Aecio era una buena pieza también... Residía en la corte de Rávena (cuando no estaba de campaña militar) donde ejercía el poder imperial Gala Placidia en nombre del pusilánime de su hijo, Valentiniano.
El palacio real de Rávena, representado en la iglesia de San Apolinar Nuevo. Era una ciudad parecida a Venecia, asentada sobre lagunas y canales que hacían de ella el principal puerto del Adriático, además de constituir una defensa casi inexpugnable, pero por lo demás era un pantano sin ningún atractivo, es más, presenta el problema que tienen todas las ciudades cenagosas (y que tuvo la propia Roma), los mosquitos que transmiten la malaria.
Aecio era un bárbaro godo pero su padre ya había hecho carrera en el ejército llegando a general de caballería. Siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, Aecio fue entregado como rehén primero a Alarico y después a Rua, el rey de los hunos. Su juventud transcurrió entre salvajes guerreros y le sirvió para conocer sus puntos débiles cuando más tarde los combatió, pero no le ayudó a formarse una mentalidad romana con un sentido de Estado. Siempre tuvo una actitud de pretoriano con aguda propensión a comerciar con sus servicios, un tipo bastante mercenario, vamos.
Gala Placidia, a pesar de que en un tiempo se había aliado con su enemigo Juan, lo nombró conde de Italia y le otorgó el mando militar de la península. Es por eso que se convirtió en la némesis de Atila a quien debió conocer en su juventud, cuando fue huesped de los hunos.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.