En estos tiempos convulsos de la ambición, elcinismo,
el arte del disimulo ,un libro de obligada lectura ,pienso yo,para el qe no lo haya hecho
FOUCHE,EL GENIO TENEBROSO.
Stefan Zweig
JOSE FUCHE nació el 21 de mayo de 1759, en Le Pellerin, Francia. Hijo y descendiente de marineros y mercaderes, se esperaba que siguiera con la tradición de familia, pero las características físicas con las que Zweig describe al desvalido José, inducen a pensar que para sus padres fue una verdadera preocupación el futuro de este frágil niño; en particular, en tiempos en los cuales quienes pertenecían al Tercer Estado, únicamente estaban en capacidad de heredar a sus hijos la enseñanza del oficio del cual la familia vivía. Cuando esto no era posible, la alternativa era la vida conventual, y Fouché no escapó de esta práctica. Ingresó como clérigo en el seminario de los oratorianos, después de haber cursado sus estudios de primaria y secundaria en el colegio de la misma Orden.
Para quienes cuentan con una vocación religiosa, el silencio y la soledad del claustro representan el éxtasis (para entender esta experiencia basta leer a San Juan de la Cruz), pero cuando ese llamado interior no existe, la reclusión debe convertirse en un verdadero infierno. La obra no ofrece mayores detalles sobre el estado anímico de Fouché durante los diez años de permanencia en el convento, pero establece que contrario a las prácticas de la Orden este clérigo no hace votos perpetuos, evidencia incuestionable de que no tenía vocación para la vida religiosa.
Zweig dice que Fouché, al igual que los demás sacerdotes, se condujo acorde con las normas rígidas del convento bajo el mandato de vivir la pobreza, la castidad y la obediencia. Irónicamente, es a través de la práctica de estas virtudes, que aprendió el arte de callar, la ciencia magistral de ocultarse a sí mismo, la habilidad para observar y conocer el corazón humano. Es, asimismo, en esos largos años, en esa continua lucha contra las propias pasiones, cuando llegó a adquirir la disciplina del autodominio férreo, para - entre otras cosas -, no revelar nunca los sentimientos personales y ocultar la vida privada.
Dos semanas más tarde de haber dejado la Orden de los Oratorianos, Fouché era el presidente de una asociación denominada "Amigos de la Constitución", y dos años después fue elegido Diputado de la Convención por el Departamento del Loira inferior.
A partir de este momento, el "Genio Tenebroso", sin escrúpulos ni ideología, comenzó a poner sus dotes de gran político al servicio de sus intereses personales, Basta decir que un año más tarde, en 1793, después de haber comprometido su palabra para pedir clemencia para el Rey, esperó ser el último en votar en la Asamblea de los Estados Generales para alinearse con la mayoría, aunque su voto significara contribuir a la decapitación de Luis XVI.
Maestro en la traición y con la naturaleza escurridiza de reptil, Fouché supo siempre aprovechar las ocasiones que se le presentaron para demostrar sus grandes habilidades de conspirador y eliminar a aquéllos que significaron un obstáculo para sus fines. .
Dio inicio su carrera como diputado aparentando ser
moderado, sabía que sus paisanos no aprobaban las posiciones radicales de algunos fanáticos de la revolución; la clase trabajadora de Nantes consideraba suficientes los logros obtenidos y no daba muestras de querer ir más allá. Fouché, acorde con la mayoría de habitantes su región, se manifestaba como un fiel defensor de la propiedad, del comercio y del respeto a las leyes. Asimismo, hasta ese momento, se mostraba en contra de la ejecución del Rey, y durante la Asamblea de los Estados Generales comprometió su voto a los girondinos (moderados) para evitar que Luis XVI fuese decapitado. Esa era la voluntad de su gente. Pero, encontrándose en París, en medio de otra gente, la cosa cambió. Como buen oportunista, no quería arriesgar nada, su ideología era siempre la de "la mayoría", y al ver que la mayor parte de los diputados estaban a favor de hacer rodar la cabeza coronada, cuando llegó su turno, también pronunció la sentencia: "La mort".
Después de este insólito cambio, Fouché dio un giro radical hacia la izquierda, ubicándose con los jacobinos, que en ese momento dominaban para acabar con los
moderados. Se tomó muy en serio su papel, y en 1793 redactó la "Instrucción de Lyon" y se presentó como el primer comunista de la revolución. Además, se declaró ateo, mandó a la guillotina a cuantos consideró que podían ser peligrosos, quemó iglesias, se mofó de los religiosos, fusiló a cañonazos a los sospechosos de conspirar contra la república, y todas estas hazañas le hicieron sentir que el camino al poder estaba ya marcado y que contaba con el suficiente talento y astucia para seguir sumando victorias.
José Fouché pasó un tiempo en el anonimato, pero al entrar en escena Napoleón Bonaparte, éste supo apreciar sus grandes cualidades para descubrir conspiraciones y movimientos secretos de todo género; y en 1799, fue nombrado ministro de policía, cargo que desempeñó con mucha efectividad. Este puesto lo puso en contacto directo con la nobleza, el clero y la clase adinerada; y le dio la oportunidad de descubrir el poder del dinero y la facilidad con que se abren las puertas cuando se forma parte de la nobleza. Conociendo muy bien la ambición de Napoleón, lo ayudó a proclamarse emperador a cambio de ser nombrado senador y además obtener riquísimos donativos. Años después fue nombrado conde de Otranto y luego Duque.
Más tarde, después de la derrota de Napoleón en Waterloo, convencido de que la estrella napoleónica declinaba, facilitó la entrada de Luis XVIII a Francia para restaurar la monarquía, pero cometió la torpeza de aceptar el cargo de ministro de la corona durante la Restauración, cosa que horrorizó al resto del gabinete, quienes veían en él un regicida.
Murió en Trieste, el 26 de diciembre de 1820, olvidado por todos, pero a través de su ejemplo cobra vigencia el pensamiento magistral de Stefan Zweig, que dice: "En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque más hábiles, en las figuras de segundo término