Registrado: 22 Abr 2015 17:57 Mensajes: 20668 Ubicación: España
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Ella, nacida en 1940, era la heredera presunta al trono danés. Presunta por si, a esas alturas, nacía un hermano varón. Hija de Federico de Dinamarca e Ingrid de Suecia, su familia contaba con tres Jefes de Estado en ese momento: su padre, el Rey Federico de Dinamarca; su abuelo, el Rey Gustavo Adolfo de Suecia; su cuñado, el Rey Constantino de Grecia.
Él, nacido en 1934, era hijo de André y Renée de Laborde de Monpezat (de soltera Doursenot). Creció en la Indochina francesa, actual Vietnam, donde su padre se ocupó de las empresas industriales fundadas por su abuelo a principios de siglo. Empresas arruinadas poco tiempo después. Henrik trabajaba como tercer secretario en la Embajada francesa en Londres. Carecía del pedigrí que hubiera deseado Federico IX para su yerno. Y es que, pese a que su padre se autotitulaba Conde, los Monpezat no tenían sangre azul y sus credenciales aristocráticas no pasaban la prueba del Gotha.
Se conocieron en 1965, en Londres, mientras ella estudiaba en la London School of Economics y él continuaba su carrera diplomática. Ambos asistieron a la misma cena. El anfitrión de la fiesta había sentado al apuesto francés junto a una chica danesa alta, rubia y algo tímida, que al principio pareció un poco reservada. A medida que avanzaba la velada, Henri de Laborde de Monpezat, de 31 años, que ya tenía un mar de corazones rotos a su espalda, se dio cuenta de que su tímida e inexperta compañera de cena le atraía. Aunque la princesa de 26 años no era nada sofisticada, como él estaba acostumbrado. Por otro lado -intuyó- que la heredera al trono danés era genuina.
"Era seria, tenía un ingenio brillante, combinado con opiniones sinceras, pero sin aventurarse en la parcialidad. Su ingenio y su inteligencia granítica me resultaron cautivadores. Me sentí inmediatamente atraído por ella".
En las semanas siguientes a la cena, el diplomático francés y la princesa danesa compartieron algún tiempo en compañía del otro. Pero nunca solos. Siempre estaban rodeados de amigos y de la fiel dama de compañía de la princesa, Wava Armfeldt, cuando salían de fiesta por los clubes nocturnos londinenses o en ambientes más privados, como la noche en que todo el grupo acabó en casa, en el apartamento que el conde francés compartía con su hermana.
Después de tres meses, la estancia de Margarita en Londres finalizó y regresó a casa, a Amalienborg. Mientras, la vida de Henrik continuaba en la Embajada francesa en Londres, donde su ascenso acechaba en el horizonte.
Un año después, una invitación de boda procedente de Escocia llegó tanto a Amalienborg como al apartamento de Henrik en Londres. La invitación era de Ann Tyntes, amiga de Margarita y Henrik. Ella también había asistido a la cena del año anterior, donde había conocido al hombre con el que se iba a casar.
Durante el fin de semana de la boda, la princesa danesa y el diplomático francés refrescaron los recuerdos de sus felices días en Londres. Cuando un amigo de Henrik sugirió que acompañara a Margarita y a su dama de honor de vuelta a Londres, éste aceptó e invitó a todo el grupo a pasar una feliz velada.
"Entonces, la casa se incendió de repente en lo que a mí respecta", relató más tarde la Reina en el libro "Lonely Man" de Stephanie Surrugue.
Esa noche, Henrik cortejó como sólo los franceses pueden hacerlo. Cuando, antes de que terminara la velada, él dijo: "Tengo que volver a verte", ella asintió. Porque la inexperta princesa se dio cuenta de que se había enamorado.
"Me invitó a comer. Nunca había almorzado con alguien así: ¡salí sola con un hombre! Y sí, fue la primera cita de mi vida".
Los días siguientes fueron un sueño. Atravesaron Londres en su coche descubierto color verde. Pasearon por Hyde Park, donde florecían los narcisos y los pájaros no dejaban de canturrear. Durante ocho semanas, con la dama de compañía como intermediaria, se escribieron cartas secretas. Henrik llamó a Amalienborg con un nombre falso, mientras que la princesa no se atrevió a hacer lo mismo por miedo a que se supiera de su aventura.
Ante un mar de dudas e inseguridades, Henrik se preguntó en no pocas ocasiones "dónde se estaba metiendo", pero tomó dos de las decisiones más difíciles de su vida: rechazó un ascenso y un destino en la Embajada de Francia en Hong Kong y decidió proponerle matrimonio a Margarita.
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