El curioso caso de la ciudad fortificada y su castillo que, pudiendo luchar contra los musulmanes en la última de las cruzadas contra los otomanos, prefirieron pactar con ellos para conservar su bien más preciado, la libertad.
La
perla del Adriático y, a decir de muchos (entre los que me incluyo), la ciudad más bella del mundo: Dubrovnik en Croacia.
Todos los que la visitan se enamoran de ella, no sé qué tiene, pero te quedas tocado y hundido para siempre
En el siglo IX, Ragusa era ya la ciudad más importante de Dalmacia, y formaba una pequeña Comunidad Ragusina bajo el amparo de Bizancio, para luego estar bajo dominio de la República de Venecia hasta 1358 cuando con el tratado de Zara (Zadar), pasa a ganar su independencia y a llamarse República de Ragusa, pagando un tributo anual al rey de Hungría. La ciudad y su contorno municipal ocupaban apenas una superficie aproximada de 1 km², pero sus navíos surcaban todos los mares del Levante, desde el Adriático hasta el Bósforo.
Al igual que Venecia, disponía de su propia flota de guerra para defenderse, pero no fue suficiente para impedir que los normandos se adueñaran de la ciudad en 1081.
En el siglo XII se erigieron murallas alrededor de la nueva ciudad para protegerse de las invasiones que venían, tanto de Oriente como de Occidente. A finales de dicho siglo, Ragusa era una de las Repúblicas que escogía a su gobernante de manera democrática. La pujante república de Venecia, cuyos barcos hacían escala en la costa dálmata, anhelaba anexionarse este puerto estratégico para sus fines comerciales. La armada veneciana se puso en movimiento en 1205 y conquistó la ciudad, conservándola hasta 1358. Ragusa era llamada por los habitantes que residían fuera de la ciudad, con el nombre de Dubrovnik (del término ilirio
dubrava, bosque de robles). Tras aceptar el nombramiento de un obispo, los raguseos conservaron el control comercial y político de su ciudad. Al compartir los poderes, consiguieron mantener sus principales prerrogativas en los asuntos ciudadanos. Cuando Venecia se retiró de Dubrovnik, aparecieron los turcos por el este.
En 1364 Dubrovnik firmó con el sultán del Imperio otomano un tratado de alianza y protección, el primero establecido entre un país musulmán y un Estado cristiano. Gracias a este acuerdo, Dubrovnik fue respetada por la invasión otomana que pasó muy cerca. El límite histórico de la expansión turca corresponde exactamente a la frontera actual entre Croacia y Bosnia-Herzegovina. Los turcos se detuvieron en la cima de la montaña que domina como una muralla natural la ciudad, pero no descendieron. A cambio de la protección, Dubrovnik debía pagar un tributo al sultán. Una delegación se dirigía cada año a Constantinopla para cumplir la formalidad. Aquélla debía permanecer un año en el lugar, sirviendo de esta manera de rehén hasta que llegase el siguiente tributo.
Dubrovnik rivalizó con Pisa y Venecia en riqueza y con Florencia en cultura, llegó a tener consulado en Sevilla y envió en las carabelas de Colón a dos de sus marinos en el primer viaje del Almirante.
El fuerte de San Lorenzo, conocido en croata como “
Lovrijenac”, es uno de los símbolos de Dubrovnik. Se trata de un enorme edificio localizado fuera de la muralla oeste que envuelve esta ciudad, construido a unos 37 metros sobre el nivel del mar y siempre ha cumplido una vital importancia a la hora de defender la ciudad de los ataques venecianos, ya que la defiende desde el mar y desde la tierra.
La fortaleza es un cuadrilátero con poderosos arcos. A medida que la altura es desigual, tiene tres terrazas con parapetos de gran alcance, la más amplia vista hacia el sur y hacia el mar. Las paredes expuestas al fuego enemigo miden alrededor de 12 metros de grosor, pero en cambio la pared frente a la ciudad, no excede de 60 centímetros. También tiene dos puentes levadizos que permiten llegar a la fortaleza y, encima de la puerta, hay una inscripción:
Non Bene Pro Toto Libertas Venditur Auro, la libertad no es para ser vendida ni por todos los tesoros del mundo.
Para asegurarse la lealtad, las tropas de la época del Fuerte de San Lorenzo, rotaban cada 30 días, y para garantizar esa total lealtad, se les daba al entrar únicamente raciones para ese periodo de tiempo.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.