Foro DINASTÍAS | La Realeza a Través de los Siglos.

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 23 May 2014 20:25 
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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 24 May 2014 11:37 
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El Zar Alexander se había llegado a Viena en calidad de soberano y emperador, no para participar personalmente en las conferencias y reuniones donde se negociarían los asuntos que habían dado lugar al Congreso. En eso hizo lo mismo que su anfitrión el Kaiser Franz y que el rey de Prusia Friedrich-Wilhelm III. Los restantes jefes de estado principales (el regente de Inglaterra y los reyes de Portugal, Suecia, España y Francia) se habían quedado en sus palacios, tan ricamente. El Zar designó un equipo negociador presidido por uno de sus hombres de confianza (no era ruso; para ser hombre de confianza del Zar de Todas las Rusias era preciso no ser ruso, él sabría por qué), el conde ucraniano Andrey Razumovsky, que es este de aquí:

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Este hombre vivía en Viena, en calidad de embajador del Zar (Alexander y los anteriores), desde tiempo inmemorial, al punto que a efectos sociales era un vienés más. Andaba por los 62, era inmensamente rico y adoraba la buena vida. Era también un magnífico mecenas de las artes (el principal patrocinador de Beethoven, por ejemplo), al punto que en un fabuloso palacio que se había hecho construir en las afueras de Viena albergaba una espléndida colección de pintura y escultura. Era el palacio ideal para organizar, en homenaje a su jefe y señor, la cena, recepción y baile de nochevieja de 1814 a 1815, aunque según la planeaba cayó en la cuenta de que su palacio era excesivamente frío para la moda femenina imperante en el congreso, cuyas bellezas más afamadas estaban del todo a favor de aparecer en los salones tan desnudas como les fuera posible. Resolvió el problema instalando un sistema de calefacción provisional de gran eficacia, como pudo apreciarse hasta bien entrada la madrugada (de tan escotadas como iban, a la rusa princesa de Bagration, aka Andrómeda von Russland, se le salió un pecho al emprender una mazurka, en lo que pronto fue imitada por casi todas las demás, empezando por la también princesa Narishkin (era polaca, no rusa) y seguida a pocos cuerpos por la terrible Aurora Marassé (creo recordar que era rumana), que a la sazón tenía embobado al rey Christian IV de Dinamarca; en general, de las celebridades femeninas presentes en la fiesta las únicas a las que no les pasó tan celebrada cosa fueron la condesa Zichy (dueña del mejor escote de Viena y que había vuelto loquito perdido al rey Friedrich-Wilhelm de Prusia; si no le ocurrió fue porque mantener en su lugar sus muy voluminosos dones requería de una camuflada ingeniería estructural incompatible con conceder la libertad a los oprimidos), la condesa de Périgord, empeñada siempre en ir contra corriente, y su hermana la duquesa de Sagan, en su caso por no haber venido, ya que al no querer coincidir con su casi recién plantado amante el kanzler Metternich (y su osa hormiguera) se había quedado tan contenta en su ala derecha del palacio Palm, en la apasionada compañía del príncipe Alfred von Windisch-Grätz, el cual, acompañado de su poderoso armamento, había conseguido un permiso de su disciplinado regimiento. El baile de Razumovsky tuvo un curioso final, hora y pico después de que la fiesta hubiera concluido y los invitados marcharan a la churrería de San Ginés (o su equivalente vienés), ya que la calefacción provisional se transformó en un incendio descomunal, liquidando no ya el palacio, sino sus fantásticas colecciones. Eso supuso un disgusto importante para el conde Razumovsky, así como un pequeño problema de salud (se quedó ciego un par de meses), con lo cual hubo de pedir al Zar que le relevase al frente de sus plenipotenciarios, para ser sustituido por el griego Kapodistrias, lo cual fue un gran alegría para Talleyrand, ya que mientras Razumovsky era un hombre riquísimo el otro estaba tirando a tieso, al punto que desde hacía tiempo formaba en la nutrida nómina del príncipe de Bénévent. Con aquel nombramiento inesperado, evaluaba horas después acompañado de su sobrina y concubina, la correlación de fuerzas en la mesa del kanzler Metternich pasaba del 6 a 1 de mes y poco antes a una ligera ventaja global, quedando como sigue:

Lord Castlereagh, enteramente a favor de que Francia se incorporase al grupo de Potencias de Primera Categoría, pasando de éste de 4 a 5 miembros.

