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El espectáculo con mucho fundamento que el Reino Unido ofreció al mundo el pasado viernes haría bien en generar envidia en todos nosotros. La grandeza y regia teatralidad de la ceremonia de Westminster, con toda la pompa que le precedió y siguió, demostró que por más que haya medios de comunicación constantemente zahiriendo a la Familia Real, por mucho que haya tantos interesados en demostrar que en su vida privada los Príncipes ingleses son como tantas otras personas —¿cómo iban a ser si no?—, cientos de miles de británicos tomaron las calles el viernes en una manifestación de unidad entorno a una Familia Real que encarna al país.

¿Por qué no puede ocurrir lo mismo en nuestro país? Tenemos lo más difícil de conseguir: una Familia Real. Y una muy respetada y admirada por sus compatriotas. Pero cuando se casaron los Príncipes a nadie se le ocurrió hacer un despliegue de pompa y majestuosidad como el que hicieron el viernes los británicos —y que era ayer descrita en «The Daily Telegraph» como «algo más sencilla y pegada a la tierra que en otras ocasiones». En España reaccionaríamos con la tontería de «la ostentación» y de que la Familia Real no puede hacer derroches, cuando debería ser exactamente al revés. Mantengamos una Familia Real que en las grandes ocasiones dé la imagen de grandiosidad que el país debería transmitir y que sólo puede encarnar un Rey o un Príncipe. Jamás el presidente de una República. Probablemente si en la boda de los Príncipes de Asturias nos hubiéramos gastado el doble de lo que se invirtió, todavía nos quedaríamos cortos respecto a la inversión en la de los Duques de Cambridge. Y aquí, en Londres, nadie duda de la altísima rentabilidad del dispendio realizado. Porque en el Reino Unido tienen una Familia Real de la que todo el mundo sabe que cuando hace estas demostraciones de opulencia, beneficia al país. En España, ¡ni se nos ocurre!