Viendo el Cid que el rey no quería aceptar sus razones, ni oírlas de voz de emisario alguno, se decidió a enviar a su señor una carta… de hecho, envió cuatro. En la primera admite que cometió un error a la hora de controlar los tiempos, el ejército pasó sin que él lo notase y por eso no pudo unirse a él. No hay fraude, maquinación o engaño, ni por supuesto traición, simplemente se trató de una metedura de pata. Termina jurando por Dios que lo anteriormente dicho es cierto. En la segunda carta vuelve más o menos a explicar todo el asunto y se reitera en su juramento. La tercera es diferente puesto que el Cid comienza negando la acusación de que sus cartas pidiendo instrucciones al rey buscaban la ruina de su señor y pretendía dejar que los sarracenos lo capturasen (parece que los maliciosos refinan la versión del supuesto engaño del Cid que circula por la corte) En la cuarta vuelve a clamar por su inocencia, jura que nunca cometió traición y se muestra dispuesto a luchar con un caballero que el rey elija en un juicio por combate. Además, pide a aquellos que lo acusan que le envíen por carta las razones en las que se basan para que él pueda responder (a estas alturas la historia se había engordado con tanto cotilleo, malicia y medias verdades que el Campeador ya ni sabía qué se le imputaba)
La inclusión de estas cartas en la
Historia Roderici parece confirmar la hipótesis de que su autor era alguien del círculo cercano a la familia o, más probablemente, que Jimena le dio permiso para consultar el archivo del Cid después de la muerte de éste donde se conservaba copia de estos documentos.
Tampoco sirvieron de nada las protestas del Campeador, ni su indignación por lo injusto del trato que se le dispensaba, Alfonso VI se mantuvo inquebrantable en su decisión. Así pues, comienza aquí el segundo destierro de Rodrigo cuyo campamento seguía instalado en Elche en la navidad de 1088.
Nuestro protagonista reflexiona sobre su futuro y decide que ya va siendo hora de actuar con independencia, sin servir a ningún señor ni cristiano ni musulmán. Pero mantener una hueste cuesta un dineral y ya sabemos que Alfonso le ha quitado sus posesiones, su sueldo y los incentivos que venían con él. Es el momento de idear uno de sus planes maestros y para ello se dirige a Polop, una fortaleza del reino musulmán de Denia cuyos restos fueron reaprovechados como puerta del cementerio
La historia de Polop es un poco como de cuento de hadas: érase una vez el rey al-Hayib, quien también gobernaba Lérida y Tortosa como recordaréis, que decidió reunir todo su tesoro en una cueva bajo esta fortaleza, a lo Tío Gilito (Rico McPato para los que nos leen al otro lado del Atlántico)
Lo único que le falta al cuento es un dragón pero al-Hayib no disponía de él, sólo de hombres, y contra alguien como Rodrigo poco pueden hacer. El Campeador sitia la ciudad, la rinde en tiempo récord y se apodera de todo el oro, plata y ricas sedas. Con su nueva riqueza se dirige a Ondara, en Denia, donde repara el castillo convirtiéndolo en sólida fortaleza durante la época de Cuaresma y donde, terminadas las obras, celebra Pascua de Resurrección el 1 de abril de 1089. La Torre del reloj es la única que queda en pie de las cuatro con que contaba el antiguo castillo musulmán
A al-Hayib le parece peligroso que el Cid se pasee tan cerca de Denia pero no puede hacer nada para evitarlo ya que su centro de poder, Lérida, está bastante lejos. Si no puede expulsarle por la fuerza, piensa, pactará con él una paz de la que no conocemos los términos pero que podemos imaginar a tenor de los acontecimientos: el Cid abandona las cercanías de Denia para pasar al reino de Valencia, seguramente a cambio de un buen montón de oro leridano.
Al-Qadir, rey de Valencia, de quien ya hemos constatado en esta historia que no es precisamente el más valiente de los gobernantes, por poco se muere de miedo cuando sabe que Rodrigo viene de camino después de pactar una paz con el que es probablemente su mayor enemigo. Como solía ser habitual en él, en vez de forzar un enfrentamiento envía a nuestro protagonista una embajada cargada hasta los topes de ricos regalos. Rodrigo los acepta de mil amores claro, tiene una hueste que alimentar, junto con los presentes de todos los señores de los castillos por los que pasa quienes, por un lado, no quieren problemas con el guerrero y, por otro, desprecian a al-Qadir y esperan secretamente que Rodrigo acabe dando cuenta de él.
En resumen, la sola presencia del Campeador hace que todo el mundo quiera hacer buenas migas con él, por si las moscas. Se ha restaurado el protectorado castellano sobre las tierras valencianas pero esta vez, ojito, no en nombre de Alfonso VI, sino bajo la única autoridad y en provecho personal de don Rodrigo Díaz de Vivar.
Para mantener la integridad de este nuevo reino que aún no le pertenece pero sobre el que ejerce un considerable poder, traslada a su hueste hacia el norte, hacia la frontera con Tortosa. No pretende atacar, ya que mantiene su tratado de paz con al-Hayib, pero quiere que se note su presencia y hacer saber que no tolerará ninguna nueva injerencia en la zona saguntina. El leridano comprendió que se le estaba vetando cualquier conato de expansión hacia el sur y no quedó muy contento con el aviso. Es por eso que se volvió en busca de apoyos hacia el rey de Aragón Sancho Ramírez, el conde de Barcelona Berenguer Ramón II y el conde de Urgel Armengol IV. De ellos, el monarca aragonés y el conde de Urgel pasaron de meterse en camisa de once varas, el barcelonés se mostró interesado en los planes de al-Hayib siempre y cuando le pagase una obscena suma de dinero a cambio de la ayuda de su tropa.
Rodrigo pasa en Burriana el verano y otoño de 1089. Es una larga estadía para que una mesnada se quede en un mismo lugar, las reservas de víveres en la zona terminan por agotarse e inevitablemente hay que moverse. El Cid decide trasladarse a la zona montañosa de Morella, donde se dice que pasta gran cantidad de ganado, cruzando de este
modo la frontera de Tortosa. Su rey cuenta en este momento con fundadas razones para atacar al Campeador y paga una importante cantidad de dinero a Berenguer por su apoyo.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.