El príncipe Hardenberg (Prusia), enteramente en contra.

El conde Kadodistrias (Rusia), en dame tiempo con mi jefe que ya me las apañaré.

El joven conde Palmela (Portugal; es este de aquí abajo), en lo que diga Castleregh pero me ayudas en el asunto de la esclavitud.

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El kanzler Metternich (Austria) estaba decidido, como siempre, a ser un leal servidor de los acontecimientos (pura escuela Mazarino).

El conde Löwenhielm (Suecia) se debatía entre dos aguas, pues si bien las simpatías de su gobierno estaban con los ingleses (cuestiones de minería y comerciales en general), el Zar había prometido a su rey, el antiguo mariscal francés Bernadotte, que si le respaldaba en Viena le traspasaría Noruega, hasta entonces en poder de los débiles daneses. El nombramiento de Kapodistrias, había analizado no mucho después de suceder el tal con quien tan amablemente redondeaba sus ingresos, iría en favor de aceptar a Francia en las reuniones reservadas, pues si el Zar a través de Kapodistrias dejaba de oponerse, lo que parecía probable, él haría lo mismo un segundo después. Este de aquí es Löwenhielm, por cierto:

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Don Pedro Gómez de Labrador no había tardado en alinearse con Talleyrand. Era un verso suelto dentro del encantador poema del congreso. Hospedado en el semirruinoso palacio Pfalf, con un mínimo servicio (andaba fatal de presupuesto, y además no era hombre de fortuna personal), antipático, adusto e incapaz de comprender el significado de la palabra "diplomacia", pues para empezar no tenía nada de diplomático; era un simple jurista de convicciones absolutistas, y además de los peores, aunque respaldado no sólo por Fernando VII, sino por el inútil total, si bien excelente pecador, del duque de San Carlos, el que había sido secretario de Estado y del Despacho de Su Católica Majestad desde el golpe de mayo de 1814 hasta que por recomendación-imposición del embajador inglés, Sir Henry Wellesley (hermano del duque de Wellington), Don Fernando le reemplazara en noviembre del mismo año por un diplomático de los de verdad, Pedro Cevallos, aunque demasiado tarde para poder sustituir al inútil de Labrador por alguien un poquito menos imbécil. La fama de tonto del marqués de Labrador, si bien era considerable en España, ascendió a universal gracias a Wellington, que hacia la primavera de 1815 le crucificaría con un solemne "es el tipo más estúpido con el que jamás me haya cruzado", aunque aún faltaba para eso. A finales de 1814, apenas cuatro meses después de que comenzara el congreso, había conseguido el asombroso privilegio de no ser invitado a ninguna recepción, cena o baile, y no sólo porque jamás organizaba él nada, sino porque sus altivos modales (me recuerdan mucho a los del Sr Arias Cañete, sobre todo a la hora de tratar a las mujeres; en su momento fue notorio un encontronazo suyo con la impaciente y despiadada duquesa de Sagan, la cual rara vez tenía el intelecto para ruidos, del cual el pobre marqués salió malamente descalabrado, aunque sin llegar a darse cuenta) eran del todo incompatibles con la general armonía y exquisita cortesía con que se obsequiaban los unos a los otros, por mucho que horas antes, en las reuniones oficiales, se cosieran a navajazos.

