De casta le viene al florero
El 6 de noviembre de 1933, el Tribunal Supremo admitió a trámite una demanda para que se investigase a Alfonso XIII y otros miembros de su camarilla por «lucrarse con las apuestas cruzadas» en las carreras de galgos. Un año antes, el Heraldo de Madrid había publicado un cicatero editorial acusando a un grupo de nobles amparados por el Rey, entonces ya en el exilio, de «explotar el fabuloso negocio». Era lógico: la II República siempre buscó el descrédito del «ex Rey».
¿Quién le iba a decir a la Infanta Cristina que tendría una vida paralela a la de su bisabuelo? Y no sólo por ese exilio que ha comenzado en Ginebra y puede acabar, según algunas fuentes, en Lisboa.
En 1929, el Monarca y un grupo de amigos fundaron el Club Deportivo Galguero Español para hacerse con la concesión en exclusiva de las carreras de galgos en España. Aparentemente, se trataba de una institución sin ánimo de lucro; las ganancias debían destinarse al fomento del galgo nacional y de la Beneficencia.
El negocio les duró un año pero, tal y como revelaba el auto judicial descubierto por el periodista José María Zavala, en lugar de cumplir con los fines sociales del Club Galguero, el Monarca (representado en el Consejo de Administración por su apoderado Carlos Mendoza) y su camarilla recibían los fondos a través de la sociedad Liebre Mecánica. ¿Les suena todo esto? Claro, es una estructura parecida a la que utilizaba Urdangarin para que el dinero del Instituto Nóos, sin ánimo de lucro, acabara en Aizoon, la sociedad cuya propiedad compartía al 50% con la Infanta. La vulgaridad refranera invitaría a decir eso de que de casta le viene al galgo, pero ya sabemos en dónde acabaron los fondos para el fomento de raza canina.
El comienzo de la Guerra Civil interrumpió la instrucción del caso contra «Alfonso de Borbón». Ya habían declarado algunos aristócratas implicados en la presunta estafa. El magistrado Mariano Luján, el juez Castro de la II República, no tenía duda de la responsabilidad del Rey en delitos de estafa, falsedad, malversación...
¿Era culpable el abuelo de Juan Carlos I? Nunca lo sabremos, aunque habría que destacar que el exhaustivo estudio de Guillermo Gortázar sobre los negocios regios traza una imagen de Alfonso XIII como un inversor patriótico.
Resulta paradójico que casi 80 años después, la bisnieta de Alfonso XIII haya sido juzgada por un episodio similar.
Pedro Horrach, fiscal del caso Nóos, no podía ocultar ayer su satisfacción. Ya lo había advertido en la entrevista que concedió a Vanity Fair en 2013: «Para imputar a la Infanta necesito algo más a lo que agarrarme». La sentencia revela que al final, en el caso de Doña Cristina, había tan poco a lo que agarrarse que si no llega a ser por el empeño particular de la abogada de Manos Limpias la hija del Rey ni siquiera se habría sentado en el banquillo. Otra cosa es su marido, condenado a seis años y tres meses de prisión pese a que Vanity Horrach había pedido 19. La rebaja de pena no supone una sorpresa.
En diciembre ya se descartó una primera versión de la sentencia después de que una de las tres jueces considerara que era «muy favorable para Urdangarin». Por eso, ayer algunos pensaban que el veredicto se encuadraría dentro de la justicia ejemplarizante, concepto acuñado por el juez que decretó el sorprendente ingreso en prisión de Isabel Pantoja. No fue así.
Precisamente, el juez Castro declaraba ayer que había quedado reflejado que el tribunal consideraba a la Infanta «una mujer florero» y que otras condenadas como Isabel Pantoja debían opinar si a ellas se les había dispensado un trato similar. Más dolida debe de estar Milagrosa Martínez.
http://www.elmundo.es/espana/2017/02/18 ... b4635.htmlInsisten mucho con la Sra. Pantoja. La verdad es que ella trapicheó para comprar el chalé de Marbella y un piso con un chanchullo financiero que demostraba a las claras que sabía que el dinero que le daban para ello no era legal o que, aunque el dinero fuese limpio, no era legal la forma en la que se lo regalaron por debajo de la mesa sin pagar a Hacienda. No es lo mismo que lo de Cristina: un jugador de balonmano, sin otro oficio conocido, pasaba por ahí y se casa con una infanta. Entonces empieza a mover influencias utilizando el nombre y prestigio de su mujer y de su campechano suegro y la infanta no se entera. Cuando ella le pregunta de dónde saca tanta pasta él responde con una palabra enigmática: "Cosas". Y ella no pregunta más porque está muy enamorada. Cuando empiezan a salir noticias en la prensa sobre el asunto, ella vuelve a preguntar y el jugador de balonmano contesta: "Envidia". Finalmente ella acaba sentada en el banquillo y sigue sin saber por qué, pero sigue enamorada. Por suerte para la justicia, ser tonta y ciega no exime del cumplimiento de la ley.
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La expresión suprema de la belleza es la sencillez.
Alberto Durero.