josefita escribió:
¿Tenía de antes una relación estrecha con Dorotea? ¿O se fía de su instinto y del origen Centro Europeo de su sobrina?. ¿Cuánto pesa en su decisión que sea hermana de Wilhelmina y las relaciones de esta con Metternich? . Probablemente, cuando la casa con su sobrino es porque tenía un buen concepto de ella, ¿pero hasta el punto de confiar la complicada tarea a una chica de 22 años?. Se sabe que en Viena Talleyrand le hace cómplice de su trabajo y sus decisiones, confía en ella, pero ¿Cuándo empiezan sus relaciones?.
Son preguntas fantásticas, Josefita. De las que encienden la peor de las imaginaciones: la especulativa. Yo no me atrevo a responder ex cátedra, porque sólo soy un humilde aficionado a la historia de las personas interesantes, aunque no puedo evitar la tentación de soltarme un poquito el pelo y dar mi opinión personal, aceptando ante todo que cualquier otra puede ser tan válida o más que la mía.
Talleyrand y su châtelaine llegan a Viena a finales de septiembre de 1815. Por entonces ya tenían una comunión espiritual e intelectual extraordinariamente profunda (Talleyrand jamás se habría llevado a Viena una castellana que no fuera perfecta en lo intelectual y en lo diplomático; ya penó lo suyo cuando la Worlée-Grand desempeñaba ese papel), aunque comparto lo que se dice en "Álava en Waterloo", que aún no habían dado el gran salto, el que conduce del mantel a las sábanas. Ahora, supongo también que no tardarían en darlo. En Viena se congregaban los intelectos más resplandecientes y deslumbrantes de la vieja Europa, y el que más brillaba era el que gracias a su afortunado pie no perdía el tiempo en tonterías improductivas, como bailar o cazar. De ahí que coloque todas mis apuestas a que antes de la Navidad de 1815 Dorothée adquiriera el derecho a llamar a Talleyrand algo más que "querido tío".
Según mis noticias, Talleyrand y Wilhelmine, con la que sostenía una relación de admiración y amistad personal desde que se conocieron en París a raíz de la paz de Amiens (Talleyrand era de los poquísimos a quien la duquesa de Sagan distinguía con el tuteo; piensa que a su amante principal y más duradero, Alfred von Windisch-Grätz, jamás le levantó el "vous" más riguroso), también se habían catado mutuamente (Wilhelmine disparaba contra todo lo que se movía, y hacía muy bien). Talleyrand no creo que tuviera en cuenta para nada que Wilhelmine y Dorothée fueran hermanas (mejor hermanastras), por ser consciente de que se llevaban fatal ya desde los tiempos infantiles en que la primera rebautizó a la segunda con un despiadado "Panienka Batowska". Tampoco pienso que influyera el idilio que Wilhelmine sostenía con Metternich, pues era consciente de su naturaleza crepuscular. Vamos, que a ese idilio le quedaban dos telediarios, por decirlo a lo informal. Su fuente de información era el incorruptible jefe de la policía secreta de Metternich, el severo barón Hager von und zu Altenstieg, al cual había corrompido mucho tiempo antes (debes tener en cuenta que cuando Metternich fue embajador de Austria en Francia, tras Wagram, no sólo puso el cazo con la mayor naturalidad bajo el hocico de Talleyrand, sino que sus dos hombres de mayor confianza, los barones Gentz y Altenstieg, hicieron lo mismo; el soborno eficaz y a gran escala, amiga mía, es mucho más antiguo que Bárcenas). Así, cuando a finales de octubre de 1815 Wilhelmine dirigió a Metternich una carta devastadora donde ponía fin a su relación amorosa de un
modo formal, atribuyendo al canciller todas las culpas por sus celos ultrafastidiosos, y haciendo un malvado hincapié en la "mucha pasión pero escaso arte" con el que aquel se producía (los exégetas vieneses no vacilaron en explicar qué quería eso decir, y lo cierto es que no hace falta ser un lince para entenderlo), Talleyrand tenía una copia justo al día siguiente, la cual se supone fue él mismo quien la puso después en circulación, pues a la sazón le venía bien cualquier cosa que contribuyese a desestabilizar el confuso estado de ánimo del que por entonces era el más firme partidario de mantener a Francia en el corralito de las potencias apestadas.
Talleyrand supo de Dorothée (por entonces Dorothea) en Tilsit. Una de las anécdotas más afamadas de por entonces era la fuga hacia Jelgava-Mitau de la cuarta y más joven de las princesas Von Kurland, la cual, tripulando ella misma una calesa de dos caballos y con la sola compañía de su dueña (una monja renegada presumiblemente horrorizada) se había deslizado entre los húsares franceses hasta ponerse a salvo, ella misma y un fortunón en diamantes que se había cosido, también ella misma (valía para todo) a los refajos. Talleyrand andaba por entonces buscando novia al patán de su sobrino, y aquella princesa adolescente (14 años tenía el angelito), que no sólo era velentísima e inteligente, sino que también estaba podrida de dinero (su padre le dejó en herencia, entre otras cosas, el señorío de Günthersdorf, ochenta mil hectáreas fertilísimas en la mejor parte de Silesia), le pareció la novia ideal. Por entonces iniciaba su idilio intelectual con el despistadísimo Zar Alexander, al cual deslumbraba la interesante calidad de Talleyrand de ser bien capaz de traicionar a todo el mundo, de
modo que no tuvo inconveniente alguno en pedir a la todavía de buen ver Duquesa de Courlande la mano de su retoño para su gran amigo el ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón. A esto la duquesa respondió encantada, porque se moría de ganas de abrir casa en París, por múltiples razones y una no pequeña era emparentar con el breve pero intenso amante de su hija mayor, del cual hablaba maravillas, y colorín colorado.
Por lo demás, la asociación entre Talleyrand y su sobrina, que comenzó siendo ella Condesa de Périgord, en 1817 Duquesa de Dino (el título se lo pasteleó él con su amigoide el Rey de Napoles) y desde 1839 Duquesa de Talleyrand (y desde 1845 también Duquesa de Sagan), sólo se extinguió con la muerte de Talleyrand en 1838. Fueron 29 años de confianza personal (27 de asociación intelectual y 24 de relación más que íntima) extraordinariamente satisfactorios para los dos, con lo cual tienen, a falta de cosa mejor, mi más profunda simpatía.