Este de aquí es Labrador, aunque pintado veintitantos años después (por Antonio López); en 1815 era relativamente joven y no mal parecido, aunque desoladoramente bajito, como el buen español de su tiempo que a fin de cuentas era:

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Labrador no sabía muy bien a qué había ido a Viena (ni Don Fernando ni San Carlos le habían instruido en nada), ya que España, por lo visto, se había dado por satisfecha tras la guerra de la independencia cobrando de Francia la indemnización de nada, recibiendo los territorios de tampoco y sin propósito de incorporarse a la entente centroeuropea (Rusia, Austria, Prusia e Inglaterra) que amenazaba con controlar Europa por los siglos de los siglos. El único encargo que traía era el de conseguir a toda costa que Inglaterra no acabara con el muy beneficioso negocio español de la esclavitud. Debe aquí tenerse en cuenta que hacia 1815 Inglaterra se había declarado en contra total de la lacra de la esclavitud, en lo cual le secundaba Francia (le daba igual, porque ya no tenía colonias, pero se trataba de congraciarse con el empecinado enemigo inglés). Las demás potencias europeas pasaban del asunto con plausible indiferencia, pero no así Portugal, ni tampoco España, las cuales pretendían a toda costa mantener viva la esclavitud, aunque por diferentes razones. Portugal era, ante todo, una potencia exportadora de "mano de obra no voluntaria" (es notoria la destreza con que los portugueses de por entonces manejaban los piadosismos); de los alrededores de las misiones en Angola y Mozambique salían hacia los USA, cada año, varias docenas de miles de ejemplares (el sistema portugués era sencillo: se fundaba una misión, los padres blancos se ganaban a la gente, al tiempo identificaban a los mejores ejemplares, pasaban la información y en su momento llegaban los negreros con las redes; a eso quizá se deba que en los países que otrora fueron de misión ahora el evangelio más aceptado, a la hora de tratar con misioneros, sea el del padre Kalashnikov). Los negreros, que disponían de sus propios barcos, los llevaban a las costas de los USA; allí los almacenaban (constituyendo las bases del concepto "buffer" tan querido de ciertas gentes) a la espera de que subiera la demanda algodonera, y así avanzaba el mundo. Los ingleses querían abolir la esclavitud, no se sabe bien si por encomiables razones de humanidad o si por meter un dedo en el ojo a sus viejas colonias, aunque tampoco querían enemistarse con su aliado secular, de modo que acabaron pactando con Palmela un acuerdo según el cual los barcos negreros portugueses no podrían aventurarse más al norte de un determinado paralelo (el de Mauritania, me parece recordar), a cambio de perdonarles un préstamo de 600.000 libras concedido en los tiempos en que Junot saqueaba Lisboa y que Portugal de ningún modo estaba en condiciones de pagar. Así pues, todos contentos. La hipocresía, qué haría la noble raza humana sin ella, triunfaba una vez más.

El caso de España era distinto. Al ser la nación más católica del orbe era también (o casualmente; no lo sé, la verdad) la más esclavista (España no abolió la esclavitud de manera oficial hasta finales del siglo XIX), porque necesitaba mucha mano de obra gratuita en sus colonias del Caribe (así se explica hoy el aspecto de la mayor parte de la población de por allá, tan afroamericana ella), y para los terratenientes criollos sería catastrófico empezar a pagar salarios a los que con un poquito de arroz y algunas patatas iban tirando. A eso se debía que de ningún modo Labrador estaba dispuesto a aceptar que el Congreso, impulsado por Inglaterra, impusiera nada a la orgullosísima España, pese a las muchas compensaciones que Castleregh y los demás ofrecían a cambio. Así se había quedado de solo y despreciado el pobre Labrador, lo que Talleyrand aprovechó con gran maestría. No le sobornó con dinero (no hacía falta, de modo que prefirió guardarlo para seducir a otros que merecieran más la pena), sino con lisonjas. El otro era tan bobo que se las creía todas, y la que más le agrandó la moral fue que, a propuesta de Talleyrand, fuera nombrado presidente del comité encargado de regular el grave asunto de la prelación (el orden que habrían de seguir las potencias cuando llegara el asunto de firmar los tratados a que darían lugar las resoluciones del congreso), con lo cual Labrador, agradecido ad nauseam, pasó a ni siquiera pensarse qué debía votar cuando llegara el momento de hacerlo: siempre, siempre, lo que hiciera Talleyrand.

