carmela escribió:
Acabo de descubrir este hilo y me uno a las felicitaciones . konradin te está quedando maravilloso!!
La ultima imagen de Catherin Charlotte Grimaldi que has puesto no se ve, ¡podrás ponerla de nuevo? tenía muchas ganas de ver un cuadro de ella con todo lo que has contado de su belleza
Muchas gracias a todos por sus palabras,
Carmela, no me deja por lo cual...
Sabba, te encomiendo esto porque no me deja
modificar ese post, caso contrario te paso un link por mensaje privado y si eres tan amable, tú podrías
modificarlo, como te sea más cómodo.
Lamento las demoras constantes, intentaré sacar varios capítulos hoy y subir dos por semana,
Minnie, cumplo con mi promesa, de aquí saltaré a los Condé.
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Una fiesta marcaría la apoteosis de este período, y el comienzo del fin.
El 17 de Agosto de 1661, Nicolás Fouquet (flamante superministro de Finanzas Louis XIV) recibiría a Louis XIV e invitados (es decir, toda la corte jeje) en su nueva residencia la cual pondría durante una cantidad de días a disposición del rey y la corte.
Aquellos que pudieron contemplar toda la procesión de la corte saliendo en un cortejo de carruajes a las 15 hs desde el chateaux royal de Fontainebleu, escoltado por la Guardia Francesa y la Compañía de Mosqueteros en uniforme de gala, estuvieron de acuerdo en que fue impresionante.
Casi todos dejaron el chateaux menos la reina quién, ya en avanzado período de gestación, prefirió quedarse. La procesión tardaría 3 horas en cubrir la distancia entre una residencia y otra llegando bajo un cielo casi negro que amenazaba una tormenta.
Esta nueva residencia no era otro que el recién construido chateaux de Vaux-le-Vicomte.
Una visión similar a esta habrá tenido la corte al llegar esa tarde. El palacio de Vaux, es una obra de arte en sí misma diseñada por el arquitecto Le Vau, no pudo menos que impresionar a todos los invitados. Al pie de la impresionante escalinata, el vizconde de Melún y de Vaux, también marqués de Belle-Île, Nicolás Fouquet, vestido con brocados de oro cual rey de las ‘Mil y Una Noches’ pero con una rodilla en tierra (jamás se permitían olvidar quién mandaba ahí), recibía al rey y sus cortesanos y les invitaba a entrar en su ¿humilde? (sic) residencia.
El pintor Lebrun, devenido en guía en aquella ocasión, escoltaba al rey y a su séquito en una visita guiada por todas las salas de Estado. Todos y cada uno de los invitados se maravillaban ante ese lujo ostentoso. Puyguilhem (¿se pensaban que se iba a perder esto?), como todos, contemplaba con la boca abierta todas esas maravillas reunidas en un solo sitio: los mármoles del vestíbulo con sus doce columnas dóricas, los paneles de madera tallada y dorada, los techos encajonados, las tapicerías de ‘La Savonnerie’ con su fondo azul oscuro, las tapicerías de los Gobelinos en rojo y oro, los muebles de fina marquetería, las camas con baldaquines tendidos de ricos brocados y pasamanerías, las arañas de cristal y bronce dorado centelleantes, el gran salón oval con sus cariátides y su techo inacabado que debía acoger un fresco dedicado al palacio del sol. Y presente en todas partes, incrustada o grabada, la insolente pequeña ardilla de los Fouquet que parecía mofarse del rey con su orgullosa divisa: ‘Quo non ascendet?’ (‘¿Hasta dónde subirá?’).
Tapíz del Chateaux de Vaux-le-Vicomte, con las armas blasonadas de Fouquet, en campo de plata una ardilla rampante de gules, y corona de marqués. Luego, los invitados continuaron el "tour" por los bellos jardines, diseño y obra del arquitecto paisajista Le Nôtre. Las fuentes disparaban miríadas de chorros de agua entre parterres floridos, el verde césped que parecía pintado y los bosquecillos de boj tallados magistralmente, todo poblado de estatuas y vasijas romanas, pequeñas cascadas, canales, grutas encantadas... y a lo lejos, la imponente escultura del ‘Hércules Farnesio’.
Vaux-le-Vicomte en todo su esplendor, se pueden apreciar los jardiners diseñados por Le Nôtre. De vuelta al chateuax, mientras los criados ataviados en librea servían refrigerios y refrescos en vasos de cristal tallado, se organizó una lotería que, colmo de la delicadeza, permitió ganar a todo el mundo. A los 3.000 invitados, Vatel y su ejército de cocineros les sirvieron una cena excepcional, para la que se habían montado, a saber:
- treinta bufetes,
- decorado ochenta mesas,
- utilizado ciento veinte docenas de servilletas,
- quinientas docenas de platos de plata maciza,
- treinta y seis docenas de bandejas
- y un servicio de mesa en oro macizo.
Hay una película que, licencias históricas de lado, con Gerard Depardieu como ‘Vatel’ describe (a través de los ojos del cheff francés) los eventos de esos días.
Durante el atardecer, los convidados asistieron desde la terraza a la representación de un ballet y, luego, a una representación teatral de la tropa de Molière, a la luz de un centenar de antorchas.
Finalmente, mientras la noche se cerraba sobre ellos, un fabuloso fuego de artificio con sus cohetes de serpentinas, guirnaldas, fuegos de Bengala y soles giratorios transformó el parque y la noche con sus luces y colores coronando con esa nota mágica aquella fabulosa recepción jamás ofrecida a un monarca.
Fouquet jamás pudo imaginar que el cada vez más pronunciado rictus en los labios de Louis XIV no eran propios del fastidio de verse en una residencia diferente a la suya o de disgusto porque los fastos lo estuvieran aburriendo en lo más mínimo. El rey comenzaba a preguntarse cuál sería el origen de la fortuna de su superintentende de finanzas.
Tarde en la noche, al ver la fastuosa habitación que se le había preparado y construido específicamente, el rey, con el semblante pálido, la voz estrangulada por la rabia, rehusó pernoctar en aquella fastuosa alcoba que le estaba destinada, y se despidió de Fouquet con frialdad.
Fotografía de la 'Habitación del Rey' en Vaux-le-Vicomte destinada a acoger al rey al final de la fiesta, pero que Luis XIV rehusó ocupar. De vuelta en Fontainebleau, días después, declaró a su madre que era menester pedir cuentas
"a todas esas gentes". El palacio de ensueño del superintendente sirvió de revulsivo para el joven soberano y, rompiendo su crisálida, se reveló a sí mismo. Si para los cortesanos se trató de un sueño de una noche de verano, para Luis XIV fue una auténtica pesadilla que tan solo conseguirá olvidar cuando su superintendente será encarcelado y Versailles acabado, veinte años más tarde. Fouquet acababa de cavar su propia tumba. Había, como dice seguido Minni en sus relatos “picado demasiado alto” y como Ícaro, estaba destinado a caer a lo más bajo.
Louis XIV ya se encargaría de ello.