Va más allá de la estética. Si nos ponemos a comparar ciñéndonos en ese aspecto, el discurso que Felipe realizó desde el Salón del Trono del Palacio Real, quizás, no tenga parangón con otro discurso de otro monarca.
El tema es que Felipe y la Corona de España necesitan un revulsivo para enfrentar todo lo que está sucediendo. No solo enfrentarlo, sino lograr enterrarlo en el pasado. Cuando algo planea sobre el discurso del Rey, sobre si va a hablar de su padre y de sus problemas judiciales y todas esas cosas que tan poco bien le hacen, es necesario desviar la atención hacia otro punto. No se puede consentir que el resumen de prensa que llegue sea que ha mencionado o no ha mencionado a este o aquel.
Los Windsor lo tienen tan, pero tan interiorizado, que para ellos es una constante, les sale natural. En una semana pueden salir todos y cada uno de los miembros de la FR a hacer algo para combatir la mala prensa o un documental de factura torticera, porque tienen detrás a un ambicioso equipo que no deja pasar ni una.
El discurso de la Queen se basa en repasar los hitos de su familia, en hablar de Jesús, leer un pasaje de la Biblia o en abogar por la importancia de la Navidad en la familia. Ya veis, cuando UK tiene una cantidad ingente de británicos que no son cristianos o directamente no son creyentes. Se sigue produciendo la rareza que un monarca, que debe serlo de todo su pueblo, sea Jefe de la Iglesia, pero eso un tema aparte. A lo que voy. Lo que sí han sabido hacer desde hace décadas, y de forma magistral, es hacer más acogedor un discurso que antes era frío y que sigue siendo repetitivo. Porque sí, Lilibet cuenta todos los años exactamente lo mismo y sin calado político alguno. ¿Y cómo lo han logrado? Trasladando a la Queen a multitud de escenarios, metiéndole un coro por aquí, unos niños por allá, haciendo participar en él a colectivos varios...
Este año, el revulsivo a tanta gilipollez de los Sussex, el escándalo en torno a la fundación de Carlos y a los tintes tan chungos que está tomando la amistad de Andrés con Epstein, han sido los Cambridge y el discurso de la Queen. Y en el discurso, lo único que han hecho ha sido plantar una foto de Lilibet con su Duque y ponerle a la Queen un broche de un crisantemo de zafiros que le regalaron por la botadura de un barco. ¿Y por qué? Porque saben perfectamente que lo que interesará al día siguiente no será si ha hablado sobre Quique, Andrés, Carlos o las fiestas de Downing Street. No. Lo que interesará, porque así lo ha decidido su equipo, será su recuerdo al Duque, con una foto que rememoró en su momento otra tomada en 1947, durante su luna de miel en Broadlands, luciendo exactamente el mismo broche. Un broche que, en esta ocasión, ella luce a la altura del hombro derecho (los de diario los suele lucir a la izquierda) como guardando la ausencia del marido fallecido. Es una cosa que uno tarda 5 minutos en pensar y en ejecutar, que no necesita que ella se muestre ni emotiva ni que deje de estar estoica, pero mirad el efecto que produce.
Yo pido, cada año, como pesada que soy, que se adelgace un poco el carácter político e institucional del discurso del Rey y se haga más hogareño, más personal, menos encorsetado. Y para hacerlo veo muy necesario trasladar el discurso al tema o la cuestión que haya protagonizado el año. Necesitan mostrar algo más, que toque fibras sensibles, que no se base en sentarse a escuchar a hablar a un señor como cuando vamos a misa. Se trata de hacer reflexionar, conmover o incluso alegrar con una imagen, un gesto o algo que quede para siempre en el anecdotario colectivo. Lo que siempre digo que son golpes de efecto.
Es tan simple como empezar por meter las imágenes que muestran al final, realmente preciosas y significativas, durante la emisión del discurso. Y a partir de ahí, seguir con otra cosa: el coro de una escolanía, un corte del concierto celebrado en el Real, la felicitación de un grupo que reúna a distintos colectivos que no dejan de trabajar en estas fechas...
Lo más apoteósico para mí, porque ya voy mucho más allá, habría sido meter la Plaza de España de los Llanos de Aridane y que fuesen los palmeros los que acabasen el discurso del Rey, celebrando que el maldito volcán ha finalizado su erupción, pero recordando que ellos siguen ahí y que hay mucho por hacer.
No demando palacios, escenarios opulentos o tronos dorados. Demando dinamismo para suscitar interés y decisión sobre lo que al día siguiente calará en el ciudadano y en la prensa.
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