Así fue transcurriendo plácidamente la vejez del segundo marqués en la capital del Sena, y entonces, en 1904, estalló el escándalo, ¿era el marqués un impostor? De la nada apareció un individuo llamado Pedro Riera, que decía ser pariente del primer marqués y denunciaba que Alejandro era un impostor que había usurpado la identidad del verdadero sobrino del marqués, muerto muchos años antes en misteriosas circunstancias. El caso excitó rápidamente la curiosidad popular, que creció exponencialmente a medida que avanzaban las indagaciones de la Justicia; si en principio Alejandro de Mora, y la mayor parte de la prensa seria, se habían reído de la ocurrencia de aquel personaje, pronto la situación cambió a medida que se iban conociendo nuevos detalles del caso que iban tejiendo la sombra de la duda sobre la figura del hasta entonces respetado prócer español.
Así, se supo que la mayor parte de las personas interrogadas, personas que habían tratado a la familia Riera muchos años atrás, negaban conocer a Alejandro o no lo reconocían como el sobrino del primer marqués que ellos habían conocido. Volvió entonces a la palestra la renuncia del marqués a su acta de Senador del Reino de España, a la que tenía derecho, porque prefirió vivir en Francia, lo que unido al hecho de que había construido en Madrid un magnífico palacio, con fama de embrujado, que jamás había visitado, levantó las sospechas de que evitaba regresar a España para que no se descubriera el engaño. También llamó la atención el hecho de, sobrepasando ya los 80 años, su aspecto físico no aparentaba más de 60. Las pruebas caligráficas también dieron un resultado negativo. Además, careciendo casi de familia, salvo unos sobrinos a los que apenas conocía y que apenas le conocían, no se podía acudir a parientes directos que atestiguasen su identidad. De hecho, cuando se instaló en París con su tío este estaba completamente ciego, por lo que ¿realmente podía saber el anciano quién era aquella persona?
Todo se ponía en contra suya, el escándalo acabó llegando a España, y entonces, cuando parecía que todo estaba perdido, el denunciante desapareció como había aparecido, el caso, sin más, fue archivado y la prensa no volvió a mencionar el caso, no faltando quien sospechara de la precipitación con que el escándalo había quedado silenciado desde las altas esferas. Alejandro de Mora y Riera, o quien quiera que fuera realmente, pudo finalmente respirar tranquilo y seguir disfrutando de su fortuna los últimos años de su vejez, hasta su fallecimiento en 1915.
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"Buscad la Belleza, es la única protesta que
merece la pena en este asqueroso mundo"
(R. Trecet)