(II PARTE)
Y en la Monarquía, el principio legitimador es el de la establecida sucesión. Una vez fijado, por las leyes o por la costumbre, el debido orden sucesorio, tiene pleno derecho a reinar quien suceda naturalmente a quien hoy reina. Sin más. Por ello, el sucesor, de entrada, no tiene «que ganarse nada». Deberá intentar obtener el mayor beneplácito de la opinión pública. Los ciudadanos gustan de Príncipes que conozcan sus problemas, aunque constitucionalmente no puedan resolverlos, que se acerquen a la España real y aprovechen para ello cuantos viajes resulten necesarios. Que oigan, escuchen y tomen buena nota de la situación de cuanto constituye la sociedad. Y todo ello de forma muy directa, sin conformarse únicamente con lo que le puedan decir las autoridades autonómicas. Es sabido que incomprensiblemente nuestra actual Constitución alude de forma harto escasa al Príncipe Heredero y deja sin regulación la naturaleza misma de una figura de notoria importancia: funciones, atributos, sentido de la representación del Rey, etc. Algunos constitucionalistas han señalado la necesidad de una breve consideración, quizá en una Ley Orgánica con pocos artículos. En este aspecto, coincidimos plenamente con esta necesidad defendida en no pocas ocasiones con el llorado Sabino Fernández Campo. Pero entendemos que, pese al casi olvido constitucional, el Heredero, «per se» y en razón de su «auctoritas», debe y puede desempeñar actividades de mayor alcance.
En el caso de la España de nuestros días, el país tiene, por fortuna, un Príncipe Heredero con una magnífica preparación válida para sus funciones de hoy y de mañana. Quizá Don Felipe de Borbón constituya el Heredero a la Corona mejor preparado y con el más completo currículo de nuestra reciente historia política. Piénsese que nuestro futuro Rey, y en lo que se nos alcanza, terminado su Bachillerato realizó los estudios preuniversitarios en un prestigioso College de Ontario (Canadá).
Vuelto a España, cumple con el importante paso por las Academias Militares de tierra, mar y aire, largo tiempo durante el cual, a más de la obtención de los títulos y despachos correspondientes, se familiariza con la vida castrense, algo de lo que se va a sentir profundamente dichoso. Nuestro Heredero, con los ascensos posteriores debidamente obtenidos, es también un militar que bien conoce a nuestro Ejército. A ello le sigue una necesaria y brillante formación académica. Cursa los estudios de Derecho y Económicas en la Universidad Autónoma de Madrid, recibiendo saberes de ilustres maestros. Por pura casualidad, uno de ellos, el profesor Francisco Murillo Ferrol, catedrático de Derecho Político, lo fue también en su día de quien estas líneas escribe. Y esta también larga etapa formativa se cierra con un máster de dos años en Estados Unidos, concretamente en Georgetown (por cierto, donde también se han formado algunos presidentes de aquella nación), con especial dedicación a la temática de relaciones internacionales. Dominando perfectamente cuatro idiomas, representa en pocas ocasiones a nuestro país en múltiples actos de alcance mundial y por deseo del Rey. Y, a la vez, sigue visitando toda nuestra geografía nacional, de Este a Oeste, por la gran diversidad de actos que preside. Con el desarrollo de los Premios Internacionales de la Fundación que lleva su nombre, el conocimiento y el prestigio de Don Felipe de Borbón tienen hoy, sin duda, un alcance que, repetimos, ningún otro Heredero ha poseído en nuestro país.
¿Se puede pedir más? ¿Qué es eso y en qué queda lo de que «se lo tiene que ganar»? Bueno, claro, para los no convencidos: la elección previa. En nuestra historia política reciente no ha habido nada más que un caso de un Rey elegido por las Cortes: el de Amadeo de Saboya. Pues bien, el 11 de febrero de 1873, y tan solo con dos años de reinado, envía un mensaje al Congreso renunciando a la Corona. Merece la pena una breve alusión a las razones que le llevan a tal decisión: «entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos(…) es imposible atinar cuál es la opinión verdadera y más importante todavía hallar el remedio para tamaños males». Y no hay que olvidar que por razones parecidas, aunque revestidas de legalidad, se destituyó a Niceto Alcalá Zamora como presidente de la Segunda República.
La pregunta es insoslayable. ¿Es eso lo que se desea para nuestro futuro? ¿Un Rey sometido, en su origen y después, a las variantes disciplinas de los partidos mayoritarios o de los pactos entre ellos? Si así ocurriese, ni sería Rey de todos los españoles ni se podría hablar de «arbitrar y
moderar». Y hasta podríamos tener un nuevo Rey cada dos o tres meses. ¿O estoy en el error?
ABC
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"Para levantarte republicano una mañana, sólo tienes que ser monárquico en España"