Pues en esas estamos, con Yusuf recién retornado a Marruecos y el Cid cobrando las jugosas parias de su protectorado valenciano, cuando una mujer decide tomar cartas en el asunto.
Ella es la reina Constanza de Borgoña, quien como es habitual en la Edad Media lleva el nombre de su abuela paterna, la reina Constanza de Arles. Pues sí, nuestra reina de León es hija del duque de Borgoña Roberto I y de Hélie de Semur-en-Brionnais. Por parte de padre sus abuelos son los reyes de Francia Roberto II el Piadoso (el segundo rey de la dinastía Capeto) y la ya mencionada Constanza de Arles (una víbora intrigante con muy mala leche que le zurraba incluso a su marido buenos puñetazos). Por parte de madre sus abuelos son Dalmacio I de Semur (un señor borgoñón con el riñón forrado de oro) y Aremburge de Vergy (hija de Enrique I de Borgoña y por tanto sobrina del rey Hugo Capeto). Vamos, que los padres de Constanza eran primos segundos. Además, la madre de Constanza, la tal Hélie, es la hermana del todopoderoso abad Hugo de Cluny.
Y es a Cluny a donde Alfonso de León dirigió sus cartas solicitando ayuda para encontrar una segunda esposa tras la muerte, o según algunos repudio, de su primera mujer Inés de Aquitania. Hugo y Alfonso trabajaban juntos en la eliminación de los últimos reductos del rito mozárabe en la Península, que pretendían sustituir del todo por el rito romano para que por fin España se acomodase a la corriente imperante en Europa, así que se carteaban mucho y tenían buena relación. La solicitud le llegó al abad en el mejor momento puesto que su sobrina Constanza había enviudado recientemente de Hugo II de Chalon, después de 14 años de unión sin hijos, y de esa forma colocaba a alguien de su familia en el trono, bien posicionada para ayudarle en su tarea de borrar el rito visigodo del mapa.
Dice mucho del poder de persuasión que tenía Hugo que pudiese colarle a un rey de León, a la desesperada caza de un heredero, a una chica de 33 años que después de llevar casada más de una década no hubiese dado pruebas de fertilidad. Ya sea porque nadie en la cristiandad osaba chistarle al abad de Cluny, ya sea porque a Alfonso VI le venían bien las conexiones familiares de la muchacha, el caso es que se casaron en algún momento antes del 8 de mayo de 1080, cuando firman su primer documento juntos. El matrimonio durará hasta 1092, fecha de la muerte de la dama, tiempo en el cual le dio al rey seis hijos mientras soportaba sus constantes infidelidades. De ellos sólo sobrevivirá uno: la reina Urraca I.
Bien pues la reina decide que ya está bien, ¿en qué cabeza cabe que el mejor guerrero castellano ande por esos mundos de Dios, forrándose de parias a su antojo, en vez de trabajar en favor del rey Alfonso que verdaderamente anda escaso de héroes épicos ahora que los almorávides se han puesto de malas?
Pues Constanza en persona envía cartas al Campeador, y anima a varios de sus viejos amigos a imitarla, en las que comunica a nuestro protagonista que el rey de León está decidido a montar una gran expedición militar contra los enemigos musulmanes que se habían quedado en el reino de Granada al mando del primo del emir. Puesto que Alfonso necesita de todos los caballeros de su reino quizá sea el mejor momento para solicitar audiencia con él, limar asperezas, yo te ayudo, tú me perdonas y tan amigos.
De hecho Constanza había informado de sus intenciones a su marido, después de haber enviado las cartas como hecho consumado, así que cuando aconseja al Cid que acuda al lado del rey lo más pronto posible con su mesnada, que permaneciera unido a él toda la campaña y que de esa forma fijo, fijísimo, que recuperaría la gracia y el amor del monarca, está apostando sobre seguro porque sabía que Alfonso lo iba a perdonar, siguiendo el consejo de su esposa.
La decisión de Rodrigo no es nada fácil, evidentemente se trata de recuperar su honor pero por otro lado ahora que por fin tiene pacificada su zona de influencia y puede vivir en calma y con relativo lujo (gana toneladas de oro, pero la mesnada debe comer, vestir, alojarse y cobrar sueldo a su costa, y los caballos también comen) maldita la gana que tiene de volver a ese nido de víboras que es la corte leonesa. Ante él no se alza ningún enemigo de importancia en las tierras de Valencia y parece que le espera un brillante futuro pero, por otro lado, la reconciliación con Alfonso implica la recuperación de sus tierras, volver a pisar el solar de sus mayores, el encuentro con su esposa e hijos, etc.
Nuestro protagonista apenas duda un momento antes de ponerse en marcha con su tropa, en una frenética cabalgada, que le lleva a reunirse con el rey Alfonso VI en la villa de Martos.
Desde luego,
qué buen vassallo, si oviesse buen señor
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.