Así que al final, no tenemos clara qué formación de combate se acordó aunque el plan básico parece que era dos divisiones principales, una vanguardia y un batallón principal, compuesto por infantería a pie y hombres de armas en ambos extremos, junto a un contingente de caballería que debía arrollar a los arqueros ingleses en los momentos iniciales de la batalla. Los arqueros franceses a su vez estarían colocados detrás del batallón, de forma que no podrían tener ningún papel eficaz en la contienda Los mozos de los señores y los jinetes menos diestros constituirían la retaguardia.

En cuanto a la pendencia por las posiciones, escogieron una solución justa pero insensata. Todos los VIP estaban en primera línea: el condestable, el mariscal, todos los oficiales reales, los duques, los condes, etc. aunque no tenemos muy claro quién se ocupaba de cada cosa. Más o menos lo que podemos sacar en claro de las crónicas es que De Albret estaba en la vanguardia, los duques de Alençon y Bar lideraban el batallón principal, uno de los flancos estaba a las órdenes del conde de Vendôme y el otro del conde de Richemont, pero no sabemos si derecho o izquierdo. La fuerza de élite de 1.200 caballeros montados que debían arrollar a los arqueros era dirigida por Clignet de Brabante, un líder Armagnac, pero no sabemos su ubicación, hay quien dice que a los flancos, hay quien asegura que detrás del batallón

Por desgracia la documentación francesa es escasa y fue muy dañada en la época de la Revolución, pero es importante la afirmación del cronista Pierre Fenin: todos los príncipes fueron situados en la vanguardia dejando a los suyos sin líderes. Con lo que la retaguardia se convirtió en una especie de vertedero de todo lo que sobraba, lo que contribuyó a la confusión.

Lo que sí sabemos con seguridad es que los franceses carecían de una estructura formal como los grupos ingleses, en los que todo el mundo vivía y luchaba desde hacía tiempo dentro de la misma compañía y bajo el liderazgo del mismo hombre. Los soldados ingleses compartían fuertes vínculos de camaradería mientras que los franceses eran de mentalidad independiente. Incluso los miembros de una misma familia no luchaban necesariamente codo con codo.

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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.

Bueno allá vamos por fin con la batalla, tantas páginas con la preparación y ya verás qué decepción de lo rápido que la vamos a despachar

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Es el 25 de octubre de 1415, un amanecer descolorido, frío y pasado por agua, la festividad de los santos Crispín y Crispiano, patrones de los zapateros, guarnicioneros y curtidores.



Los zapateros mártires de Soissons, lugar donde fueron decapitados por orden del emperador Maximiliano a finales del siglo III, están a punto de conseguir su venganza tras el saqueo de su ciudad el año anterior por un contingente de los Armagnac

Los franceses son los primeros en ocupar posiciones, en número aterrador, según el pobre capellán inglés que relata el encuentro. Mientras, Enrique V está levantado desde antes del amanecer, preparando su alma para el encuentro. Su armadura brilla, a diferencia de las de sus hombres comidas por la humedad, sobre ella la sobreveste con las armas de Inglaterra y Francia destaca mientras oye laude y sigue tres misas. Una vez hubo cumplido con Dios, se puso el yelmo real con su corona dorada adornada con flores de lis para mayor provocación. De esta guisa es perfectamente distinguible tanto por sus hombres como por su enemigo en cualquier momento y posición de la batalla, un modelo de inspiración para unos y un motivo de consternación, si hay suerte, para sus enemigos. Con esa curiosa mezcla de realeza y humildad a la que ya nos tiene más que acostumbrados cabalga tranquilamente en un pequeño caballo gris que no tiene nada de elegante, trotando de aquí para allá reuniendo a sus hombres y desplegándolos a su gusto.

Todos los ingleses, incluido el rey, van a combatir a pie. Los caballos, bártulos, escuderos jóvenes y heridos permanecerán en la retaguardia al cuidado de un noble, con diez hombres de armas y veinte arqueros. Todos los demás forman según el plan a la sombra de los cuatro estandartes: las armas del rey, las de San Jorge, las de Eduardo el Confesor y la Trinidad. Los arqueros ingleses, que superan a sus propios hombres de armas por cinco a uno, clavan sus estacas en el suelo lodoso con unos pesados mazos que les vendrán muy bien para hundir cabezas francesas cuando los arcos ya no sean necesarios.



Una vez más, Enrique anima personalmente a todos sus hombres. Habló de la justicia de su causa, apeló a su sentido patriótico, les convenció de que los franceses habían jurado cortar los dedos a todo arquero inglés para que no pudiese volver a sostener un arco... Yo prefiero el discurso de Shakesperare

Nosotros pocos, felices pocos, nosotros, grupo de hermanos;
Pues el que hoy vierta conmigo su sangre
Será mi hermano; por villano que sea,
Este día le hará de noble rango:
Y muchos caballeros de Inglaterra, que ahora están en la cama
Se considerarán malditos por no haber estado aquí,
Y les parecerá mísera su valentía cuando hable alguno
Que combatiera con nosotros el día de San Crispín.