Este de aquí es una de las infinitas copias del cuadro que pintó Isabey (un retratista-miniaturista francés que Talleyrand se había traído en su séquito); lo suyo no era el "gran formato", aunque con esta obra dio en el clavo. Lo empezó a pintar en octubre y lo había casi terminado a primeros de febrero, pero entonces fue cuando llegó Wellington para reemplazar a Castlereagh; a Isabey no le quedó otra que ensanchar un poquito la tela, de modo que así pudiéramos admirarnos con el magnífico perfil del duque de Wellington, bien aposentado en el extremo izquierdo, como un Enrique Collar de su tiempo (visça l'Atleti!).

Os propongo un juego: a ver quien consigue situar en el cuadro a los ocho jefes de legación.

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 05 Jun 2014 19:37 
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Esperemos que este hilo no se quede parado, porque estaba fenomenal :thumbup:

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 09 Jun 2014 15:56 
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Querida Sabbatical, en la parte que me toca siento haberte dado la impresión de que se había parado el hilo, pero es que uno se gana el pan de un modo que obliga a viajar, alguna vez muy lejos, y cuando se anda por ahí no suele haber tiempo, ni concentración suficiente, para charlar de historia con los amigos. Por lo demás, ya sigo.

A mediados de diciembre de 1814 Talleyrand había detectado que los dos peces más grandes del estanque vienés, o al menos los que más le interesaban, Castlereagh y Metternich, andaban seriamente deprimidos. El primero por culpa de su jefe, Lord Liverpool, que le exigía resultados e insinuaba con poner en Viena otro delegado, más eficaz (el temible Lord Wellington). El segundo por culpa de la dueña de su alma, que tras ajusticiarle con la ultrafamosa carta "mucha pasión pero poco arte" había birlado a su vecina de la Schenkenstrasse 54 al que pagaba sus facturas, el rijosillo Zar Alexander I. La relación estre éste y Andromeda von Russland, nombre clave de la princesa de Bagration para el activo Altenstieg, jefe de la policía secreta de Metternich, se remontaba a los tiempos en que Metternich, en uno de sus enamoriscamientos de breves fechas pero gran puntería dejó preñadísima a la tal princesa, a la sazón una especie de Scarlett Johannson rusa (se darían un aire, y más tras admirarla a poil en "Under the skin") que tras largos años de matrimonio con el valiente pero impotente príncipe de Bagration seguía poco menos que a estrenar. El príncipe puso muy mala cara cuando su señora la princesa le anunció que al cabo de muy poquitos meses sería un orgulloso padre, a lo cual contestó que no tragaba (supongo que algo aún más fuerte), pero ahí intervino el Zar, que de vez en cuando se consolaba con la princesa de lo mucho que le aburría la Zarina (era una princesa de Baden, y no de las más animadas), y la sacó del aprieto ascendiendo al príncipe a Mariscal o algo por el estilo, a cambio de que tragara con los cuernos, los luciera con altivez y se dejara de tonterías. Un par de años después, en Borodino, la artillería de Bonaparte zanjó el asunto para siempre jamás, de modo que el recalcitrante Bagration, cómodamente instalado un par de metros bajo tierra, dejó de protestar. La consecuencia fue que la encantadora princesa, en su nuevo papel de princesa viuda, desatada y rica, dejó San Petersburgo para instalarse en Viena, ocupando la mitad del palacio Palm que la inquilina de la otra mitad, la duquesa de Sagan, no tuvo los reflejos de reclamar a tiempo cuando se quedó libre. Esa proximidad facilitaba mucho las cosas a sus amantes compartidos, que a la sazón (último trimestre de 1814) no eran demasiados aunque sí la mar de lustrosos: Metternich, Alexander y el guapísimo embajador inglés en Viena (no en el Congreso, sino en la corte del Kaiser Franz), Sir Charles Stewart (aka Pumpernickel). Ni que decir tiene que la princesa y la duquesa se llevaban fatal, no al punto de tirarse de los moños y llamarse de todo si se cruzaban por la escalera, pero sí al de no ir adonde se contara con la otra, con lo cual quien salía perdiendo era Andromeda, ya que el "salon litteraire" de Kleopatra von Kurland (el código radio de la duquesa de Sagan para el eficiente Altenstieg y sus incansables policías) era el indiscutible ombligo de la gran vida social vienesa, al punto que no ser de los específicamente invitados a dejarse ver allí las tardes y las noches de los jueves era la prueba del nueve de no ser nadie y de pintar aún menos.

