Los vikingos pararon un poco por todas partes en los mares del norte. En el caso de
Inglaterra la cosa comienza con el saqueo de Lindisfarne en 793 y continúa con ataques esporádicos, cada vez más organizados y no simples incursiones estivales a ver qué pillamos al tuntún. De esta forma, los noruegos atacaron durante el invierno entre 840 y 841, en vez de durante el verano como solían para despistar al personal, recalando en una isla frente a Irlanda. En el 850 llegaron a pasar el invierno en suelo inglés en una isla del condado de Kent, en el 854 se quedaron en el estuario del Támesis y en el 864 volvieron a Kent porque se conoce que el sitio les gustó. Y en las iglesias de Northumbria se rezaba:
A furore normannorum libera nos, Domine (líbranos Señor de la furia de los hombres del norte, los “norman” de donde les viene el nombre a los normandos)
En el año 864, los hijos de Ragnarr Loðbrók Sigurdsson (el prota de la serie de tv Vikingos) atacaron Inglaterra con un gran ejército y capturaron York, donde se asentaron creando el reino vikingo de Jorvik; fue fácil porque los habitantes de Northumbria estaban en aquel tiempo inmersos en una guerra civil y no estaban atentos a lo que hay que estar: ver llegar un
drakkar. A partir de ahí el resto de Inglaterra fue un paseo de conquista hasta que se toparon con Alfredo el Grande en Wessex. El territorio en la isla que gobernaron los vikingos desde finales del siglo IX hasta principios del XI es el llamado
Danelaw (literalmente “Bajo ley danesa”)
Fue establecido definitivamente por un pacto en 866 entre Alfredo el Grande y Guthrum el Viejo, quienes después de mucha batalla entre uno y otro decidieron llegar a una avenencia en vez de desangrar el territorio entre guerras. El hecho de que el vikingo se convirtiese al cristianismo, aunque fuese de boquilla, también ayudó mucho. En realidad, la cosa funcionó porque, pese a que a los ingleses se les llenase la boca llamando salvajes a los daneses, las leyes y costumbres que regían ambos pueblos eran bastante similares, religión aparte: por ejemplo las divisiones territoriales o las compensaciones de un clan a otro en caso de asesinato de uno de sus miembros funcionaban igual. Por otra parte, muchos ingleses decidieron pagar el
Danegeld (literalmente, “Oro danés”), el impuesto de protección que los señores vikingos exigían a cambio de no saquearte, matarte y llevarse a tu familia como esclava. El primer pago documentado es el de 10.000 libras romanas de plata en el año 991, entregado por el rey Etelredo II el Indeciso a Olaf I de Noruega a cambio de que dejase de lado sus trifulcas armadas.
Una nueva oleada de vikingos llegó en 947 cuando Erik Hacha Sangrienta reconquistó York. La presencia vikinga se prolongó hasta el reinado de Canuto el Grande (1016-1035), tras cuya muerte, una serie de guerras sucesorias debilitó a la familia reinante: el fin de estas luchas sería la derrota de Harald III en la batalla de Stamford Bridge. En esta ocasión el desembarco de Harald Hardrada no constituía una mera incursión o invasión, sino que se trataba de un intento de acceder al trono de Inglaterra, al cual creía que tenía derecho el rey noruego. En cierto
modo se puede decir que los vikingos se habían “anglosajonizado”, sin dejar de ser brutales ya que los anglos no eran menos belicosos que sus enemigos. Irónicamente la nueva dinastía sería fundada por Guillermo I el Conquistador, un normando descendiente de vikingos que se habían “afrancesado”. La tribu danesa había perdido esa cosa que la hacía ser especial y los daneses se habían convertido en nobles tan brutos como cualesquiera que se podían encontrar en los reinos Europeos: sin adorar a Odín, sin buscar el Valhalla, sin mujeres guerreras, sin incursiones relámpago en
modo comando… como que perdieron ese romanticismo que tanto les gustó después a los victorianos. Ellos les pusieron el casco con cuernos, en un intento de recuperar esa aura de ferocidad demoniaca legendaria.
Fin de la Era Vikinga… en Inglaterra, veremos ahora en otros sitios. Bueno, en 1152 el rey Eysteinn Haraldsson de Noruega hizo una pequeña incursión contra Inglaterra, pero era cosa más de nostalgia que de ganas de invadir nada.
Irlanda también se llevó lo suyo por simple proximidad geográfica, en principio, y los ataques esporádicos en el norte y este de la isla fueron haciéndose más premeditados y coordinados a partir de 830. Los vikingos, mayoritariamente noruegos, fundaron Dublín en 838 y, no sin ciertas tiranteces, la verdad es que acabaron mezclándose con la población oriunda con más facilidad que en Inglaterra, donde los matrimonios mixtos se verían como un horror. Literatura, arte y arquitectura reflejan esta profunda influencia escandinava. Dublín se convirtió en el puerto base de todo el comercio de la zona y en excavaciones arqueológicas se han encontrado bienes de lujo de origen bizantino o persa.
Uno de los últimos grandes combates con presencia vikinga fue la batalla de Clontarf en 1014, en la que los vikingos lucharon contra el rey Brian Boru, uno de los grandes héroes irlandeses, aunque yo no me fiaría mucho de los relatos en los que se cuenta que brujas y demonios mezclados en el ejército irlandés peleaban contra las valkirias de Freyja.
En cuanto a
Escocia, en el 839 los noruegos invadieron el reino picto matando al rey y a su hermano. Las islas Shetland y Órcadas, Hébridas y Mann, así como los enclaves escoceses de Caithness y Sutherland, fueron colonizadas por los noruegos, a veces como parte del reino de Noruega y a veces como estados independientes. Galloway también recibió una copiosa inmigración nórdica. En Escocia la Era Vikinga duró hasta 1263, cuando el rey Haakon IV de Noruega muere en la batalla de Largs. En
Gales mantuvieron algunos enclaves, pero los vikingos nunca tuvieron control político.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.