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Una última cosa queda por hacer antes de empezar a luchar, para que la conciencia del rey siga tranquila y sobre todo para mantener su reputación, hay que hacer un último esfuerzo para evitar la batalla. Se envían heraldos para exigir una conferencia pero nadie sabe a día de hoy qué trataron los negociadores o que ofertas se hicieron. En cualquier caso la reunión fue breve y ambos bandos rechazaron las propuestas.

Ya hemos cumplido con los requisitos de la ley de las armas. En este momento, las dos mayores naciones militares de Europa están a punto de ser sometidas al juicio de Dios.

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WOW que bonito

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La risa es un antidepresivo sin efectos secundarios

Esquemas de la batalla hay muchos pero básicamente todos explican lo mismo.

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Estamos en punto muerto mientras los dos bandos esperan que sea el otro el que haga el primer movimiento. Los minutos se convierten en horas y la espera es una prueba de valor y disciplina. El único movimiento es el de los caballos que se irritan ante la demora en el frío y la humedad de la mañana de finales de otoño.

De un lado los franceses en brillantes armaduras y bajo pendones de colores



Bien alimentados, bien armados, rebosantes de confianza y ansiosos por aplastar al pequeño ejército que había osado invadir Francia.

Al otro lado estaban los ingleses, una visión espantosa pero por razones distintas. Hombres atrapados y desesperados que miraban a la muerte y pretendían vender cara la piel. Sin comer, sin lavarse o afeitarse, con armaduras deslustradas, y sobrevestes y estandartes mugrientos y andrajosos, algunos van descalzos porque sus botas se han gastado en la caminata. Con el estómago e intestino destrozado por la disentería, el hambre y el miedo, muchos arqueros deciden recortar sus calzas para dejar que la naturaleza siga su curso más fácilmente si no les da tiempo a bajárselas, una opción que no está al alcance de quien va encajonado en una armadura metálica. El hedor debía ser incoportable. Pero eso sí, aún les queda chulería para mostrar a los franceses los dos dedos con los que disparan y que, según les dijo el rey, pretenden cortarles si los capturan, en un gesto insultante que aún hoy en día se usa en la pérfida Albión mientras que los latinos preferimos la clásica peineta que ya los romanos llamaban digitus impudicus (dedo insolente)

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Finalmente fueron los ingleses los primeros en perder los nervios. Después de varias horas de espera, Enrique es consciente de que los franceses no atacarán, les basta cerrar el paso hasta que el miedo y el hambre destruyan a su ejército. Para evitar hundir más la moral de sus hombres, el rey se da cuenta de que tendrá que moverse en primer lugar. Ordenó a la retaguardia que se ocupaba de los caballos y el equipaje que avanzara hasta pegarse a las últimas filas, para que no quedaran aislados y expuestos al peligro de los saqueadores en medio de la lucha. En este momento el capellán que escribe el relato que seguimos se refugia en un carro, entre el equipaje, y es testigo de toda la contienda.

El rey da la orden de que el ejército avance. Mientras tanto, sir Thomas de Erpingham, el oficial más experimentado del ejército (ya había luchado con el Príncipe Negro a los 11 años, después en Castilla, en Prusia y en Tierra Santa), está al mando de los arqueros, y tiene la responsabilidad de asegurar que el despliegue de los tiradores no se vea en peligro por la decisión de Enrique de adelantar al resto de la tropa. El rey asume un riesgo enorme para sus arqueros, que para empezar tienen que desclavar las estacas dando la espalda al enemigo para volver a colocarlas, con una profundidad y ángulo adecuados, más adelante. Es el momento obvio para que los franceses ataquen y pillen en calzones a los ingleses, pero no lo hicieron nadie se explica por qué, el caso es que se quedaron tan tranquilos observando a Enrique adelantar sus estandartes al grito de !Compañeros, vamos!

Por increible que os parezca, los ingleses adelantaron la posición sin ningún problema colocándose a un tiro de arco largo del enemigo.

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¿Que dónde está la caballería francesa mientras tanto? pues no está muy clara la cosa, las crónicas de una batalla a la fuerza son algo confusas entre tanto movimiento y encima después fueron sometidas a una "purga" debido al herido orgullo nacionalista francés. La verdad es que se culpan unos a otros de la inmovilidad de las tropas pero nadie asume su responsabilidad: que si los lombardos y gascones huyeron, que si la culpa fue de Brabante y Borbón que estaban al mando... lo que sí es seguro es que mientras los ingleses cambian de posición con calma sus estacas, la mitad de la caballería francesa no estaba en su puesto, al no esperar que los ingleses atacasen debido a su precaria posición y número escaso, se fueron a alimentar a sus caballos y de paso calentarse al fuego.

