegidas en el Adriático siendo frenados por el dogo Domenico Silvio (1070-1085). La armada veneciana aún no era la formidable máquina de guerra que sería siglos después, sino que se componía de una mezcla de naves públicas y privadas: los barcos mercantes transportaban hasta 600 hombres, vituallas y armas hasta 350 toneladas, tenían dos o tres velas latinas y eran maniobradas por remeros. Por otro lado las galeras estaban diseñadas para hacer la guerra, largos navíos con una sola vela latina, con un espolón afilado en la proa para embestir barcos enemigos, diseñada para ser rápida y manejable para los remeros. Todas ellas eran construidas en astilleros privados repartidos por toda la ciudad, antes de existir el Arsenal. Como estos barcos eran fundamentales, los venecianos estaban obsesionados por las maderas finas y Dalmacia y sus bosques se les hacían imprescindibles. Pero ojo, que no llegaban y arrasaban, como os he dicho eran ecologistas al estilo
moderno y muy rigurosos en las cuentas de cada árbol que se plantaban o talaban, multando a los que cortaban alegremente.
Alejo Comneno pidió ayuda a Venecia para lo de Durazzo en agosto prometiendo el oro y el moro a cambio de apoyo militar. El dogo Silvio tampoco necesitaba que lo convenciesen de la necesidad de parar los pies a Roberto y enseguida armó una flota impresionante que destrozó a la normanda gracias a su mayor experiencia. Una vez controlado el puerto, pudieron atender las necesidades de la ciudad de Durazzo tras el sitio por un breve tiempo pero los normandos no se rindieron y volvieron a apretar el cerco. La llegada del Emperador de Bizancio en octubre no fue de ayuda, de hecho Alejo fue herido y tuvo que volver a su capital dejando tirados a nuestros amigos de la ciudad flotante. En febrero de 1082 Roberto sobornó a un veneciano que le abrió las puertas de par en par y arrasó la ciudad con una furia nunca vista. Por desgracia para él no pudo disfrutar mucho de su victoria pues hubo de volver a Roma a ayudar al Papa a librarse del Emperador Enrique IV. En su ausencia, los venecianos recuperaron Durazzo en el otoño de 1083 y ocuparon Corfú.
Eso no fue todo, en noviembre de 1084 Roberto Guiscardo salió zumbando a Corfú donde volvían a esperarle bizantinos y venecianos que lo derrotaron en Kassiopi. La victoria fue celebrada por todo lo alto en Venecia, tanto que cuando Roberto se enteró se puso furioso y en enero de 1085, cuando nadie en su sano juicio navegaría, apareció ante las cosas de Corfú tomando a todos por sorpresa. Asesinó e hizo prisioneros, mutiló y demandó rescate a los venecianos por sus familiares, todo con intención se asustarles. Pero sólo consiguió que la República jurase lealtad fieramente al Emperador de Bizancio tras deponer al, ahora considerado, inútil dogo Domenico por Vitale Falier (1085-1096) Buenas noticias fueron que Roberto Guiscardo enfermó en julio de 1085 mientras estaba en Grecia muriendo poco después, y con él la amenaza normanda.
El Emperador Alejo cumplió su promesa, concedió al dogo el título de
protosebastos, la jurisdicción sobre Dalmacia y Croacia, un estipendio anual para él, para el patriarca, diezmos para las iglesias y edificios y propiedades en Constantinopla que serían el núcleo del “Barrio Veneciano” de la capital. El Emperador además ofreció a los comerciantes de la República exención total y absoluta de impuestos en todos los puertos. ¿Recordáis la fórmula del éxito? Comprar barato y vender caro… y así es como los establecimientos venecianos por todo Oriente se convirtieron en el duty-free del Mediterráneo, clara ventaja sobre genoveses, pisanos o griegos que los hizo riquísimos. Lo malo es que los residentes de Bizancio empezaron a sentir envidia y resentimiento por tanto favoritismo hacia los que consideraban como unos primos pobres, no bárbaros pero si lo suficientemente occidentales como para ser mal educados y vulgares. Como nuevos ricos no era menos molestos que como “cuasi-extranjeros”. El rencor durará siglos.
A finales del año 1000 no quedaba nada del archipiélago lleno de islas de barro. Unas 50.000 almas vivían en Venecia, la segunda ciudad más poblada de Europa. Más tierra era necesaria, más canales dragados, más pantanos desecados y más casas construidas. Y una nueva basílica.