La fortaleza estaba defendida por los zaragozanos reforzados por alaveses y vascones enviados por el rey de León, pero nada pudieron hacer contra el potente ejército del califa que, el 27 de julio del año 937, rindió la ciudad para dirigirse a Zaragoza. El tuchibí decidió capitular y jurar lealtad al califa, qué remedio le quedaba
Abd al-Rahman enfoca su mala leche en el otro aliado de Ramiro: Pamplona, donde no tienen ejército que pueda enfrentarse al califal por lo que la reina Toda, regente durante la minoría de edad de su hijo García Sánchez, aceptó pagar tributo al cordobés. Supongo que, como sobrino de la dama, le haría rebaja en el precio
Lo que es seguro es que la recibió con todos los honores como a una pariente que era... aunque eso no era una seguridad tratándose de este hombre. Se le conoce por tener un rostro apuesto, pelo rojizo y ojos azules como hemos dicho, pero era bajo y regordete, muy impresionante montando a caballo pero bastante gracioso cuando iba a pie. Las fuentes musulmanas alaban sus conocimientos, su generosidad, sagacidad, diplomacia, valentía, poeta y orador magnífico, bal, bla, bla. Y seguro que era cierto, pero una cosa no quita la otra...
Si analizamos los hechos fríamente, sin tanta alabanza de fondo, descubrimos un califa derrochador, amigo del lujo y la pompa hasta extremos insospechados: quiso revestir de oro y plata el Salón del Trono de su nueva ciudad. ¿Y la financiación de dónde sale? de los mismos de siempre, se dedicó a freír a impuestos a sus campesinos y a los mozárabes e incluso pedía descaradamente "regalos" económicos a sus amigos y altos funcionarios, que más te valía darle si no querías ver tu cabeza rodar.
Cuando tenía un capricho pisoteaba los derechos de sus súbditos, era cruel y sanguinario cuando se cabreaba aunque eso era común a muchos dirigentes de aquellas épocas y no se le puede reprochar. Su enemigo Ramiro les sacó los ojos a sus primos para que dejasen de disputarle el trono y los encerró en un convento a morir así que tanto monta, monta tanto.
Bebía muchísimo (olé por seguir los preceptos del Islam), su brutalidad con las mujeres era famosa (cortaba la cabeza de cualquiera de ellas ante el mínimo mal gesto) y se hacía acompañar de su verdugo a todas horas por si requería sus servicios. Los requirió de hecho para decapitar a su propio hijo Abd Allah, que desaprobaba la mala conducta de su padre y sus acciones despóticas y contrarias a la justicia.
¿Poeta? versos procaces llenos de palabras malsonantes en los que satirizaba sin piedad al que se cruzase en su camino, eso sí, en estilo clásico y perfecta métrica.
Un hombre de grandes contrastes, ni más ni menos malo que sus coetáneos como he dicho. Sin embargo, como ya he explicado alguna vez, los dirigentes musulmanes vienen de una tradición en la que el rey dispone de las vidas de sus siervos y súbditos como quiera, sin dar explicaciones. Como aquellos reyes persas que por disidente te mandaban meter en un horno que iban calentando poco a poco hasta que te asaban como a un pollo y a nadie le parecía mal. Era la dictadura del miedo.
Los reyes cristinos, que también eran unos brutos de cuidado, en teoría estaban sujetos a unas limitaciones. En teoría, repito, no se puede ordenar la masacre de hermanos cristianos ni matar a alguien de forma deliberadamente cruel, aunque sea reo de traición. Ningún rey cristiano podía hacer como Abd al-Rahamn III que mandó ejecutar a su hijo en el Salón del Trono porque quería disponer de una buena vista del hecho. Además nuestros monarcas no tenían el apoyo incondicional de su nobleza sólo por el hecho de ser los reyes, el respeto había que ganárselo por ser justos en sus decisiones y valientes en los hechos de armas. Por esas dos cosas era famoso Ramiro II, además de por una profunda religiosidad, pero tampoco era una hermanita de la caridad
El caso es que los episodios sangrientos en los que un rey decapita a parte de la población por insurgente, o porque le daba la gana, con extrema crueldad suelen darse más del lado musulmán.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.