Básicamente, fueron tomados por sorpresa y además, por su enorme número, los franceses no están precisamente preparados para dar una respuesta rápida, se pierde un tiempo precioso simplemente transmitiendo información a todos los batallones. Para cuando hubieron reunido caballeros suficientes, los ingleses ya estaban en la nueva posición preparados, con las estacas firmemente clavadas y además colocados en un estrecho espacio entre los bosques de Azincourt y Tramecourt, con los flancos protegidos de los ataques de la caballería francesa. En su lugar, estos tendrían que hacer un ataque frontal en dirección a la línea de fuego de los arqueros.

Este es el movimiento que le dio la victoria a Enrique V.

Se supone que Clignet de Brabante y Luis de Borbón contaban con entre 800 y 1.200 hombres de armas a caballo, a toda prisa sólo lograron reunir unos 420. Grave error una vez más, la efectividad de una carga de caballería depende del peso que tiene detrás, los franceses no son suficientes para arrollar a los arqueros y no se molestaron en mantener las filas apretadas, que es el otro ingrediente necesario para una carga exitosa.

Los cronistas posteriores se apresuraron a acusarlos de falta de disciplina, por mi parte pienso que la mayoría de la culpa la tuvo el estado del terreno. Los campos recién arados eran un lodazal de barro espeso y de agua superficial, que restaba velocidad a los caballos haciéndolos tropezar y caer. En estas condiciones es imposible mantener un frente unido en la acometida.

Así que en este momento, 120 hombres cargan desde un extremo de la vanguardia francesa mientras que 300 lo hacen desde el otro, siguiendo la línea de los bosques que los flanquean a ellos y a los ingleses, convergen sobre el centro del campo de batalla. Inmediatamente, los hombres de armas franceses de la vanguardia avanzan detrás de los caballeros.... para hundirse en el barro hasta las rodillas La combinación del peso de sus armaduras con el barrizal ya pisoteado por los caballos cargados con caballeros que a su vez llevaban pesadas armaduras, pudo con ellos El problema empeoraba cuando una fila densamente repleta de hombres de armas avanzaban detrás de los hombres que iban delante: agobiados por el peso de la armadura, los resbalones en un terreno traicionero y luchando contra la succión del barro a cada paso. Un auténtico desorden.



El rey Enrique V en la batalla de Agincourt de John Gilbert

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En este momento del relato, los más sensibles deberían dejar de leer, porque es la parte en la que los franceses van a empezar a sangrar mucho y a morir como moscas y la cosa puede ponerse un poco fuerte, pero es que la guerra no es un asunto limpio ni agradable. Y los caballos también lo van a pasar mal, por si algún amante de los animales prefiere no saberlo.

Cuando la caballería francesa se echó encima de los arqueros ingleses al grito de ¡Montjoie!, sir Thomas Erpingham, al lado del rey en el frente del batallón principal, levantó su bastón de mando en el aire y dio la orden de abrir fuego.



Sir Thomas Erpingham en la catedral de Norwich, donde está enterrado.

Cinco mil arqueros levantaron sus arcos largos y soltaron una descarga de flechas tan densa, tan rápida y tan furiosa que el cielo se oscureció como si una nube hubiera pasado por delante del sol (a ver si os creéis que esa situación es patrimonio exclusivo de los espartanos en las Termópilas ) Desde el momento en que sueltan una flecha hasta que da en el blanco pasan unos segundos en los que sólo se oye la reververación de la cuerda del arco, segundos que llegan a parecer eternos, hasta que se escucha el sonido metálico de la punta de la flecha contra la armadura, la carne desgarrada y los gritos de los heridos y los moribundos. Los aterrorizados caballos, enloquecidos de dolor, se desplomaron, encabritaron y cayeron, tirando a los jinetes y pisoteándolos, ahogándolos literalmente en el lodo asfixiante. Los caballos de la primera línea acabaron empalados en las estacas, mientras los más afortunados giraban en redondo para huir al bosque y otros caían bajo las flechas mientras galopaban sobre las cabezas de los caídos de sus propias filas.

En este primer asalto mueren tres líderes de la caballería: Robert de Chalus, Ponchon de la Tour y Guillaume de Saveuses fueron lanzados por sus caballos entre las líneas inglesas después de resultar empalados y rápidamente fueron degollados. Hay quien dice que Guillaume fue traicionado y lanzado por sus propios compañeros hacia la línea inglesa porque era de la facción borgoñona y para su mala suerte estaba rodeado de Armagnacs en el batallón... no creo yo que en medio del caos y bajo una lluvia de flechas, te pares a pensar de qué facción es el que tienes al lado y de qué forma le puedes jorobar. Pero quién sabe, lo cierto es que este batallón de caballería no se caracterizaba por el amor entre sus miembros. Geoffroi de Boucicaut, un hermano menor del mariscal, había golpeado a Jean Malet de Granville porque ambos pretendían a una dama de la reina, Charlotte de la Cochette; más tarde De Granville le propinó una soberana paliza a su rival en una calle de París.

Así pues ¿por qué un borgoñón tiene que recibir órdenes de un Armagnac? ¿por qué De Boucicaut tenía que luchar codo con codo con el hombre que lo había humillado públicamente? Por mucho que odiaran a los ingleses, estos hombres se odiaban mucho más entre ellos.

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