De acuerdo con el privilegio regio, confirmado por Alfonso VI con su sello personal, otorgado a Rodrigo en 1087 “
toda la tierra y castillos que pudiera conquistar a manos de los infieles, los poseería en plenitud de derecho hereditario, no sólo él sino también sus hijos e hijas y toda su descendencia”. Todos estos bienes adquiridos son gananciales y por tanto la mitad son posesión de Jimena y la otra mitad… pues también, no pasan a sus hijas. Si recordáis la famosa carta de arras de la que os hablé al principio del hilo, todo aquel asunto de la
profiliatio por la que Jimena recibía también la parte que correspondía a su marido en caso de quedar viuda para administrarla a su libre albedrío salvo en caso de que vuelva a contraer matrimonio, convierte a la dama en heredera única y universal de Rodrigo, con la obligación de dejar, eso sí, en herencia a sus hijas la mitad que corresponde al difunto cuando a ella misma le llegue la hora de su muerte (con la mitad de los gananciales que son propiedad suya por derecho, Jimena puede hacer lo que quiera, hasta dejar toda la riqueza a Babieca si lo desea)
Lo que convierte a Jimena en la protagonista indiscutible del final de este tema y así lo entendió también el autor de la
Historia Roderici cuando dice que la dama… “
permaneció en Valencia con un gran acompañamiento de caballeros y de peones” Francamente no sé cuánto tiempo pensó Jimena que aguantaría sin su marido pero, si era una mujer realista, debió de darse cuenta de que su posición como señora de Valencia no tenía futuro. El rey Alfonso estaba lejos, los maridos de sus hijas no estaban interesados porque tenían sus propias tierras que atender, la hueste de Rodrigo está muy bien entrenada pero la verdad es que sin su líder se ha quedado coja y, ante todo y sobre todo, no hay futuro, no hay heredero a quien dejar el señorío y, si lo que pretendía era esperar a la mayoría de edad de uno de sus nietos para legarle la responsabilidad, debió darse cuenta de lo imposible de la idea cuando los almorávides pasaron de nuevo a la ofensiva. Claro que tampoco podía darse por vencida y salir zumbando de allí en cuanto Rodrigo murió, sería una vergüenza para ella abandonar a los cristianos valencianos y una deshonra rendirse sin defender el legado de su difunto esposo, por el que tanto peleó. Pero vamos, que yo soy Jimena y desde el primer momento me hubiese preparado unas maletas con lo imprescindible y lo más valioso, hubiese tenido a mano el cadáver de mi marido para llevarlo a tierras castellanas a la primera oportunidad y hubiese preparado un buen plan de evacuación con toda la hueste. Y a las primeras mal dadas, me largo... que fue más o menos lo que sucedió.
Pocas semanas antes de morir Rodrigo, el emir Yusuf ya había enviado a su nieto de vuelta a al-Andalus con órdenes de retomar la guerra santa. Se dirigieron a Toledo, a la que pusieron cerco, pero la ciudad del Emperador resistió aunque todo su entorno fue arrasado. Se dieron la vuelta y, esta vez sí, consiguieron apoderarse de Consuegra, que se les había resistido dos años antes. Al año siguiente, 1100, nuevamente atacaron los almorávides la zona toledana enfrentándose en Malagón al conde Enrique de Portugal, yerno del monarca leonés al estar casado con su hija la infanta doña Teresa, el 16 de septiembre. Perdió el buen conde pero al menos consiguió cerrar el paso de Yusuf a las riberas del Tajo.
Al menos, mientras los musulmanes se centraban en Toledo dejaban en paz a Valencia. Sabemos que en mayo de 1100 estuvo Alfonso de visita aunque desconocemos la razón, pero todo parece indicar que Jimena y la mesnada del difunto guerrero pudieron disfrutar con calma de sus posesiones durante escasamente dos años. El 21 de mayo de 1101, doña Jimena otorga a la catedral de Valencia el diezmo de todos los ingresos que recibe de su señorío: pan, vino, higos, aceite, del producto de huertos y árboles frutales, rentas de molinos, baños, tiendas, tabernas, fondas y casas y también un quinto del botín que recibe de la tropa. Concede el diezmo por todos los años que gobernare el señorío hasta su muerte y la misma obligación recaerá sobre sus hijos e hijas. Firma de su puño y letra: “
Ego Eximinia predicta, qui hanc paginam fieri iussi, manu mea fircmabi”
Y acerca de eso, de las firmas autógrafas. Hay ideas muy erróneas acerca del analfabetismo en los siglos medievales y por eso algunos expertos se han asombrado de que el Cid supiese siquiera escribir. Sin embargo, a lo largo de su vida vemos a Rodrigo codearse con obispos, filósofos árabes y jueces en pleitos en los que se ve que maneja con soltura el Fuero Juzgo. No es simplemente un bruto descerebrado sino el perfecto caballero que toma sus armas en apoyo de la justicia y, para saber lo que es de justicia, debía conocer el derecho técnicamente. Así que de tonto, ni un pelo, y de analfabeto, menos. La letra es visigoda pura, en su variedad castellana, aún no está contaminada por los aires franceses como lo está la de por ejemplo el rey Sancho Ramírez de Aragón, su coetáneo. Por ello sabemos que el Campeador se educó en las escuelas del palacio del rey Fernando I, muy alabadas en su época, y en las de Burgos. Su letra es irregular, pero segura y fácil, bien formada, es la letra de un hombre habituado a escribir. La tinta de la primera mitad de la firma de Rodrigo, en la línea 34, aparece un poco corrida a causa de lo áspero del pergamino en esa zona, no de su falta de habilidad. De hecho se aprecia que la escritura de Martín, el escriba, pese a que es obviamente más hábil y su tinta es más fluida, aparece en algunos lugares del pergamino un poco corrida también. En la línea 35 la firma del Cid se ve perfectamente limpia.
En cuanto a Jimena, su firma aparece al final del documento de la foto, al lado de los confirmantes, en unas líneas casi borradas debido a la mala calidad de la tinta usada. Una letra señorial, bastante inclinada hacia la izquierda. Confirman la donación nueve de sus hombres, seis de los cuales coinciden con los que firmaron el documento de su marido tres años antes. También el escriba, Martín, es el mismo. Puesto que menciona hijos e hijas, y sabemos que Diego está muerto, eso significa que habla de sus yernos y por tanto lo mismo doña Cristina que doña María ya estaban casadas en 1101.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.