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 10 Jun 2014 10:03 
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Talleyrand estaba bien al corriente de lo que pensaba Alexander (sabido es que tras un kiki glorioso-ducal no hay emperador que se resista a desplegar las alas y cacarear), lo cual concordaba bastante con lo que a su vez opinaba Friedrich-Wilhelm III de Prusia (también los reyes cacarean, y la opulenta condesa Julie Zichy solía confesarse con la duquesa de Sagan, la cual se divertía muchísimo pensando para Talleyrand y conspirando con él), y que se podría resumir en que Prusia se quedaría con Sajonia y Rusia con Polonia. Eso no gustaba nada ni a Metternich ni a Castlereagh, al primero porque veía que sería cuestión de poco tiempo que su jefe fuera Friedrich-Wilhelm y al segundo porque una Europa controlada por Prusia y Rusia sería incompatible con el principio general de todos los gobiernos ingleses, el que de siempre han definido como "two powers standard". Para Talleyrand el problema era menos inmediato. Más lo era conseguir su primer objetivo capital, recuperar para Francia la quinta silla en el concierto de las naciones que cortaban el bacalao, para lo cual se dedicó a seducir a Castlereagh y a Metternich, con éxito sensacional, pues a la innegable conveniencia de lo que proponía se añadía el penoso estado de ánimo de los dos. De Castleregh porque intuía la llegada de un 45 días por año, y del otro por su deseo furibundo de meter un dedo en el ojo al cabrito del Zar que le había birlado a la duquesa de Sagan; no sabía, el infeliz, que el interés primordial de la duquesa era manipular al Zar para conseguir la devolución de su hija putativa Vava von Armfeldt, a la sazón súbdita del rijoso Alexander, y que al ver que el otro no terminaba de arrancarse ya se planteaba desinstalarlo, como si de un Windows XP se tratase. Lo último se debía a la próxima llegada a Viena del caballero más interesante de los que pintaban algo en Europa, un duque de Wellington que se había cruzado por el colimador de la duquesa meses antes, en Londres, y que le había dejado en el sistema operativo una inquietante picazón de curiosidad.

A partir de todo esto se comprende la facilidad con la que Talleyrand se apuntó el primero de sus memorables éxitos vieneses, la firma de un tripartit entre Francia, Inglaterra y Austria, al que luego se adherirían Bayern, Baden y Württemberg. Según este tratado secreto, los firmantes se comprometían a aportar sendos ejércitos de 150.000 hombres cada uno (los tres últimos sumarían los suyos propios hasta sumar sus 150.000), 600.000 en total, con el propósito de defender entre todos a cualquiera que resultase agredido por una o más terceras potencias si decidía defender por la fuerza la independencia de Sajonia y de Polonia.

Con ese tratado Francia recuperó, del todo, su peso en el escenario europeo. Desde ahí (mediados-finales de enero de 1815) Talleyrand centró su mira en el siguiente objetivo: cómo mangonear a sus iguales para que las medidas que se tomaran a continuación fueran las que más favorecieran los intereses de Francia en general y los suyos personales en particular (no se debe olvidar que Talleyrand seguía siendo el hombre más corrupto del mundo mundial; Bárcenas, a su lado, no pasaría de becario incompetente; si aún así es un hombre de admirar es porque su secuencia de prioridades siempre comenzaba por Francia; su butxaca venía en segundo lugar).

