El rey volvió a recordar en su discurso de nochebuena que no tiene pensado abdicar. Como ciudadano y como militar ha superado ampliamente las edades de la jubilación y del paso a la reserva, pero su magistratura real es, en este punto, irreal. Su baja nos permitió constatar que cuando él no está, con la constitución en la mano, nadie puede sustituirle. Su discurso titubeante de ayer confirmó que su cuerpo no responde a sus ganas de recuperarse ni se corresponde a la última portada de Hola. La reimputación de su hija, confirma que los problemas familiares con la justicia no se frenan con los deseos.

Se entiende que un monarca que ha tenido actuaciones brillantes en su reinado no quiera irse precisamente en sus momentos más bajos. Se comprende que a cualquier persona le cueste reconocer que las facultades menguan y la ancianidad llega. Pero cuesta entender que nadie a su alrededor le haga comprender un par de cosas: que de todo lo que le sucede casi nada irá a mejor y que los esfuerzos por preservar la institución quizás tengan que pasar por algún sacrificio personal. Como el que hizo su padre, por cierto, que asumió algo más raro en una monarquía que la abdicación: que tu hijo se salte el orden sucesorio. También le costó, pero acabó haciéndolo.