Un pueblo de Burgos reclama el retorno de ‘su’ rey godo
Pampliega resucita una disputa histórica con Toledo por los restos del monarca Wamba, que pasó sus últimos años en el municipio antes de morir en el 688
En Pampliega, un pueblo de Burgos de unos 300 habitantes, llevan los últimos 743 años echando en falta a ‘su’ rey. Wamba, vigesimonoveno monarca de los godos, huyó allí en el ocaso de su vida tras ser traicionado en Toledo, la capital del antiguo reino. Murió en el 688 en el municipio burgalés, donde fue enterrado, pero Alfonso X El Sabio se llevó sus restos una noche de primavera de 1.274 de vuelta a la que fue corte visigoda. Siete siglos pasaron, pero el recuerdo persistía en Pampliega, donde las campanas repicaron cada mediodía hasta 1960 para llamar a la oración por Wamba. Tuvieron que llegar un historiador oriundo, Germán Lafont, y un alcalde de origen guineano, Pedro Oma, para resucitar aquel antiguo pleito: desde 2014, el pueblo reclama sin éxito el retorno del rey al Cabildo de la Catedral de Toledo, donde ahora están depositadas sus reliquias.
Corría el año 680 cuando Wamba, coronado a la fuerza en Toledo ocho años antes, sufrió la traición del conde Hervigio: “Le envenenaron con esparteína, le tonsuraron, le vistieron de monje y le dieron la patada”, dice Lafont, que narra cómo el monarca —que era diácono— escapó en busca de una vida más espiritual al monasterio de San Vicente de Pampliega, donde fue alguien muy querido hasta su muerte. Tanto es así que, cuando Alfonso X El Sabio quiso llevarse sus restos de vuelta a Toledo en 1274, no le bastó con ganarse la simpatía de los pampliegueños con una serie de prerrogativas reales, sino que tuvo que “cavarlo por la noche”, cuando todos dormían: ¿Tanto miedo tenía el rey de que no le dejasen llevarse los restos?”, se pregunta Lafont, que nació a 50 metros del lugar donde el monarca godo descansó durante 586 años.
Pero las desdichas de Wamba en Toledo no terminaron con la muerte. En 1808, las tropas francesas expoliaron sus restos y los de su padre, Recesvinto; y dejaron los huesos esparcidos por el suelo de la iglesia de Santa Leocadia. En 1845, las maltratadas reliquias fueron trasladadas a la catedral en un acto presidido por la reina Isabel II, que ordenó que quedaran en depósito hasta que se dispusiera de un lugar donde sepultarlos. Hasta hoy, siguen depositadas en una arqueta del templo, según Lafont con fines turísticos. “Llevamos 170 años incumpliendo ese mandato real, es flagrante”, protesta el historiador.
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Alberto Durero.