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 13 Jun 2014 17:23 
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A mediados de enero de 1815 Talleyrand supo de la inminente llegada de Wellington a Viena, para reemplazar al blandito Castlereagh. Eso le puso en marcha la máquina de maquinar, ya que Wellington, al que había tratado varios meses durante 1814, en su calidad de embajador en un París donde él hacía de Ministro de Asuntos Exteriores de Louis XVIII, tenía la llave para que su rey cesase al inútil de Blacas y le pusiese a él al frente de su conseil privé (Talleyrand no fue ni el primero ni el último en querer ser califa en lugar del califa, pero sí de los que mejor han sabido jugar a tan arriesgada cosa). A eso se debió que reconfigurase su puesta en escena, con el punto de mira bien apuntado a conseguirse la extrema complicidad de Wellington, para lo cual no dudó en echar mano de una de sus mejores cómplices, la Duquesa de Sagan. Él habría preferido contar con su sobrina-concubina Dorothée de Talleyrand-Périgord, hermanastra de la otra, pero a la sazón acababa de liarse con el bellísimo aunque muy bajito conde Karel von und zu Clam-Martinitz, aide-de-camp del príncipe Schwarzenberg, y en consecuencia no tenía el alma para ruidos, de modo que, haciendo de la necesidad virtud, se puso de conserva con la diosa de Sagan (decir duquesa sería quedarse corto), en el mutuo entendimiento de que ahí habría gloria para los dos.

Talleyrand sabía de Wellington que durante sus últimos meses en París se había mostrado un tanto alicaído y crestibajo, por la doble pesadilla de padecer allí a su señora (se había casado con ella en venganza por haberle despreciado cuando era un simple tenientillo que tocaba fatal el violín) y por las desdeñosas calabazas con que una y otra vez premiaba sus intentos la formidablemente virtuosa Madame de Récamier (Wellington aún tardaría una guerra en saber lo que Talleyrand, informado por Fouché, dominaba desde hacía muchos años, que la infranqueable honestidad marital de Juliette era una simple consecuencia del diabólico síndrome de Sor Fernanda). Eso le hizo suponer que llegaría en un estado de muy baja estima. Gran conocedor del alma humana, como era, bien sabía que nada para conseguir complicidades inquebrantables que contribuir a elevar la estima del sujeto pasivo, el que sea en cada caso, de modo que no le costó el menor esfuerzo convencer a la por entonces algo escasa de cash duquesa de Sagan que organizase la mejor cena que los siglos hubieran visto para celebrar su cumpleaños 34 y, de paso, dar el mejor recibimiento imaginable al sobrenatural duque de Wellington.

Wellington se puso de viaje hacia el 28 de enero, desde París. Viajaba despacito y con cautela, sabedor de lo inseguro del camino. Lo hacía en su gran carroza de campaña, con un tiro de ocho caballos y cuatro palafreneros, con dos aides-de-camp en el pescante (el coronel Gordon y el teniente coronel Canning) y su mameluko (bueno, él le llamaba valet) Beckermann, un tipo muy malencarado que circulaba por la vida con dos pistolas cargadas, un trabuco rebosante de metralla y un sable tan afilado como un cortell de almogávar; acostumbraba dormir con un ojo abierto atravesado en la puerta de su amo, un declarado convencido del más vale un por si acaso que un quién lo iba a decir.

Además de todo esto mandaba en avanzadilla una calesa con otros dos aides-de-camp, el teniente coronel Fremantle y el major Percy (tengo entendido que un descendiente suyo escribe también por aquí), los cuales comprobaban que unos tipos cuyo gran amigo, el general Álava, tenía en muy mala consideración, no andaban por allí: los moros en la costa.

