En aquellos tiempos Aquilea era una ciudad capaz de competir con Rávena y Milán, con un comercio muy activo con Germania, con Austria y Yugoslavia, llamada entonces Iliria. Su población era una mezcolanza de italianos, germanos, galos, celtas y tránsfugas de todas las tribus de Hungría y Rumanía, gente activa que habían construido una buena muralla para su ciudad. Además, el obispo de Aquileia gobernaba una diócesis que iba de Verona a Croacia
Conocida como "la fortaleza virgen" ningún asaltante había logrado rendirla, y no fue por falta de intentos. Aecio, por si acaso, había dejado aquí un fuerte contingente de tropas seleccionadas para que puediesen controlar el norte de Italia. Estos soldados resistieron valerosamente los ataques de Atila, que casi opta por retirarse ante la inutilidad de sus esfuerzos, pero vio elevarse de los tejados de la ciudad una bandada de cigüeñas, que tomó por una señal de la capitulación de la ciudad
Atila lanza el enésimo asalto que esta vez sí, hace ceder las defensas de los muros, y se cobra el esfuerzo destrozándolo todo en un castigo absolutamente desproporcionado (el muy bestia, no quedó nadie, nadie, con vida)
No contento con esto se lanza sobre Giulia Concordia, Altino y Padua que, como no se resistieron tanto, fueron arrasadas hasta medio muro en vez de hasta los cimientos. Habiendo aprendido la lección, Vicenza, Verona, Brescia y Bérgamo se rinden, de forma que la furia de Atila se suaviza y sólo las saquea.
En Milán, el rey huno ocupó el palacio imperial como su nuevo centro de poder, el mismo en el que Constantino había firmado el edicto que sellaba el triunfo del cristianismo y en el que Teodosio había muerto. Entre los frescos que decoraban sus salas había uno que representaba el triunfo de Roma sobre los bárbaros, con los dos emperadores frente a un grupo de escitas encadenados. Atila se lo tomó como una ofensa personal, hizo llamar a un artista, y le hizo pintar encima una composición en la que aparecía el rey huno en su trono recibiendo el tributo de Valentiniano y Teodosio II.
Después de este descanso, las hordas tártaras llegan a Pavía y toda la península contuvo la respiración a la espera de verlas dirigirse hacia Roma, cuando resulta que se detienen.
Nunca se ha sabido el motivo. Hay quien dice que Atila experimentó de pronto una especie de respeto reverencial hacia aquel país más civilizado que el suyo... como si a él le importase tres pepinos la civilización. También se ha dicho que se acordó de Alarico, muerto justo tras la conquista de Roma, y que le dio mal fario... es probable porque Atila fue uno de los personajes más supersticiosos del mundo antiguo. A mí me da que se detuvo por alguna razón poderosa del tipo una epidemia entre su gente o algo así. La cuestión es que, mientras dedice si se va o se queda, llega una embajada con el Papa en persona a la cabeza.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.