Hace unas semanas, según informó Rosa Belmonte en el programa La Cultureta de Onda Cero, Jacobo Fitz-James Stuart, nieto de la Duquesa de Alba, accedió a presentar un cuento ilustrado de Ximena Maier -autora también de un libro precioso titulado "Cuaderno del Prado"-, en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Trata de una rocambolesca historia que tiene que ver con el bisabuelo y tocayo de Jacobo, el XVII Duque de Alba. La autora no conocía la historia hasta que sus amigos, el mismo Jacobo y su mujer Asela, hijo y nuera de Jacobo Siruela, fueron invitados al bautizo de su hijo. La celebración tuvo lugar en casa de los padres de Ximena que curiosamente tenían una cabra disecada. Jacobo, sin mostrar sorpresa y con total normalidad, preguntó si la cabra era de Benedito. Ximena no tenía ni idea de lo que le estaba preguntando su amigo, pero de ahí nace el libro, pues no hacía mucho, él mismo había conocido a un bisnieto de ese tal Benedito.
https://catalogo.librerantes.com/inicio ... 98634.htmlTodo comienza cuando Jacobo, Duque de Alba, caza un elefante en Sudán en 1913. Obviamente en aquella época el hecho no estaba tan mal visto como ahora. En fin, el Duque encargó que le dieran la piel y los marfiles del animal para llevárselos consigo a España. Le rondaba una idea por la cabeza y ser patrono del Museo de Ciencias Naturales, ayudaría a llevarla a cabo. O eso creía él.
Los marfiles se fueron al Palacio de Liria, mientras que la piel arribaba a España vía Inglaterra y llegaba doblada a los almacenes del Museo de Ciencias Naturales. Los taxidermistas más famosos de España en ese momento eran Luis Benedito, especializado en mamíferos, y su hermano, que era experto en aves. Ambos tenían un taller en la Calle María de Molina, en el que Alfonso XIII tenía su propio sillón reservado, pues era costumbre que la gente se acercara a observar la labor de los dos hermanos. En este punto es pertinente hacer un inciso, ya que Rosa Belmonte, explica que la taxidermia se volvió muy popular en España, tanto, que tuvo sus momentos memorables. Como cuando Salvador Dalí se presentó en la antigua tienda del taxidermista de la Plaza Real de Barcelona a pedir que le disecaran 200.000 hormigas. Obviamente le dijeron que no iba a poder ser, pero consiguió agenciarse de un rinoceronte, subido al cual se retrató posteriormente.
La piel del elefante estuvo mucho tiempo en los almacenes, creyendo que era tarea imposible hacer algo con ella porque no había espacio suficiente en el Museo de Ciencias Naturales y más teniendo en cuenta que Benedito jamás había visto un elefante africano y que en España los especialistas solo estaban familiarizados con los elefantes indios, completamente distintos en cuanto a tamaño y ciertos atributos. Así que, no fue hasta 1923 cuando trasladaron la piel al Museo Botánico, aprovechando unas obras de remodelación, y construyeron una balsa de cemento y la llenaron de agua con sal y alumbre para intentar conseguir reblandecer la piel. Pero las obras del Botánico continuaban y todo aquello estaba entorpeciendo, aparte de que el lugar escogido no tenía techo. Así que los trabajos se interrumpieron sin fecha prevista, a pesar de las continuas llamadas del Duque de Alba preguntando por los avances y amenazando con que se llevaría la piel a Londres.
El mismo Luis Benedito, formado en Leipzig, estaba dispuesto a viajar hasta Londres para aprender y conseguir de alguna manera dar forma a esa enorme piel, para volverla a convertir en algo parecido a un elefante africano. Consiguió la ayuda de otro célebre taxidermista y compañero de estudios en Holanda: Ter Meer. Éste le envió algunos huesos de la pelvis, una parte del cráneo y algunas instrucciones propias de la anatomía de un elefante hembra. A partir de ahí, crearon un dibujo y fueron rellenando la piel con madera, escayola, tela metálica... Reprodujeron en madera los colmillos originales que se encontraban en el Palacio de Liria, pues el peso del marfil no podía ser soportado por la estructura que estaban construyendo. Y utilizaron 77.000 alfileres para estirar muy bien la piel, para que no se apreciasen defectos.
Con más problemas que facilidades, finalmente el elefante quedó completamente terminado en 1930. Cuando lo admiraron montado en el Museo Botánico, perfecto, parecía que el animal estaba vivo. Solo tenía un pequeño defecto, y es que debido al desconocimiento, habían dejado los testículos del animal por fuera, cuando deberían haber ido por dentro. Pero salvo eso, el trabajo fue impecable, un orgullo para Ignacio Bolívar, Director del Museo de Ciencias Naturales, que en cuanto vio la envergadura escultural del elefante, planteó una cuestión de lo más importante: ¿cómo iban a trasladarlo de un museo a otro?. Pues nada, la respuesta fue que paseándolo a lo largo de la Castellana. Lo subieron a una plataforma de madera y con un tractor lo condujeron Castellana arriba a la vista de todos los transeuntes. Al llegar a los antiguos Altos del Hipódromo, lo dejaron frente la entrada, esperando hasta conseguir desmontar la puerta del Museo de Ciencias Naturales para que pudieran introducirlo dentro del edificio y colocarlo en la sala principal, para que el elefante pudiera presidir el museo hasta el día de hoy.
Esa es la historia real del taxidermista, el duque y el elefante del museo, que ya dispone de versión para niños.