A su modo, Wellington adoraba las comodidades de la tecnología moderna, y cuál es más moderna que llevar un estéreo en la bagnole. En su caso, el estéreo era la Grassini, una bellísima cantante que durante años atendió las necesidades acústicas del Corso y que cuando no cantaba, ni lo otro, enriquecía sobremanera el anecdotario de Wellington con las historias amorosas de Bonaparte y con las de los muchísimos que le precedieron-siguieron, y es que la señora era de muchas armas tomar. Es esta de aquí, por cierto:

(lo siento, pero no hay forma de subir .jpg's; si el admirable Admin me explica otra forma lo intentaré de nuevo)

Las razones de la coyuntural falta de cash de la duquesa de Sagan eran todas estas: (1) el Zar se demoraba, como de costumbre, en el pago de su pensión, (2) su inmenso predio de Sagan, mil y pico largos kilómetros cuadrados de tierra fertilísima, quedó tan arrasado gracias a los franceses, a los rusos y a Stendahl que tardaría todavía un par de años en volver a generar beneficios en cuantía suficiente, (3) su otro gran predio, el de Náchod, aún no se había recuperado del paso de casi un cuarto de millón de soldados rusos en el otoño de 1813, y eso que marchaban como amigos, y (4) tenía hospedados en su Palacio Palm unos cuarenta plenipotenciarios alemanes por cuenta de un Metternich que le había jurado hacerse cargo de sus costes pero que tampoco había soltado un pfening. A eso se debió que para financiarse la cena pidiese a Metternich que le vendiera por ahí un magnífico collar de esmeraldas (pese a lo mucho que a éste le dolía la frente, sus relaciones con la temible duquesa seguían siendo socialmente excelentes), cosa que al otro le costó un chascar los dedos, pues una dama francesa que no quería volver a serlo, la marquesa de Montesquieu (era la niñera de l'Aiglon, el cual padecía un futuro color axila de grillo; ella temía quedarse cualquier día sin trabajo, pues el amante-secretario de la ex emperatriz Maria Luisa, que había vuelto a ser llamada María Ludovika, no quería franceses en las proximidades de la que se moría por sus pedazos), aceptó sin pestañear pagar 3.000 dukats por la cosa (unos €300K de los de hoy), si ésta venía en compañía de un pasaporte austríaco, como así le llegó. Con el formidable pastón en la butxaca la duquesa emprendió el diseño de la cena que pasaría a la historia por la más memorable del Wiener Kongress, empezando por que la serviría Carême, interesadamente cedido por Talleyrand, y siguiendo en que consumió entera la reserva existente de Belluga del Donau (el Donau-Danubio, pocos lo saben, era a primeros del XIX un río donde el esturión era endémico; la revolución industrial se lo llevó por delante, pero en aquellos tiempos aún era posible destripar a una esturiona, sacarle la huevez, recoserla por las bravas y echarla de nuevo al agua), así como la del champagne favorito no sólo del Zar, sino también de Wellington: el Veuve Cliquot Cuvée de la Comète cosecha de 1811.

La cena se sirvió en el palacio Palm, en una mesa larguísima donde cabían sin apreturas los 64 comensales. En el centro, y de una banda, la Duquesa de Sagan, flanqueada por el Zar de Todas las Rusias y por el Kaiser de Todas las Austrias. Frente a ella, el Duque de Wellington, con la Zarina Elisabeth-Alexeievna en su babor y la semiagonizante kaiserin Maria Ludovika en su estribor. Prologándose en las dos direcciones, la totalidad de los soberanos acreditados en el congreso, más los jefes de legación principales, como Talleyrand, Lowenhielm o Consalvi (Labrador, no; la duquesa ni se acordaba de que existía), conjuntados en modo chico-chica con las afamadas bellezas que alegraban por entonces sus ilustres pajarillas.

Wellington, que no daba puntada sin hilo, se presentó impecablemente uniformado de feldmarschall (que lo era), indicando así que los días de las contemplaciones y buenas palabras que tanto defendió Castlereagh se habían terminado, y que si Alexander y Friedrich-Wilhelm querían cañonazos no sólo los iban a tener, sino que él ya venía listo para el klar zum feuer eröffnen. La duquesa, por su parte, lucía más asombrosa que nunca, si tal cosa fuera posible. Vestía de rojo intenso con escote colosal incorporado, el pelo recogido y los ojos llameantes, los propios de la que sabe que frente a su colimador acaba de atravesarse la pieza más codiciada del Congreso, si no de Europa entera, y que de ningún modo lo va a dejar escapar.

Me gustaría decir "to be continued", pero preparar cada una de estas paginillas que el misterioso aunque muy seductor Admin me invitó a escribir me supone un esfuerzo muy notable, y dado que, me parece, no interesan demasiado, prefiero hacerme a un lado y ceder los trastos de teclear a cualquiera que le apetezca seguir hablando del inmortal Charles-Maurice de Talleyrand.

Not to be continued


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 13 Jun 2014 17:30 
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Por supuesto, se trata de que se haga entretenido y cada uno a su ritmo. Gracias upridge. :bien:

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 13 Jun 2014 17:32 
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Gracias.


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 13 Jun 2014 17:38 
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Upridge escribió:
Me gustaría decir "to be continued", pero preparar cada una de estas paginillas que el misterioso aunque muy seductor Admin me invitó a escribir me supone un esfuerzo muy notable, y dado que, me parece, no interesan demasiado, prefiero hacerme a un lado y ceder los trastos de teclear a cualquiera que le apetezca seguir hablando del inmortal Charles-Maurice de Talleyrand.

Not to be continued


Upridge, si te sirve de acicate, yo me lo estoy pasando en grande con tu manera de enfocar el tema. Lo conviertes en una deliciosa parrafada muy a tono con el "espíritu" de la época. No es que pretenda halagarte, ejem ejem, pero a ratos, leyéndote, he pensado que estaba de viaje hacia atrás en el tiempo, escuchando la versión lúcida y cargada de ironía que hubiese podido aportar un gran señor que estaba de vuelta de todo, como fue Charles Joseph príncipe de Ligne. Él ya nos legó la famosa frase "El Congreso baila, pero no marcha". Si hubiese aguantado más tiempo en este mundo...ayyyy todo lo que hubiera podido llegar a contar. Y en cierto modo pienso que lo contaría de la forma en que tú lo cuentas, jejejeje.

No creas que no interesa. Los temas históricos son fascinantes, pero siempre avanzan poco a poco y a veces la gente participa entusiasmada, pero otras veces el relator acaba sintiéndose como "ese loco que habla solo". Lo sé porque a mí me ha pasado a menudo, y resulta, lo entiendo, un tanto descorazonador, porque preparar tanto material y esforzarse en transmitirlo para tener la sensación de que a nadie le importa un ardite...¡¡eso quema y requema!! Pero sí interesa, Upridge. Al menos a mí, te lo aseguro.

Como tenía el asunto un poco "lejano en la memoria" precisamente estos días estoy intentando releer a toda prisa el montón de libros que tengo en casa sobre el Congreso en sí mismo, la Sagan, la Dino, Alexander I, Madame Talleyrand, etc, etc. A ver si puedo organizar mis ideas y participar más, pero, aparte, participar de forma que enriquezca un poquitín ese plato gourmet que estás sirviendo.

:wink:


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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 13 Jun 2014 19:38 
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Registrado: 03 Sep 2011 09:47
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Yo también me lo estoy pasando en grande,este tema,como lo cuentas y la cantidad y calidad de la información que das,me interesa mucho; de la mayoría de temas de este foro ,no tengo idea y la verdad es que son muy enriquecedores.Gracias. No te desanimes,por favor. >:D<

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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 14 Jun 2014 16:39 
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Registrado: 05 Jul 2012 20:41
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Para ponernos en situación, un maravilloso cuadro con la vista de la Viena de la época, desde la terraza del palacio Kaunitz, residencia de Talleyrand en Viena.

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La escalera de Palacio
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 Asunto: Re: Charles Maurice de TALLEYRAND
NotaPublicado: 14 Jun 2014 19:04 
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Registrado: 03 Sep 2011 09:47
Mensajes: 10225
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Mi granito de arena. :-p

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